Lo favorable

Si pudierais, ¿qué elegiríais para vuestra vida y la de vuestros seres queridos, situaciones favorables o desfavorables? La pregunta parece una tontería, porque sospecho que todos responderíamos lo mismo. Sin embargo, no lo es… Está claro que no podemos elegir. Como mucho, podemos intentar tomar decisiones que, a priori, utilizando nuestra razón, o nuestra intuición, o la bola de cristal del abuelo, parezca que pueden llevarnos, si nada lo impide, a una situación presumiblemente favorable. O sea, a algo que pueda ser positivo, algo que queremos, algo que quizás nos ayude, algo que posiblemente nos impulse o nos satisfaga -o quizás no-, alguna necesidad. ¿Veis lo que quería decir? Realmente, nada de todo eso está asegurado, ni lo favorable ni lo desfavorable, hagamos lo que hagamos. Así que la pregunta puede que sea más pertinente de lo que parecía al principio… o no.

He comprado un libro del que estoy disfrutando mucho. Se llama «Verbolario», y ha sido escrito por Rodrigo Cortés, guionista, escritor y algunas cosas más. Se trata de un extraño diccionario con 2.500 palabras que el autor dice «haberle robado a la RAE», para definirlas según su criterio y sus luces, y poniendo así sobre la mesa muchos significados ocultos, divertidos y reales como la vida misma si uno se detiene a observar y a pensar, a verla pasar con cierta alegría y a meditar sobre lo que somos y lo que es.

Esta entrada surge de la definición que Cortés hace de la palabra «favorable». Veamos:

Favorable, adj. Forma de viento que facilita el avance, pero perjudica el progreso.

Ay, me temo que Cortés ha dado en el clavo (y no solo con la definición de esta palabra). Porque, volviendo a la pregunta inicial, ¿cuál sería el objetivo de encontrarnos en la vida solamente con cosas favorables? ¿No sufrir? ¿No tener que tomar decisiones? ¿No hacer daño? ¿No aprender nada? Este día de colegio que es la vida, que por necesidad ha de ser fructífero o repites curso, se convertiría en una lección demasiado fácil y aburrida. Elegiríamos lo favorable, sí, pero ¿a costa de qué? En mi pueblo dicen que «mar en calma no hace buenos marineros», así que habrá que aprender a enfrentarse a la tormenta.

Pero la sutileza de Cortés en esa definición está sobre todo en la diferencia que hace de las palabras «avance» y «progreso».

Él mismo define, en ese mismo libro, el verbo «avanzar»:

Avanzar, v. intr. Renunciar a la queja.

Y «progresar»:

Progresar, v. intr. Pasar el dedo por una circunferencia y olvidar haberlo hecho en cada nueva vuelta. // 2. Abstenerse de algo.

Esa «forma de viento» que es lo favorable facilita el avance. Y avanzar es algo positivo en muchos ámbitos de la vida, pero solo si realmente significa renunciar a quejarse… si no, el avance no es real, aunque lo parezca. Relacionándolo con lo favorable, no es suficiente con renunciar a la queja porque claro, ante un camino de rosas, ¿quién va a quejarse? Ante lo favorable, el avance no tiene mérito, como la queja no tendría sentido.

Queja, f. Exigencia bañada en lágrimas. // 2. Profecía autocumplida. // 3. Torsión verbal que persigue los efectos del orgasmo. // 4. Autohechizo.

Lo que sí tiene mérito es progresar, porque significa no solamente ir hacia adelante, sino hacerlo «progresivamente», por pasos, escalones o grados y no de golpe. Así se evita la indigestión. En eso se basa precisamente el aprendizaje, especialmente el aprendizaje iniciático, que es progresivo, no progresista (las malas traducciones del francés le juegan malas pasadas a la Masonería liberal española a veces).

Y a ese progreso realizado progresivamente se refiere la definición de Cortés: pasar el dedo por una circunferencia y olvidar haberlo hecho en cada nueva vuelta… porque en realidad, cada nueva vuelta es distinta de la anterior porque tú, al darla, eres distinto: has ido sumando lo aprendido en cada una de las vueltas, de forma casi inconsciente, sin darte cuenta. Así es el aprendizaje iniciático también, hacia adelante y hacia arriba, simbólicamente en espiral. Y ahí, como dicen los sabios, «lo que es adquirido resta como adquirido», o sea, todo lo aprendido, lo adquirido en el proceso, es tuyo y seguirá siéndolo. Esto, claro, no es aplicable a lo material. Se siente.

Materia, f. Expresión momentánea de una condensación de ideas. // 2. Energía apelmazada en forma, por ejemplo, de mesa.

Aprehender, v. tr. Tomar, pero sin robar.

Aprender, v. tr. Ascender en espiral. // 2. Caminar con los ojos abiertos.

Así que, por raro que parezca, son situaciones desfavorables las que deberíamos elegir si nos hicieran esa pregunta. O, al menos, no quejarnos si nos llegan, y aceptarlas. La aceptación no es fácil, pero es necesaria:

Aceptación, f. Antónimo de resignación. // 2. Modo que la tristeza tiene de comprender. // 3. Mezcla inestable de entendimiento y renuncia.

Nos crecemos ante las adversidades, y todos hemos podido experimentarlo. Ahí es donde nos conocemos y reconocemos, y de ahí es de donde nos llevamos algo que podremos llamar, realmente, nuestro. Y Rodrigo Cortés también lo sabe:

Adversidad, f. Sala de pesas del alma. // 2. Oportunidad del ser humano para probarse a sí mismo.

Por lo visto, solamente así acertaremos:

Acertar, v. tr. Hacer lo que hay que hacer aunque no apetezca hacerlo.

Y aunque acertar y adivinar no sea exactamente lo mismo, es muy probable que una cosa lleve a la otra y aprendamos algo que también es importante, sin tener que recurrir a la bola de cristal del abuelo:

Adivino, m. Observador atento del presente.

Me encanta este libro.

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Avatar de Antonia Antonia dice:

    y dice…Equivocarse: Acertar tarde o temprano

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    1. Gracias por tu comentario, Antonia! Así es 💜

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