Sant Joan en Ciutadella

«Encara sé d’un poble que viu sota l’elegíac

so de les campanes,

i que cada any, assenyalats dies,

tan blanca com la calç batega la seva ànima,

quan sent, pausats i rítmics,

com canten un tambor i un fabiol…

Conec encara un poble d’un passat quasi mític

gelós, gelós, d’un vell tresor…

Pere Xerxa

Las fiestas de Sant Joan, en Ciutadella (Menorca), donde tengo la suerte de vivir, son, para la gente de aquí, el inicio y el final del año. El calendario de los ciutadellencs empieza en junio, más o menos una semana antes de las fiestas, que se celebran el 23 y el 24, con algunos días festivos previos.

Es una fiesta espectacular, de origen antiguo y vivida con pasión por propios y extraños, porque te atrapa en su historia, sus protocolos, sus curiosidades, sus personajes, su misterio, su belleza que te deja sin aliento, sus símbolos y su origen, rastreable, aunque con dificultad, a partir de 1287.

No hablaré aquí de la fiesta. Hay mucho escrito, pero es que además, como ocurre con todas las fiestas, la única forma posible de conocerla es ir a Ciutadella y disfrutarla en la calle, sudando y andando sobre la arena que tapiza el pavimento para evitar que los caballos resbalen, disfrutando de la hospitalidad, viendo cómo los caballos entran en las casas, la emoción dibujada en la cara de pequeños y ancianos. Uno no puede describir el sabor de las cerezas, quien no las ha probado no puede imaginarlo por muy bien que se lo expliquen. La fiesta se conoce solamente sumergiéndose en ella y dejándose llevar.

Qué es lo importante

Pero sí hablaré del deber y la responsabilidad que la fiesta conlleva. Hablar de deber es algo muy cansado, aburrido y parece que digno de otra época, porque los habitantes del siglo XXI preferimos hablar de derechos, y todos tenemos muchos y todos sabemos cuáles son. Los esgrimimos a la menor oportunidad, normalmente para atizarle a otro en la cabeza, aunque los derechos desde luego no sirven para eso. Pero hablar de deberes nos aburre, nos cansa, porque normalmente significa tener que hacer algo que no nos apetece.

No todas las personas que viven en Ciutadella pueden protagonizar la fiesta montados a caballo, formar parte de la Qualcada, la cabalgata. Es un privilegio que se guarda para algunos, en función del lugar que ocupan en la sociedad, de su oficio, de su apellido, de su modo de vida… Quienes van montados a caballo representan los estamentos de la sociedad medieval: el caballero, el capellán, el maestro artesano, el aprendiz, dos payeses (agricultores del norte y del sur del término municipal) y luego una larga fila de «cavallers» que, del más joven (unos 7 años) al mayor (más de 80), son gente del campo, de familias con larga tradición en la fiesta y muchas horas de trabajo al sol.

Bien, estas personas, todos ellos hombres, representan un papel. No salen por ser fulanito o menganito, sino por sus oficios, porque representan a los oficios tradicionales de la sociedad medieval que daban lugar a las obrerías y cofradías, además del clero y los caballeros (en este último caso salen a la fiesta por apellido, pero por pertenecer a un linaje y cumplir con unos requisitos, no por ser fulanito). Todos ellos, incluido el «fabioler«, que va delante marcando el paso y anunciando la comitiva, representan un papel y son los responsables de hacerlo lo mejor posible, para disfrute del propietario de la fiesta: el pueblo.

Porque al final, ese es el objetivo de las fiestas: el disfrute, la alegría, la convivencia más allá de los deberes y problemas del día a día… durante las fiestas, todas las personas pueden librarse a la alegría y al más absoluto disfrute, olvidándose de deberes y problemas… todos menos ellos, los que van a caballo, y que están ahí para ofrecer a los demás unas buenas fiestas, un buen espectáculo, una buena Qualcada, con sus horarios, sus actos, sus protocolos, sus normas no escritas de etiqueta, etc.

Deber y responsabilidad

Ahí radica su deber y su responsabilidad. Y deberían tenerlo claro, tener claro que ellos no están ahí para olvidarse de todo y disfrutar de su protagonismo, simplemente buscando sus 5 minutos de gloria, o el hecho de sentirse importantes o parte principal de algo. Lo son, claro que sí, son protagonistas y parte principal de la fiesta, pero eso es así porque cumplen con unas condiciones que les hacen ser, en estos días, unos privilegiados. A cambio de ese privilegio, se les debe exigir voluntad de servicio, responsabilidad y respeto.

El Caixer Senyor, el que representa a los caballeros, no está ahí para hacer y deshacer a su antojo, para decidir excentricidades, para forzar al límite los protocolos o, directamente, saltárselos. De hecho, su cometido debería ser todo lo contrario, como máximo responsable de que se cumplan los actos y los horarios previstos, y de que todos los jinetes tengan un comportamiento adecuado a su papel. Fulanito, la persona que encarna cada bienio al Caixer Senyor, no importa. No es relevante. Lo importante, para la fiesta, es el cargo que ocupa en la Qualcada, como presidente y máximo responsable. Ese es su deber, y en esa responsabilidad debería invertir todos sus esfuerzos, voluntad y conocimiento. Ponerse en su lugar y sitio, en su papel, y ejecutarlo con diligencia y eficacia, con sentido de la tradición y respeto. Respeto por el legado, por el camino marcado por los ancestros, respeto por una herencia que nosotros deberemos, a nuestro turno, legar a las generaciones futuras, a ser posible sin haber roto nada. Y esto nos incumbe a todos, pero muy especialmente a él, porque un gran poder conlleva una gran responsabilidad.

Lo mismo puede decirse para todos los demás miembros de la Junta de Caixers, los que ocupan esos seis lugares privilegiados, porque todos tienen un cometido específico. No importan las personas, sino el cargo y los deberes que se desprenden de él para con la fiesta. Todos y cada uno de ellos representan algo, recrean algo, y por eso son importantes y están ahí, no por ser quiénes son.

Personalismo contra servicio

Sé que si leyeran esto, a muchos no les gustaría. Tampoco entenderían nada. Y es una pena, porque con el paso de los años el personalismo está ganando la partida al deber y a la responsabilidad, y cada cual sale a la fiesta pensando en su propio disfrute y en lo que le hace ilusión, en lo maravilloso que será ser protagonista. Muy pocos piensan en el servicio al pueblo, en la responsabilidad de representar un papel lo mejor y más dignamente posible para disfrute de todos, para que todo salga bien, para que la satisfacción y el éxito sean de la colectividad y no de uno mismo y para que, simplemente, lo que tiene que ser hecho lo sea del mejor modo posible. Es lo mismo que pretende un actor encima del escenario, o un cantante de ópera… claro que hay una parte de disfrute personal, pero lo más importante es responder a las expectativas del público y del papel que se representa, ofrecer un digno espectáculo y cumplir.

Y quien no esté dispuesto, gentilmente puede declinar la invitación y no subirse al caballo. Pero si acepta, debería ser con todas las consecuencias.

Hay demasiada gente que busca, hoy en día, sus 10 minutos de gloria. Discursos farragosos e innecesarios; palabras que siempre buscan diferenciarse y personalizarse en lugar de decir, simple y llanamente, lo que tienen que decir en cada momento y que está previsto; gustos personales por encima de tradiciones y símbolos; caprichos que pretenden constreñir un protocolo que tiene sentido; filias y fobias, peticiones fuera de la ética, elecciones disparatadas y sin sentido pero que favorecen a amigos o familiares, ocurrencias poco respetuosas con la tradición, opiniones y gustos que nada tienen que ver con el objetivo de la fiesta, personajes que intervienen públicamente cuando su papel debería no ser relevante… al final, creo que el resumen es, por un lado, desconocimiento absoluto de lo que es la fiesta y lo que representa, y por otro, egos por todas partes reclamando su libra de carne de Sant Joan, como Shylock en «El mercader de Venecia». Sin duda, pensando que tienen derecho a ella porque son quienes son… y no, no es así.

La combinación es letal de necesidad: ignorancia y ego, los grandes enemigos de todo lo bueno, bello y sólido.

¿Llegaremos a comprender?

Siempre tengo la esperanza de que un día, alguien, no sé muy bien quién, devolverá el sentido de la mesura a mis compatriotas del pueblo y entenderán la importancia de lo que hacen, por qué son sus deberes y responsabilidades lo que deberían enfrentar con valentía y orgullo, dejando de lado sus egos y sus caprichos. Pienso que un día, volveremos a dar importancia a la vocación de servicio, a la alegría de hacer algo por los demás, al respeto por un legado construido por personas que ya no están, al objetivo de hacer algo por el disfrute de todos y porque, simplemente, es lo que hemos de hacer: unos, porque la fiesta es nuestra, porque somos el pueblo que la merece y la disfruta y la espera todo el año, y también hemos de velar por ella; y los otros, porque son unos privilegiados que pueden hacer algo que muchos quisieran hacer y no pueden, porque les ha tocado a ellos la alegría de servir. Es un privilegio que tienen y que debe ser pagado con su voluntad de servicio, es una confianza que les otorgamos y que debe ser devuelta, y esa correspondencia básica se ha perdido. El Caixer Senyor no es el amo de la fiesta, es su principal servidor y quien más ha de velar por ella.

También es cierto que muchos de mis compatriotas que no participan a caballo en la fiesta se han vuelto poco exigentes y tampoco piensan en la fiesta como un bien común a cuidar y defender entre todos. Cada cual sale a pasarlo bien, a disfrutar de sus momentos. Aceptan enfrascarse en polémicas absurdas, pero rechazan un debate serio sobre cuestiones importantes, de vida o muerte, para Sant Joan.

Algunos dicen eso de «siempre se ha hecho así», sin tener realmente ni idea de cómo ha sido la evolución de la fiesta; otros dicen que «no se deben mezclar otras cosas con Sant Joan», y así aceptan que algunos de los protagonistas a caballo sean muy indignos de estar ahí. Todo vale si lo que queremos es divertirnos y no pensar. Y así pasan los años, y así vamos perdiendo más significados… y la fiesta se empobrece, se difumina, pierde poco a poco su conexión con el pasado y su sentido, que ya no interesa a nadie, y el personalismo lo invade todo, bienio a bienio.

Esos locos cabezotas

Luchando contra la marea del personalismo y la falta de coherencia, sentido común y responsabilidad, hay siempre un grupo de locos, de ciudadanos bienintencionados que ven claros los peligros. Su lucha es a dos bandas, contra la corriente de cretinismo que está afectando a la fiesta y, en ocasiones, contra la pasividad de unos poderes públicos que están demasiado inmersos en su rueda burocrática como para darse cuenta de la realidad y cambiarla.

Esos ciudadanos sí que realizan un buen servicio a la comunidad, aunque no les escuchen, aunque se burlen de ellos, aunque les traten de locos o de exagerados. Por suerte, están ahí, son valientes y cabezotas y no se dejan amilanar, resisten las embestidas de unos y otros e intentan poner cordura en el festival de vanidades y disparates en que los otros quieren convertir la fiesta. Son pocos, pero ahí están, siempre defendiendo un escaso terreno ganado a la estupidez y que la estupidez sigue reclamando.

Y es una buena noticia saber que algunos de los que viven la fiesta a caballo, algunos de esos privilegiados, aunque pocos, pertenecen también al grupo de los locos con sentido común y sentido de la responsabilidad. No todo está perdido.

Un día, espero, podré mirar la Qualcada de nuevo y no sentir que algunos de los que están ahí figurando en realidad no lo merecen, porque ni saben lo que hacen, ni lo que deben hacer, ni por qué.

Un día, ignorancia y egos serán intercambiados por conocimiento, respeto y responsabilidad, y entonces Sant Joan recuperará la misma sobriedad y el sentido del deber que tenía cuando, poco después de 1287, esos personajes a caballo salían de las murallas de Ciutadella para dirigirse a una ermita rural donde celebrarían el solsticio de verano y compartirían la Luz de los iniciados, volviendo a cruzar las murallas tras la puesta de sol, sabiendo cada uno cuál era su lugar y sitio, y teniendo muy claro qué estaban haciendo y por qué.

Seguramente entonces el pueblo no les acompañaba festivamente, era un acto íntimo de un grupo de hombres que compartían algo. Pero el tiempo fue modificando ese origen de un acto sagrado casi secreto, para volcarse en la calle y contar con la participación festiva de todos. Es maravillosa esa evolución, esa popularización, convertir en una fiesta para todo el mundo, abierta, callejera, un acto en origen tan sencillo e íntimo.

El legado

La tradición es un legado que viene de lejos. Por supuesto que cambia con el tiempo, se adapta, innova hasta cierto punto, y Sant Joan es una fiesta viva, no un cadáver en la mesa del taxidermista. Pero esto no quiere decir que todo esté permitido, que todo pueda hacerse y que baste con tener un capricho para pretender fijarlo en la fiesta. A pesar de la evolución sufrida, o gracias a ella, existe un continuo, una línea simbólica de significado que proviene del origen y llega hasta a nuestros días. Eso es lo que debe ser respetado. Antes, la gente desconocía por qué se hacían muchas cosas, pero las seguía haciendo porque era lo que había recibido de sus padres. Ahora, seguimos desconociendo el por qué, pero nos sentimos con derecho a cambiar e innovar, desde la ignorancia.

Como se dice, «la tradición es la transmisión del fuego, no la adoración de las cenizas», lo cual quiere decir que ese fuego debe seguir ahí y todos debemos velar para que se mantenga, para seguir transmitiéndolo de generación en generación… son las cenizas lo que cambia con el paso del tiempo, lo que no es fundamental.

Muchos de los actuales protagonistas de la fiesta, que son renovados cada dos años, no lo están haciendo bien, no responden a las expectativas, sobre todo los Caixers Senyors, por su falta de conocimiento y respeto por la fiesta. Pero es que las expectativas que el pueblo vuelca sobre ellos también son muy poca cosa.

Un amigo me ha dicho una frase que resume exactamente lo que quería decir en esta entrada, así que si empezáis por el final no hace falta que os leáis todo lo de arriba:

«Quien no vive para servir no sirve para vivir»

2 Comentarios Agrega el tuyo

    1. Gracias por leer y opinar.

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