El hombre paciente

«La paciencia es la escalera de los filósofos, y la humildad, la puerta de su jardín»

Cita de Fulcanelli en «Las moradas filosofales»

No se precipita, no toma decisiones irreflexivas, no deja que los sentimientos o las emociones se entrometan a la hora de decir, decidir, hacer, no tiene prisa… el hombre paciente nunca pierde el tiempo, porque es el amo del tiempo, no es él quien está sometido y va como pollo sin cabeza por la vida, sino al contrario: el tiempo le pertenece.

El hombre paciente es mesurado. Igual que nunca está eufórico, tampoco está nunca desolado… sabe que la vida es un péndulo constante de la luz a la oscuridad, de la risa al llanto, de algo que llamamos bueno a algo que llamamos malo y que, objetivamente, ni es bueno ni es malo… y que el punto justo está en medio.

Nunca se da del todo, se acerca afable aunque cauteloso, y mantiene siempre cierta reserva, aunque sea amable con los demás y hasta cercano en ocasiones. Hace como los gatos, que tardan en confiar y te van sometiendo a pequeñas pruebas para comprobar que eres digno de su afecto, pero a diferencia de ellos, ni con atención y cariño consigues que se entregue del todo… no es por suspicacia, sino por discreción.

«Haz lo que debas…»

Puede que se libre, en un momento dado, a un juego de palabras, a un coqueteo inocente, pero sobrevolando solamente sensaciones, sin aterrizar en el campo de la emoción o los sentimientos, de los que desconfía. Quizá prefiera el deseo, como algo puntual que viene y se va sin comprometer, sin dejar rastro.

Defiende la justicia, quiere hacer el bien, no va contra nadie, aunque haya situaciones que aborrece y quisiera cambiar. También sabe que no puede conseguirlo en muchas ocasiones, y se conforma con cumplir con su deber sin esperar recompensa o consecuencias favorables… «Haz lo que debas, sea lo que quiera».

Ama lo sencillo, lo que fluye solo y sin esfuerzo. Nunca cae en exageraciones o palabras altisonantes, también en las palabras es mesurado, sobre todo en la cantidad. Por eso, cuando dice algo, puedes escucharle y confiar en ello.

Nunca juzga a los demás, los acepta como son y trata a todo el mundo con la misma cortesía. Si algo se le hace incompatible, simplemente se aleja, sin gesticular ni anunciarlo, discretamente, como lo hace todo.

La profundidad de las marcas

Le interesa el mundo que le rodea, a veces como un lugar de exploración, otras como un territorio propicio para la búsqueda, aunque se siente más cómodo como explorador: pasa sin dejar huella, sin llevarse nada, admirando y observando, sin apego… no aspira a certezas, y deja su propio crecimiento a merced del camino, sin intervenir, ni buscar, ni provocar. Y no es por desinterés, sino por inclinación natural hacia lo no invasivo, hacia lo que no deja marcas profundas.

Y siendo paciente, y pudiendo ser humilde, podría ser un excelente buscador, sumergiéndose, dejándose marcar sin reservas por lo que vaya encontrando.

Quizá no sea excluyente, después de todo, el gusto por la exploración y la entrega a la búsqueda… o quizá sí, porque veo que sin llamarla, ha comparecido naturalmente la palabra «entrega»… entregarse a la búsqueda, porque eso es realmente lo que la búsqueda exige. Entregarse es un requisito previo, porque no se puede estar en misa y repicando.

Pero no pasa nada… no todo el mundo está dispuesto a entregarse. Entregarse, en todos los sentidos, es darse, es en cierto modo olvidarse de sí y ponerse a sí mismo a disposición de otra voluntad. La búsqueda exige estar al servicio de algo distinto –y superior– a uno mismo. Entiendo que es complicado y comprometido, y en ocasiones, difícil de aceptar.

El punto de encuentro no es…

Lo que sospecho es que quizá el punto de encuentro de exploradores y buscadores no esté en lo que hacen, o con qué motivación lo hacen… unos entran en la madriguera y otros sobrevuelan territorios, parecen hechos bastante distintos… Pero quizá lo que les une sea, después de todo, lo que necesitan impepinablemente para andar su camino –ahondar o sobrevolar–, algo que sirve para andar todos los caminos, de hecho: la paciencia. Algunos la llevan incorporada al empezar y otros han de aprender a construirla, pero después de todo, de eso se trata.

La vida es un largo día de escuela para todos, porque nadie nos ha preguntado y la vida no depende ni de nuestra voluntad ni de nuestros gustos o creencias.

Otra cosa que puede unirles, pienso, es el sentido del humor con que sean capaces de mirar alrededor. El humor es un lenguaje que permite decir sin nombrar y revelar sin juzgar, que aligera la pesadez del camino y que acerca a personas con las que quizá no te une nada más… el sentido del humor no se comparte con todo el mundo, no es un atributo universal y no basta con tenerlo para compartirlo. Quien te hace reír y sonreír es un buen compañero de viaje, sin duda.

La mochila

Así pues, metemos en nuestra mochila paciencia (cada uno la dosis de que disponga, pero sin renunciar a conseguirla completa), sentido del humor y otros rasgos comunes a buscadores y exploradores: sentido de la observación, interés por la verdad, pocas ganas de juzgar lo que vemos, el impulso de cambiar lo que sí podemos cambiar y la inteligencia para reconocer lo que no, la capacidad de sorpresa y entusiasmo, de admirar la belleza…

Igual que ocurre con la paciencia, que mientras algunos la llevan de fábrica, otros intentamos con desigual fortuna que anide en nosotros, ocurre con la humildad… si no la tienes de serie, todo resultará más difícil y deberás incorporarla sin remedio a esa mochila, porque como dice la primera cita de esta entrada, una –la paciencia– es la escalera y la otra –la humildad–, la puerta que da entrada al jardín, o al oasis, según el caso… ambas son imprescindibles para llegar a todas las metas.

«La tortuga puede hablar más del camino que la liebre»

Cita atribuida a Khalil Gibran, que tiene mucho que ver con la fábula «La liebre y la tortuga», de Esopo.

¿Quiere esto decir que el viaje de la tortuga es mejor que el de la liebre? ¿O viceversa? Eso dependerá de cada uno, y de lo que consideremos más o menos de provecho según nuestra propia experiencia. Lo importante, para mí, es que cada uno recorra su camino como buenamente pueda hacerlo. La liebre no podría andar su camino como si fuese una tortuga, y al revés… sería antinatural.

Como sabía el rey que habitaba el primer planeta visitado por El Principito en su viaje, es importante dar órdenes razonables y esperar de cada uno lo que le es propio, según su naturaleza… ese rey decía:

«Si ordeno a un general que se transforme en ave marina y si el general no obedece, no será culpa del general. Será culpa mía.»

Es importante saber qué podemos esperar de nosotros mismos y de todo lo demás.

Tortuga y liebre, buscador y explorador… ambos frente a su camino, que es solo suyo, personal e intransferible. Solo cada uno de ellos es responsable de andarlo y de llegar a la meta en las mejores condiciones posibles.

El hombre paciente tiene ya mucho ganado. Y si además es humilde, el trecho que le quede por andar se le hará más llevadero en todos los sentidos. Y estará más cerca de su meta, sea consciente de ella o no. No olvidemos que, después de todo, lo que importa realmente es el camino.

(La imagen que ilustra esta entrada es un mosaico romano de Pompeya, del siglo I de nuestra era)

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Avatar de Surai Surai dice:

    Acabo de descubrir el blog y me encanta la claridad y la sencillez de la transmisión. Gracias!!!

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    1. Hola Surai, muchas gracias por tus palabras, me alegran mucho. Compartir es bonito y enriquecedor, así que gracias por leer este blog y también por compartir tus impresiones. Un abrazo!

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