Hara o el centro de ti mismo

Me gusta la idea de que el cuerpo es un vehículo de comunicación. Es el intermediario entre lo que somos realmente y el mundo material. Gracias a nuestro cuerpo percibimos lo que nos rodea. Sin embargo, lo que percibimos no es neutro, sino que está condicionado por nuestra interpretación, nuestras creencias y nuestra manera única de ver (y juzgar) el mundo que nos rodea. Nadie ve, percibe e interpreta exactamente lo mismo. Lo cual deja claro que el mundo es, en realidad, lo que cada uno de nosotros pensamos de él. Es curioso cómo la percepción no nos llega limpia de sesgos, porque ya de entrada hay una elección inconsciente de qué percibimos y qué no, y cómo lo percibimos.

La percepción no es conocimiento, sino una información sesgada sobre el mundo, que no nos llega por casualidad o porque el mundo sea así, sino porque nosotros la elegimos. Luego, al interpretarla, nos creemos que esa interpretación personal es lo que el mundo es. Imaginaos: cada uno de nosotros está convencido de que el mundo, los hechos, las cosas que ocurren, las personas con las que nos relacionamos, son como pensamos que son… ¡Cada uno de nosotros!

Claro que también nos creemos que nosotros mismos somos lo que pensamos que somos. Y todo porque le damos a nuestra percepción y a nuestra interpretación un sello de realidad que no merece. No soy lo que pienso que soy. Ni mi nombre, ni lo que me gusta, ni lo que me desagrada, ni lo que opino, ni lo que siento, ni mucho menos lo que pienso, es lo que soy. Para conocer lo que soy debo mirar adentro, ahí están las respuestas a todas las preguntas, no en el exterior.

Teniendo en cuenta todo eso, no es raro que vayamos por el mundo como pollo sin cabeza. También en lo que respecta al cuerpo. Hemos situado nuestro centro de gravedad, energético e identitario en la cabeza, pero si nos fijamos en nuestro cuerpo, o en el cuerpo de un niño o niña de 3 años, veremos claramente cuál es nuestro centro de gravedad: esa barriguita no es exceso de comida, es morfología. Porque justo ahí está nuestro centro de gravedad real, en un punto situado dos dedos por debajo de nuestro ombligo y hacia adentro, que los japoneses llaman «Hara» y los chinos «Tan Tien», y que en el Reiki coincide con el chakra del sacro. Ese punto, pues, del que no somos conscientes en absoluto, es nuestro almacén de energía principal, nuestra caldera, que genera, acumula y expande la energía vital al resto del cuerpo. Vale la pena observar la relevancia del nombre en castellano: sacro, o sea, sagrado. Es el centro de la vida, de la energía generativa, creadora y vital de nuestro cuerpo.

No es por casualidad que se encuentre donde se encuentra, justo enmedio de las caderas, como uniendo lo que está por encima con lo que está enraizado en la tierra. Si os fijáis, las caderas son el principal resorte del movimiento de nuestro cuerpo. Estamos acostumbrados a mover las extremidades, a caminar moviendo las piernas, sin darnos cuenta de que las caderas son el punto central del movimiento realmente. Eso se ve muy claramente en el Tai Chi, donde es la cadera la que facilita el movimiento suave del cuerpo, de la pierna, del brazo. Nunca llevamos nuestro peso equilibrado, fijaos en cómo andamos, o en cómo nos sentamos. Siempre hay una parte de nuestro cuerpo que sufre el peso del resto, o que es forzada a la hora de movernos, andar o estar de pie o sentados. Por eso nos cuesta tanto desprogramar la forma en que nos movemos y reeducar nuestro cuerpo partiendo de su centro de gravedad, siendo conscientes del movimiento que surge a partir de ahí, de donde fluye de forma natural, sin esfuerzo, y desde donde la energía se expande equilibradamente al corazón, la cabeza, las extremidades.

Podemos llevar nuestra consciencia a cualquier parte de nuestro cuerpo. Es un sorprendente ejercicio hacerlo. Podemos intentar ser conscientes, en algunos momentos del día, de nuestro centro de gravedad y energético. Al hacerlo, sucede algo curioso, y es que al ubicar allí nuestra consciencia, es allí donde nos sentimos, allí el «yo» pequeño que creo que soy no tiene rostro, y al poner toda nuestra atención en ese punto, la mente, la loca de la casa, se calla. Es nuestra atención la que pone el foco en lo que atendemos, en lo que nos impacta, en lo que sentimos. Si bajamos nuestra atención de la cabeza a nuestro centro de gravedad, la intensidad de nuestros pensamientos se reduce. Pero lo bueno es que sucede lo mismo cuando realmente ponemos nuestra atención en la mente. No es así cuando estamos sin estar, sin atención ni consciencia, entonces el parloteo constante de nuestros pensamientos nos aplasta. Pero cuando ponemos el foco de nuestra atención en nuestra mente y nos preguntamos, por ejemplo, ¿cuál será mi siguiente pensamiento? Y estamos atentos a verlo aparecer… ¿qué sucede?

Haced este ejercicio. Lo recomienda Eckhart Tolle en su libro «El poder del Ahora». Y el resultado es sorprendente. Sí que tenemos maneras de silenciar nuestra mente. No con la ayuda de la misma mente, que no cesa de bombardearnos con pensamientos, sino concentrando nuestra atención en el hecho mismo de estar atento, de ser consciente, tanto de la mente como de nuestro centro de gravedad. Nuestra atención pone luz donde hay caos y oscuridad y nos abre la puerta al interior de nosotros mismos, donde todo es, ya, para siempre.

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Avatar de Gérard-Unus Gérard-Unus dice:

    “Tal vez hemos venido más a experimentar que a hacer.
    Y muchas veces, sin darnos cuenta, nos quedamos atrapados en el hacer.”

    gracias por esto 🫂✨

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    1. Sí, muy bueno eso que dices, así sospecho que es realmente. Cada vez estoy más convencida de que no “hacemos”, todo “se hace” sin que nosotros seamos necesarios. En cambio, experimentar sí que podría ser nuestro cometido natural, si no le tuviésemos miedo a la vida. Gracias a ti 💚

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