La comunión de las almas

Me gustaría mucho poder decirle a un querido amigo lo que quiere escuchar. Sin embargo, y aunque hay una parte hermosa en ese anhelo suyo, y una parte totalmente verdadera, no podría evitarle la verdad final, la que buscamos, la que parece ser que es porque en ella coinciden todas las tradiciones… entiendo que no le plazca, o que no esté totalmente de acuerdo, porque en el fondo nada nos gusta más que nosotros mismos, a pesar de lo pequeños que somos… y es que somos también raíces que se levantan de la tierra hacia el sol y abren sus ramas, que se mecen con el viento y dan cobijo a muchos seres más pequeños. Todo eso somos, y podríamos ser más… y nos gustamos, y es bueno que sea así. Cuesta mucho llegar a ser lo que uno es, aunque en realidad se trate solo de uno más de los personajes que hay que encarnar… pero sí, hablemos de la comunión de las almas, porque es un hermoso tema, aunque difícil.

Veamos, primero, un poco de etimología. La palabra «comunión» viene de la raíz indoeuropea kom-, que significa junto, cerca de. Es interesante que la misma raíz forme palabras como «compañero», «composición», «comunicación», «compartir» y también «combustión», entre muchas otras. Queda clara la idea de algo que está cerca, junto a, que en cierto modo comparte la misma suerte, ya se expanda o se consuma.

En latín, comunión viene de communio, un adjetivo que significa «aquel que cumple con su cargo o con su deber». Está formada por el prefijo con-, que significa una idea similar: la de algo entero, junto, completo. Además, forma parte de nuestra palabra de referencia el término latino munus-muneris, que es cargo, deber u ocupación. Y finalmente, la forma el sufijo -ión, que significa acción o efecto. Al parecer, Cicerón utilizaba mucho esta palabra en sus discursos políticos, en referencia a la comunidad, al conjunto de personas que comparten cargos y obligaciones.

El sacramento de la comunión tiene el mismo significado, solo que lo que es compartido es el pan y el vino que simbolizan el cuerpo y la sangre de Cristo.

Bien, queda claro que todo el sentido de la palabra es el de compartir, juntar, estar cerca… pero también parece que estamos hablando de un deber, en todos los casos, ya que ser miembro de la comunidad de los que comulgan también comporta obligaciones.

Sea como sea, parece que ese compartir es bastante poco optativo. O sea, se comparte por deber, porque no hay otra opción. Es así como tiene que ser.

El alma, lo que somos

El alma (psyque), por otra parte, es el soplo vital, la chispa divina que es infundida en nosotros y constituye nuestra parte inmortal. No debemos confundirla ni con el espíritu (pneuma) ni con la mente o el sentido (nous). Como explicamos en «A vueltas con el alma«, es la chispa del fuego divino que se encarna en un cuerpo físico, en un cuerpo humano. Es el origen y la sede de nuestra conciencia, el fundamento del ser humano, y de ella proceden todas nuestras facultades superiores.

El alma es, pues, lo que somos realmente.  Cuando el alma está en el Uno (Dios, o como queráis llamarlo, en su casa, de donde procede) es luz pura, ese es su cuerpo, o su vestido, hecho de la energía más luminosa que existe. Cuando el alma baja a la materia densa para encarnarse, para meterse en un cuerpo de carne al que infundirle la vida, tiene que dejar ese envoltorio de luz, pero necesita de otro cuerpo adaptado a los mundos por los que pasa, a medida que desciende, hasta este mundo terrenal. Ese cuerpo del que se reviste en su camino descendente es el cuerpo astral o espíritu. Cuando llega a la tierra, donde existe la materia más densa de todas, el alma, revestida del espíritu, entra dentro de un cuerpo carnal, un cuerpo humano. Y ahí sigue hasta que ese cuerpo muere.

Pero no olvidemos lo que es… una chispa procedente del fuego, de la luz divina. Una chispa maravillosa, brillante, llena de potencial, como una semilla mágica minúscula que podrá convertirse en un gigantesco baobab… pero que un día deberá volver a su hogar, a reintegrarse en ese fuego que nunca se apaga.

Algo que subsiste

Y sí, ciertamente, si esa alma es la que viene, viaja al mundo de la materia, vive temporalmente en él, aprende y se transforma, junto con la materia en la que vive, y si como dicen los maestros alquimistas «lo que es adquirido permanece adquirido», podemos pensar que algo de ella (por no decir «de nosotros», que es distinto) subsiste en cada viaje y en cada descenso, en cada encarnación y en cada retorno… y es bonito pensarlo, porque realmente si no fuera así, no tendría objeto el ciclo de nacimientos y muertes. Sabemos por la alquimia que el proceso se va completando lentamente, en purificaciones sucesivas, hacia la perfección.

Pero cuando hablamos de «comunión de las almas», ¿de qué hablamos realmente? No me cabe duda de que existe una conexión especial entre determinadas almas, además de la gran conexión entre todas ellas en función de su naturaleza. Y claro, tiene que ver con el amor, porque en el fondo, solo el amor fundamenta y mantiene el mundo.

El fondo de toda enseñanza iniciática es el mismo, como decíamos en «La enseñanza esotérica«, de la mano del filósofo Peter Kingsley: que no sólo existimos mientras vivimos encarnados en mortales, sino que también seguimos existiendo cuando nos liberamos de nuestros cuerpos.

Vivir encarnados es obra del Amor, para el sabio Empédocles, que en el mundo físico y en la alquimia sería la coagulación. Pero lo que él llamaba Discordia es lo que nos libera, es la disolución, que le quita a nuestra alma el peso del cuerpo y le da la oportunidad de volver a su hogar. Y atención a esto porque es muy importante: la purificación necesaria para ello se lleva a cabo en la coagulación, o sea, en este mundo, mientras vivimos encarnados.

La energía universal

Pero en realidad… a pesar de esa diferencia manifiesta entre coagulación y disolución, ¿no podríamos decir, mirando un poco más arriba, que el Amor es el artífice de todo? Quizá algunos, con un ojo puesto en los Vedas, hablarían de deseo más que de amor (podéis ver «La plenitud» y «Logos mente y palabra«)… pero al final quizá pueda ser lo mismo: la enorme fuerza atrayente de la energía universal que ni se crea ni se destruye, pero crea y transforma sin cesar. Inspira y expira, atrae y expulsa, vivifica y mortifica, sin pausa. A mí me parece que sí, ciertamente, solo esa energía existe.

En la entrada titulada «Lo del amor«, hablamos de lo que dice el poeta Ibn Hazm:

«Mi parecer es que consiste en la unión entre partes de almas que, en este mundo creado, andan divididas, en relación a como primero eran en su elevada esencia»

Ibn Hazm («El collar de la paloma»)

«Cada cosa busca a su semejante«, añade el poeta, y ese es el secreto de «la afinidad o la repulsión» que hay entre las cosas creadas. Esto me parece bastante cercano a la comunión de las almas entendida en este mundo, a esa conexión especial.

El amor, explica, responde a la «mutua simpatía entre los iguales»… y añade:

«Reconocemos, por tanto, que el amor es algo que radica en la misma esencia del alma»

El amor, pues, sería

«Una elección espiritual y una como fusión de las almas»

Aunque el poeta habla del amor sentimental, a mí me parece que esa «fusión de las almas» puede ser algo muy parecido a la «comunión de las almas», quitando de en medio el factor «romántico», que no tiene nada que ver, en realidad, con el amor, sino con la versión mercantilizada y sensiblera de este principal atributo del alma humana, reflejo de la energía universal, que nos hemos acostumbrado a banalizar.

Las almas son lanzadas a este mundo como entidades incompletas que necesitan encontrar y recuperar algo que les falta, y es en este mundo «donde los que se reconocen se hacen amigos y los que se desconocen se separan«, como dice Ibn Hazm y como también apunta Fulcanelli al hablar de la muerte en «Las moradas filosofales» (de ello hablamos en «La muerte, y sin embargo…«):

«El alma, liberada de la carga corporal, goza, en plena expansión, de una maravillosa independencia, toda bañada de luz».

Fulcanelli, «Las moradas filosofales»

Deberíamos saber, como saben los filósofos, que las fases de vitalidad material y de existencia espiritual se suceden unas y otras según sus leyes.

Y atención, porque:

«El alma solo abandona su cuerpo terrestre para animar otro nuevo. El anciano de ayer es el niño de mañana. Los desaparecidos se vuelven a hallar, los extraviados se aproximan y los muertos renacen. Y la atracción misteriosa que liga entre sí a los seres y las cosas de evolución semejante, reúne, sin que lo sepan, a los que todavía viven y a los que ya no están».

Porque no existe la separación verdadera y total y «la simple ausencia» no debería producirnos angustia. Nos reconocemos en este mundo, aunque sea con envolturas distintas. Luego será porque también en el otro nos conocemos.

Una fusión lejana

Una posibilidad: aunque el objetivo final de todo esto sea la reunificación, en lo que coinciden todas las tradiciones, también es cierto que ese objetivo parece muy, muy, lejano. Y que de momento, estamos aquí picando piedra y, previsiblemente, volveremos a este mundo a seguir picando piedra unas cuantas veces. No como el personaje que encarnamos ahora, claro, sino como alguien distinto que, sin embargo, deberá completar otra parte de la misma lección. Una hermosa foma de explicarlo es como lo hace este cuento sufi.

La «comunión de las almas» es en el otro mundo, al menos, la comunión definitiva. Pero también en este. Las almas se buscan, se encuentran, se unen y se reúnen tanto en el paraíso celestial como en el paraíso terrenal, y tiene sentido, puesto que es parte de su deber.

El camino es individual e intransferible, pero nunca se recorre en soledad. En realidad, si miramos hacia adentro, nunca podemos estar solos, y parte de la belleza de recorrerlo en este mundo, con más o menos decisión, perseverancia o acierto, es encontrarte con otros caminantes y compartir con ellos el pan y el vino.

La imagen que preside esta entrada es el cuadro titulado «La huida» (1961), de la maravillosa Remedios Varo.

Los libros o autores citados:

«Las moradas filosofales», Fulcanelli (Plaza & Janés 1969)

«El alma, el espíritu y el sentido», de Pere Sánchez Ferré, (editorial Mandala, José J. de Olañeta, 2016)

«El collar de la paloma», Ibn Hazm (Alianza Editorial 2020)

«Realidad», Peter Kingsley (Atalanta 2021)

«El ardor», Roberto Calasso (Anagrama 2016)

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Avatar de Hanna Hanna dice:

    Precioso todo lo que recogemos, comparto la forma en que abordas el tema. Gracias por compartir💖🪄

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    1. Gracias a ti Hanna, por leer y comentar. Entre todos es más fácil comprender! Un abrazo

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