Reducción a lo básico

La vida en esta sociedad nuestra es muy curiosa. Desde que somos adolescentes se nos empuja a crearnos un personaje, un personaje que seremos nosotros, el que vivirá nuestra vida… se nos empuja a reafirmarnos como individuos, a hacer amigos y mantener relaciones, a entrar en el juego del rol social con el éxito como meta, un éxito que pasa tanto por la vertiente profesional, como por la económica, como por ese curioso anhelo de «ser alguien» en la vida. Se nos enseña a definirnos no por lo que nos une a los demás o por lo que nos hace exactamente iguales -y que en el fondo, es lo más humano de todo lo que somos, el miedo, la fragilidad, la esperanza…-, sino, precisamente, por lo que se supone que nos hace distintos y por lo tanto, nos divide: gustos, sensibilidades, deseos, opiniones… No tenemos claro hacia dónde nos lleva todo eso, pero acertadamente o no, así construimos nuestra vida. Y, entre todos, la sociedad en la que vivimos.

Y ese personaje que creamos y nos empecinamos en interpretar tiene muchas exigencias, hay que mantenerlo, desde luego. Cuanto más éxito en todos los supuestos de partida, más esfuerzos son necesarios para mantenerlo y reivindicarlo… muchas veces también se requieren sacrificios, aunque cuando suceden no los veamos como tales. La exigencia de éxito profesional -y, por lo tanto, económico- nos lleva en muchas ocasiones a sacrificar el tiempo que deberíamos dedicar a las personas a quienes queremos, o a hacer las cosas que nos gustan, aunque sean de poco valor lucrativo. Hay una larga etapa de la vida en que hacer cosas de forma desinteresada se considera casi inútil, sobre todo porque no reportan beneficios contables y no sobra el tiempo: hay que labrarse una carrera profesional y producir, hay que ser útil a la sociedad (¿?).

De ser útil a uno mismo nunca nos dicen nada. Como si, sin serlo, fuera posible ser de utilidad alguna. Pero, ¿qué le vamos a hacer? Vivimos en una sociedad que ha relegado la filosofía a los anuncios de coches y bancos.

Además, hay que ahorrar tiempo, aprovecharlo al completo según se nos dicta desde fuera… pero siempre vamos mal de tiempo, en realidad. Pasan los días y las semanas sin enterarnos, porque, permanentemente, cada día, lo pasamos deseando que llegue el viernes, o las vacaciones, o el año que viene… qué absurdo, ¿verdad? Pero así es cómo vivimos en la sociedad del entretenimiento.

Cuando entramos en ese camino de la vida adulta en busca del éxito, previamente diseñado desde fuera, tenemos poca capacidad de juicio y maniobra. Simplemente, hacemos lo que se supone que tenemos que hacer. Como autómatas, nos metemos en la boca del lobo sin siquiera sospecharlo. Y sin que nadie nos advierta de ello, ni siquiera las personas en quien confiamos. Ellas también están ahí.

Hay que trabajar, hay que producir, hay que obtener ingresos, hay que consumir, hay que endeudarse, hay que exhibir el éxito, hay que hacer, hacer, hacer… y también, parecer, parecer y parecer.

Aquellos que no entran en ese camino, o que se resisten, son considerados unos fracasados. Qué triste, ¿verdad? El fracaso o el éxito se miden en dinero, en posesiones, en capacidad adquisitiva… Eso es lo importante. De hecho, esa curiosa expresión, «capacidad adquisitiva», ha llegado a ser sinónimo de éxito. Aunque solo quiere decir que uno puede comprar cosas -que aunque sean muchas y caras, siguen siendo cosas-. No se puede comprar tiempo.

Ahora me acuerdo de cómo, en «El Principito», el autor dice:

«Las personas grandes aman las cifras. Cuando les habláis de un nuevo amigo, no os interrogan jamás sobre lo esencial. Jamás os dicen: «¿Cómo es el timbre de su voz? ¿Cuáles son los juegos que prefiere? ¿Colecciona mariposas?». En cambio, os preguntan: «¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos tiene? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?». Solo entonces creen conocerle».

Antoine de Saint-Exupéry «El Principito»

Y así es. Lo importante de verdad no nos interesa, siempre estamos atentos a lo circunstancial, a lo superficial, nunca a lo esencial. Y así nos permitimos juzgar. Y así somos juzgados.

Los «fracasados» nos dan algo de lástima, quizá en el fondo también nos incomoden, porque su existencia demuestra que es posible vivir fuera del corsé de la obsesión por el éxito. Pero seguimos adelante porque, ¿qué otra cosa podemos hacer? No podemos pararnos, no podemos apagar el ruido, porque entonces, quizá, en la inmovilidad y el silencio, oigamos en nuestro interior una voz que grita. La trampa perfecta se ha cerrado sobre nosotros.

¿Os habéis planteado alguna vez en qué consiste, realmente, ser útil? ¿Por qué relacionamos ser útil con ser productivo? Es curioso cómo el capitalismo ha esculpido nuestras conciencias y nuestras sociedades, cómo lo damos por bueno sin replantearnos ninguno de sus supuestos, mientras damos por malo todo lo que no sea producir, ingresar, consumir.

Recuerdo eso que sonaba tan raro, en los años de instituto, de «la alienación» de los trabajadores, como decía Karl Marx. No recuerdo mucho de esas lecciones, pero esa palabra me sonaba rara referida a unas personas. Ahora entiendo que, de hecho, se trataba simplemente de explicar cómo la persona que producía unos bienes era separada de ellos, y, en el proceso, persona y bienes se convertían en mercancía. Ahí seguimos, en una sociedad que mercantiliza todo: personas, sentimientos, emociones, objetos, seres vivos, naturaleza, recursos naturales, ideas, conocimientos, valores, símbolos… quienes ya no son útiles (o sea, productivos) son apartados sin miramientos, igual que aquellos que nunca lo han sido. «Población de desecho», decía, en una expresión tan terrible como acertada, José Luis Sampedro. Y ahí caben todos los que no encajan en el molde, por motivos sociales, culturales, económicos, raciales, religiosos, sexuales…

Desde la perspectiva que dan los años, pienso que es una suerte si, en algún momento de nuestra vida, podemos levantar la cabeza y atisbar más allá de la nube tóxica en la que vivimos. Fuera, el aire es limpio, y la naturaleza luce unos colores maravillosos, y el silencio y el sonido son ambos amigables, no existe el miedo, ni existe lo inútil, porque todo tiene un sentido y un objeto, personas, seres vivos y cosas. Fuera de esa nube, todo lo importante, lo esencial, es gratis. Ser es suficiente por sí mismo, y lo importante es, efectivamente, de qué color son los ojos de tu amigo o cómo es el timbre de su voz… cómo de limpia es su mirada y qué lleva en el corazón. Qué das porque quieres y qué recibes sin buscarlo.

La colaboración sin interés, el intercambio sin hipotecas, la maravillosa oportunidad de crecer juntos, sin preguntarnos hasta dónde o hasta cuándo, ni cuánto nos reportará esa relación o esa acción que emprendemos. Poder mirar al otro, o a nuestro propio interior, y descubrir que nuestro personaje es muy pequeño, que ya ni recuerda nada de su carrera o sus «éxitos», que ha aparcado esas ambiciones dictadas desde fuera para dedicarse a cultivar rosas, a cuidar, a admirar las estrellas o las puestas de sol, a hacer cosas totalmente insignificantes y socialmente, económicamente, «inútiles». No hacer daño a nadie y vivir cada día desde la capacidad de sorpresa, desde la admiración, desde el descubrimiento.

La felicidad se compone de pequeñas cosas, ni es rimbombante ni cegadora. Es discreta, humilde, se asienta en los pequeños detalles de cada día, en la delicadeza, en ser capaz de disfrutar el aquí y ahora, de ser consciente de este momento, de cada momento, sin pensar en el pasado ni en el futuro. Vivir todas las horas en que estamos despiertos y vivirlas conscientemente. He descubierto que ahora los días y las semanas son más largos.

Recuperar la sonrisa es importante. Y la amabilidad. Y el tiempo para saludar y conversar con el vecino. Y sospecho que ser «inútil» conlleva todo eso al fin, sin presiones, sin competitividad, sin ambición… simplemente, sentirse feliz y agradecido por cada nueva aurora, sentirse más cerca de la libertad y de la base, de la esencia, que nos alcanza a todos y que siempre es gratis. Rozar, con la punta de los dedos, la inmortalidad…

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Encantadora e impecable esta entrada… empiezo a seguirte y leerte.

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    1. Me alegro mucho! Gracias por leerme y comentar, un abrazo desde Menorca!

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