Los humanos somos seres autoconscientes, o sea, que somos conscientes de que somos conscientes. Somos conscientes de que existimos. Nuestra consciencia da para mucho, pero normalmente se para ahí, en la consciencia de la propia existencia, sin penetrar en lo que ello significa y sin ir más allá de la existencia del personaje humano que nos representa en este mundo y que muy a menudo confundimos con nosotros mismos, con lo que somos realmente. Quizá por eso, porque somos conscientes y porque tenemos la facultad de pensar, necesitamos encontrarle un sentido a todo. Elucubramos, deducimos, analizamos, investigamos, razonamos, forzamos nuestro proceso cognitivo para aventurarnos a darle algo de sentido a lo que somos, a lo que nos rodea, a lo que hacemos. Y nos cuesta pensar que, quizá, después de todo, todo esto no tenga sentido. O, al menos, no el sentido que esperamos-queremos que tenga.
Nuestra maquinaria mental funciona de un modo curioso, normalmente como escudo defensivo. Necesitamos defender lo que pensamos que somos, incluyendo nuestras ideas y pensamientos, lo que llamamos valores. Necesitamos defender nuestra personalidad. Y la defendemos siempre de algo o de alguien, en realidad manifestamos dos cosas: una, que en el fondo siempre tenemos miedo, y dos, que habrá algo o alguien de quien defendernos, luego sentimos que nuestra existencia está amenazada siempre por algo o por alguien. O quizá por todo. De nuevo, el miedo.
Preguntas sin respuesta
Las grandes preguntas que siempre han sido y, probablemente, siempre serán -¿Quién soy? ¿Qué hago aquí? ¿De dónde vengo y a dónde voy?-, siguen sin respuesta porque no sabemos mirar hacia donde deberíamos.
¿Qué sentido tiene todo esto? No tenemos ni idea, y como no encontramos respuesta, seguimos buscando. Pero nunca encontramos porque, en realidad, erramos en nuestra búsqueda, siempre desorientada. Como pollos sin cabeza vamos de una cosa a otra, de una relación a otra, de un sitio a otro. Necesitamos hacer, tener, ver, acumular, polemizar, opinar… desplegamos un extenso e intenso abanico de verbos de acción, siempre en el exterior.
Si dirigiéramos hacia el interior de nosotros mismos toda esa energía, ¿qué pasaría? Pero no nos atrevemos realmente, tenemos miedo de perder lo que le da sentido a nuestra vida, incluso aunque sea triste y doloroso. Y falso. Nos aferramos a nuestras emociones y a lo que pensamos que somos contra viento y marea, y haciendo siempre lo mismo esperamos un resultado distinto que, por supuesto, nunca llega.
Ser
¿Y si en realidad nada de todo esto tiene sentido? Al menos, pienso que nunca lo encontraremos donde lo buscamos. Porque ya buscamos condicionados por el deseo de que esto tenga un sentido concreto. Y sospecho que no es así, que no lo tiene.
Quizá el único sentido de todo esto sea SER, simple y enormemente, experimentar la vida consciente con todo lo que conlleva y sin huir.
En cambio, pienso que sí que todo lo que nos rodea tiene significado. O sea, es una señal de algo más, este mundo, la vida que lo envuelve y lo penetra, la Naturaleza, señalan hacia otra realidad, que no se ve, pero que es mucho más real que la que sí se ve.
La Naturaleza nos muestra los efectos, pero no las causas, que siempre permanecen ocultas, en el interior. Por eso el estudio de las causas se llama, entre otras cosas, esoterismo.
Etimológicamente, significado procede del latín signum, y significa señal, marca, insignia. Pero también conlleva el verbo facere, hacer, poner, arreglar. Y la raíz indoeuropea a la que pertenece signum es -*sekw, que significa seguir. Yo entiendo que un significado implica varias cosas: primero, observarlo, contemplarlo y darte cuenta de que eso es algo más que un objeto o un ser físico (planta, animal, río, objeto, estrella, persona…). Después, caer en la cuenta de que te lleva a otro lugar, a otra realidad, que te dice algo tan importante que sí o sí tienes que seguirla, atenderla. Todo es significado, todos somos significado, símbolos diferentes en cuanto a forma, pero que te orientan unánimemente hacia una única realidad invisible, de la que todo lo que ves procede.
Esa realidad no necesita otro verbo que este: ser. Nos invita a serla, conscientemente.
Sentidos de sentido
La palabra sentido tiene una colección de sentidos diversos que cuelgan de ella. Sentido da lugar a sentir, y sentir, a sentimientos… y ahí ya nos perdemos muchas veces. Los sentimientos son apasionados en su mayoría, y la pasión es un padecimiento, como su nombre indica. En general son por lo que sufrimos. No sabemos gestionarlos, ni controlarlos, ni los ponemos en el lugar que se merecen, los situamos en el centro de nuestra vida y de nosotros mismos y lo ocupan todo, con sus exigencias y su intensidad. Les atendemos como si realmente fuesen nuestros, como si fuésemos nosotros mismos y no interpretaciones de lo que pensamos que ocurre.
El sentido es solo una de las dos partes, por cierto contrarias, que componen una dirección. Y eso ya debería de hacernos desconfiar, porque no tiene que haber necesariamente una parte buena y una parte mala, o una conveniente y otra inconveniente.
Nuestros sentidos nos ayudan a captar, a conocer el mundo que nos rodea, pero incluso esa capacidad de percepción la utilizamos tan superficialmente que la información que nos llega es poco significativa y siempre mediatizada por nuestro pensamiento. Y además, nos quedamos con lo que pensamos que percibimos, sin profundizar nunca hasta la consciencia misma de la percepción, el acto de percibir sin juzgar.
Hace mucho tiempo, me dijo un querido maestro:
«Hay un mundo fuera de los sentimientos, de los sentidos y de las pasiones, esperando a quien se quiera despojar de equipajes pesados e inútiles. Y anuncio que es la hostia con patatas»
Ese mundo es el de la realidad, no mediatizada por nuestro pensamiento ni nuestros sentimientos, a la que tenemos acceso si dejamos esa pesada mochila fuera. El miedo y el sufrimiento que conllevan nos impiden ser lo que somos y vivir de forma coherente. Ese miedo es el que sustenta la mentira y la necesidad de creernos nuestro personaje, y de enredarnos en la maraña de justificaciones, sentimientos y resentimientos en que se convierte nuestro día a día.
Puede que todo esto no tenga ningún sentido, pero si lo tiene, seguramente no sea el que quisiéramos. El significado, si somos capaces de contemplar, nos lleva directos a algo mucho más simple, profundo y pleno. Pero hemos de saber mirar, de querer mirar, para poder ver.
La imagen que preside esta entrada es el maravilloso cuadro de Remedios Varo titulado «Naturaleza muerta resucitando».

Gracias por leer y comentar, Hanna. Un abrazo!
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Mucho que pensar acerca de esta reflexión, gracias por compartir.
El cuadro uno de mis favoritos de Remedios.
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