Suri

Apareció por casa a finales de octubre. Con tanto miedo como hambre. Debió de haber nacido por la zona, seguramente en junio o julio, de alguna de las pobres gatas sin castrar que sufren las inclemencias del tiempo, que pasan hambre, que se quedan preñadas a los seis meses de vida, apenas llegadas al mundo, y malviven en los campos, en el bosque, cazando lo que pueden o robando comida para poder alimentar a sus bebés. La naturaleza no es compasiva, su objetivo es la supervivencia de la especie, la generación sin pausa, y las gatas que no han tenido la suerte de encontrar un hogar o de ser castradas viven condenadas a parir cada seis meses y a sufrir enfermedades y accidentes. A veces, es una suerte que su esperanza de vida sea corta.

Como todos los gatos, al principio era miedoso y desconfiado. No se acercaba, miraba desde lejos muy atento al trajín de la comida para gatos que iba y venía de la casa al gallinero, donde viven las dos salvajes carey, Clara y Fosca. Él intentó, al llegar, comer pienso del que tienen ellas a disposición, pero fue sorprendido por mi vecina y salió huyendo.

Debió de pasar tanto miedo que no se atrevió a volver a entrar en el gallinero en horas de luz. Descubrió, sin embargo, que podía entrar, de noche, en la casa de mis vecinos, a través de la gatera, y comer el rico pienso que tienen siempre puesto en la cocina. Un par de veces fue sorprendido por mis vecinos y salió corriendo, pero él se atrevía a entrar incluso de día y los otros gatos de la casa -Mito, Pastelita, Zapatita y Ratita- toleraban su presencia sin problemas.

Era tan pequeño y estaba tan hambriento, que empecé a ponerle un platito de paté, cada mañana. Ese gato no comía, devoraba. Se escondía, salía a comer, y volvía a esconderse justo al terminar. Y así durante largo tiempo. Sospecho que por la noche dormía en casa de mis vecinos, porque al clarear el día yo iba al gallinero con el platito de paté para él, e invariablemente, lo veía salir por la gatera de su casa y, ocultándose entre las hierbas, iba siguiéndome hasta la alberca. Esto llegó a convertirse en un juego diario, mientras él iba ganando confianza y peso.

Pasadas unas semanas, y dado que mi vecina insistía en no dejarle entrar en la casa -de esta etapa han hablado luego los dos y él la ha perdonado-, el gatito decidió probar suerte en nuestra casa, justo al lado. Sospecho que, en el fondo, él ya tenía claro lo que buscaba, pero fue tan discreto y simpático, tan aparentemente desinteresado, que pareció que no, que era yo quien realmente quería meterlo dentro.

Empezó a acercarse al tendedero, cerca de la puerta de la cocina, y descubrió, por la noche, que podía mirar hacia dentro de la casa a través de la puerta de cristales del comedor. Todos nuestros gatos -Cat, Dolça, Tigris, Tigretón y Yoda-, menos Lola, estaban allí dentro, viendo al pequeño sentado al otro lado del cristal, curioso y juguetón. Yo iba a verle, me sentaba en el suelo, desde dentro, y jugaba con él a través del cristal. Él aceptaba el juego, y como ocurrió que eran noches muy frías, le abrí la puerta pensando que se iría corriendo y, en cambio, entró, tímido y algo asustado. Esas primeras noches eligió, para dormir, una silla de la cocina.

Los demás gatos de la casa, medio dormidos y ya curados de espantos, no le hicieron mucho caso. Por la mañana le puse una camita con una manta en el tendedero, a cubierto del viento y el frío, por si quería dormir durante el día o por si, por la noche, no venía a la puerta de cristales del comedor. Y le vi muchos momentos, de día, durmiendo en esa camita, acurrucado y calentito, mientras el frío o la lluvia mantenían a mis otros gatos dentro de la casa.

Una noche, cuando habíamos hecho el ritual de siempre a través del cristal, y él había entrado tímidamente al entreabrirle la puerta, decidí meter esa camita suya dentro de la casa. Así lo hice, y la coloqué entre el comedor y la sala, en uno de los escalones, para que no se encontrara muy arrinconado y pudiera salir corriendo si sentía la necesidad de hacerlo. Siempre recordaré la cara de alegría que puso al ver su camita dentro. Tuvo claro desde el minuto cero que ese era su lugar, y tras jugar un buen rato con uno de los juguetes de gato que encontró en el suelo, se durmió en su mantita, feliz y relajado. Ya no ha vuelto a irse de casa.

Se llama Suri, es un gatito feliz y comilón, divertido, caradura, juguetón y bromista con sus hermanos. Le encanta dormir en su camita, pero también le gusta venir a compartir nuestra manta, en el sofá, sentirse acariciado y disfrutar del calor humano. Pegarse a alguno de sus hermanos y no hacer caso de sus quejas. Nos ha dado risas y felicidad, y creo que también ha cambiado la vida de los otros mininos de la casa, muy acostumbrados a la tranquilidad y las largas siestas del gato adulto.

Suri es positivo en leucemia felina. Es la herencia de su pobre mamá, que seguirá por ahí, malviviendo y pariendo, quizás estando ya enferma. Él es un gato joven y sano, pero su sistema inmunológico es más débil de lo normal, y seguramente, la leucemia se active en él un día y enferme gravemente. Lo más probable es que ocurra en algún momento de su vida. Pero, entretanto, tendrá una buena vida, será feliz, jugará con sus juguetes y con sus hermanos, disfrutará de las caricias y las palabras dulces que tanto les gustan a todos los gatos, compartirá mantita con nosotros y devorará todo el paté que sea puesto a su alcance.

Un día enfermará, como nos puede pasar a todos. Y ese día, nuestro amor por él hará que le evitemos todo sufrimiento innecesario y le liberemos, cuando así nos lo recomiende el veterinario. Le daremos las gracias por tantas risas, tanto amor y tanta belleza, porque habrá llenado nuestra vida y la de sus hermanos gatunos. Y siempre le recordaremos, como recordamos a Lulú, que murió también por la leucemia felina tras unos años de ser feliz con nosotros.

La vida conlleva riesgo de muerte. Y la enfermedad nos acecha a todos, gatos y humanos. Renunciar a unos años de vivir juntos por el miedo al sufrimiento es la negación de la vida. Disfrutar del tiempo que tengamos y compartir los días y las noches es lo que le da sentido.

Suri, te queremos y eres de lo más bonito que nos ha regalado la vida.

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Gracias por tu comentario, Hanna. Así es, el presente es, en realidad, el único momento que existe. Y si no lo llenas de amor, de qué vas a llenarlo? Un fuerte abrazo!

    Me gusta

  2. Avatar de Hanna Hanna dice:

    Que preciosidad de gatito!! Linda historia, y desde luego el pensamiento más positivo, disfrutar el presente, y en el futuro cuando llegue ya se afrontará lo que venga.

    Le gusta a 1 persona

Replica a esthermascaro Cancelar la respuesta