Aceptar, agradecer, bendecir

A estas alturas ya deberíamos tener una idea bastante clara de que la vida no es lo que queremos que sea, ni es como queremos que sea, ni pretende serlo o no serlo, sino que, simplemente, es como es. Esta obviedad es de lo que peor llevamos y de lo que nos cuesta una infelicidad mayor. Actuamos cada día como si la vida debiera pedirnos permiso o explicaciones, sin entender que, en realidad, no somos nosotros quienes vivimos la vida, sino que es la vida quien nos vive.

La vida

La vida es algo que está muy por encima de cada uno de nosotros, que nos une y reúne y nos alimenta a todos por igual, seamos un ser humano, una planta, un cristal de roca o un bosque. La vida nos da a todos lo que necesitamos para estar vivos y nos procura lo necesario para seguir vivos. Y, aun cuando morimos, la vida sigue estando presente porque está más allá de la muerte, es un proceso sin inicio y sin final que engloba nuestro nacimiento y el fin de nuestro cuerpo perecedero. Pero, atención, nosotros, los humanos, esperamos algo más de la vida, porque nos hemos inventado una serie de ideas, creencias, prejuicios y juicios de valor -y, por tanto, falsos-, acerca de lo que es la vida y de cómo debería ser nuestra vida. Y de la muerte, ni hablamos.

Así, trabajamos, nos relacionamos, decimos que aprendemos, que cambiamos, sentimos emociones y miedo, ira, alegría o dolor, crecemos, compramos una casa, tenemos hijos, sufrimos pérdidas a diario, pero también abrimos nuevos caminos… hacemos todo desde la convicción inconsciente de que es la vida quien debe responder ante nosotros, y no nosotros ante ella. Así, nos instalamos permanentemente en la queja, esperamos obtener lo que somos incapaces de dar, juzgamos y prejuzgamos, nos consideramos escasos y desde nuestra escasez, buscamos algo o a alguien que nos llene. Si eso falla, como ocurrirá, es culpa de la otra persona. Y de nuevo reiniciamos la búsqueda de lo que nos ha de satisfacer, llenar, dar paz y felicidad, siempre desde fuera. Nunca desde dentro.

Pero he descubierto una fórmula infalible. No es mérito mío. Había leído a veces sobre ello, pero no pasaba de ser un conocimiento intelectual, o sea, algo que sé en mi mente, pero que no soy. El auténtico conocimiento existe cuando eres eso que conoces, porque el acto de conocer es transformador. Así, pues, es necesario vivir, experimentar, ser, eso que conoces para poder conocerlo realmente. La fórmula infalible no se basa en esforzarme más, o en leer más libros, o en meditar más, o en aprender más… la fórmula infalible se basa en asumir tres principios fundamentales: aceptación, agradecimiento, bendición. Veámoslos uno a uno.

Aceptar

Aceptar significa recibir voluntariamente, asumir, pero también amar lo que se recibe, recibirlo bien. A veces se confunde la aceptación con conformarse, que es una palabra con cierta mala fama. Pero no tiene sentido que sea así. Conformar significa estar de acuerdo, y además, unirse uno mismo con eso que se toma, formar algo completo con ello. Es una palabra con un bello significado. Aceptar también se confunde con resignarse, pero no significan lo mismo. Resignarse quiere decir en realidad devolver algo, renunciar a algún bien o derecho, aunque ello signifique una adversidad. Fijaos cómo cuando nos resignamos, realmente aceptamos de mala gana lo que nos ocurre, pensando que teníamos derecho a otra cosa. Eso, amigos, es letal.

Aceptar es ser consciente de lo que es. Sin juzgarlo, sin emitir juicios de valor ni revolver el pasado en busca de referencias. Aceptar es conformarnos, hacernos uno con la forma, o sea, con lo que ocurre, con lo que es. No renunciamos a nada con pesar, ni estamos defraudados o tristes. Simplemente, aceptamos la realidad. Llueve. Bien, constato que llueve. Hoy tenía planes que no podré realizar porque llueve. Lo acepto. No me sumerjo en una espiral de juicios de valor y quejas acerca del día tan feo que hace y lo injusto que es que llueva cuando precisamente yo tenía planes. Eso es un poco ridículo, la verdad, y lo hacemos todo el tiempo. Debemos ser el ser vivo más ridículamente quejica del Universo.

Agradecer

Agradecer es el segundo paso. Una vez he aceptado que llueve y que tendré que cambiar de planes, agradecerlo es amar las oportunidades que me brinda ese cambio. Puedo empezar por admirar las gotas de lluvia cayendo del cielo, cómo reviven los colores de todo lo que tocan, cómo la naturaleza respira tras un tórrido verano, cómo la tierra bebe ávidamente esa agua benefactora e imprescindible para la vida… Gracias por la lluvia, porque mis planes son pequeños e insignificantes comparados con el gran beneficio que aporta la lluvia a todos los seres vivos, al planeta, a mi isla, a mi pueblo, a mi jardín, a los acuíferos de los que vamos a beber en el futuro. ¿De verdad podemos pensar sin reírnos que los planes del Universo, o de la meteorología -las leyes de la física, al final-, deberían estar supeditados a los míos?

Bendecir

El tercer paso consiste en bendecir. ¿Creeréis que hasta hace poco no he sido consciente de lo que significaba esa palabra? Me parecía algo propio de la iglesia… aunque en ocasiones he recordado la importancia que tiene dar la bendición a los hijos, a los seres queridos, en los países de América Latina. Ahora lo entiendo. Y tenemos la suerte de que, en castellano, el significado es totalmente diáfano sin tener que pensar mucho. Bendecir = decir bien.

Cuando alguien te bendice, invoca la protección divina sobre ti, y es una idea bonita. Pero aún es mucho más simple que eso. Bendecir tu vida, lo que te ocurre, tu día a día, tus contratiempos, bendecir a las personas que te rodean, aunque no siempre estemos de acuerdo, significa hablar bien de ello, utilizar palabras amables para narrar y narrarte tu vida y tu entorno. Sin quejas, sin carencias, sin culpas, sin proyectar emociones negativas… ¿Habéis observado alguna vez que hacemos esto en muy pocas ocasiones? La mayoría de veces, como la vida nos defrauda y es como no queremos que sea, además de quejarnos todo el tiempo, hablamos mal de nuestra vida, la maldecimos.

Si la palabra tiene tanto poder que fue a través de ella que este mundo fue creado, y si el poder de la palabra es siempre el que es, al margen de si se trata de palabras amables o de palabras ruines, imaginaos lo que le estamos haciendo a nuestra vida, a la vida en general, contaminando el ambiente con quejas, prejuicios, juicios negativos, culpas, excusas… Literalmente, estamos maldiciendo nuestra vida, nuestra mente y a todo cuanto hay a nuestro alrededor. Si esta es nuestra actitud, ¿qué podemos esperar obtener, sino más de lo mismo?

La queja constante

Sufrimos una enfermedad mental muy propia de las sociedades… ¿avanzadas? no, me niego a decir eso… ¿ricas? Tampoco es correcto… quizá lo mejor sería decir de las sociedades basadas en el consumo. Sufrimos una enfermedad mental muy propia de las sociedades basadas en el consumo de masas. Esa enfermedad se llama descontento y se manifiesta con quejas constantes, incapacidad por cambiar nuestra actitud o nuestros patrones de comportamiento, inconsciencia acerca de las creencias que nos dictan cómo actuamos y, en general, desconexión de nosotros mismos y de los demás, de todo a nuestro alrededor. Al menos, de todo lo que requiere observación, reflexión y cierta profundidad.

Esta enfermedad hace que esperemos que llegue algo en el futuro que nunca llegará, porque el futuro no existe, y que mientras esperamos, perdamos el único momento que sí existe. También nos hace vivir en un peligroso puente entre el pasado y el futuro, convencidos de que el pasado explica que hoy sea feliz o no, tenga miedo o no, actúe de una u otra manera. «Es que soy así, es que me ocurrió esto, es que blablabla». Escondidos en el pasado, miramos hacia el futuro con la esperanza de mejorar, aprender, conseguir… pero desconectados del momento presente, de lo que somos ahora, realmente no existimos. Estamos ausentes de nuestra propia vida. ¿Cómo es eso posible?

Aceptar, agradecer, bendecir. Probadlo. Pero no intelectualmente, no debe ser el ego el protagonista de esta historia. Mandad al ego a sentarse en silencio en un rincón y que no se entrometa. Sois vosotros, los auténticos, los que habitáis dentro, los beneficiarios de esta sencilla fórmula. Parad un momento y observad si podéis seguir viviendo con ese «yo» quejoso, que lo ve todo con desagrado, que juzga sin piedad y se siente escaso y culpable. Ese es el primer paso: decidir quién de los dos está al mando.

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Avatar de Gérard-Unus ciudadano universal dice:

    Gracias por esto, Esther.
    A mi modo de ver: Ser presencia, experimento cuánto surja con asombro, me rendo a la vida; desde aquel instante, todo es perfecto como es.
    Un saludo

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    1. Así es, todo es perfecto como es porque es como es! No existe otra manera en que pueda o podría ser. Ese condicional es invención nuestra. Lo absurdo es nuestro empeño en no aceptarlo y pasar a sufrir la vida, nuestra vida, en lugar de vivirla. Gracias por leer el post y por tu comentario. Un saludo.

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