Recordar e imaginar

Me dice mi amiga imaginaria que recordar e imaginar no son verbos tan distintos, en realidad. La verdad es que nunca lo había pensado, y a primera vista, sí que me parecen muy distintos. Pero creo que vale la pena profundizar en esa idea, porque si es así, y empiezo a sospechar que lo es, esto confirmaría otras sospechas igualmente interesantes para «buscar debajo de las alfombras la razón de todo», como dice un amigo aficionado a la búsqueda. Y no solo para buscar la razón de todo, sino para encontrarla.

El verbo recordar está formado por el prefijo latino re- que quiere decir «de nuevo», y la palabra corcordis, corazón. Y creo que esta es la primera sorpresa que nos brinda esta palabra: no tiene que ver con el cerebro, sino con el corazón. «Recordar» es volver a poner algo en nuestro corazón, volverlo a pasar por ahí. Revivirlo, pero desde el corazón.

La mente-corazón

Es bonito porque coincide con la idea de que la memoria no está en el cerebro, sino en el corazón, algo que los antiguos tenían muy claro. De hecho, en nuestros idiomas modernos también subsiste esa idea: aprender de memoria es en inglés learn by heart y en francés también se dice par coeur. En cambio, parece que el olvido sí que estaría más relacionado con el concepto de mente y no tanto de corazón. En italiano, olvidar es dimenticare. Pero no nos dejemos engañar, veréis…

A estas alturas ya deberíamos tener claro que la mente es algo más que el cerebro, e incluye seguramente al corazón entendido como decíamos, y también al alma. Por eso la sede de la inteligencia ha sido durante mucho tiempo el corazón y no el cerebro, porque en realidad, la inteligencia no se mide con el coeficiente intelectual, sino con un coeficiente que une todos nuestros centros de pensamiento y emoción y que no sabemos calcular, por suerte. La inteligencia es una cosa, y el intelecto, otra mucho más parcial.

La mente, así entendida como algo completo, se asentaba en el corazón, no en el cerebro. Y en el corazón, en un punto concreto del corazón, es donde se supone que vive nuestra alma, ese ente misterioso formado de espíritu y de materia muy sutil que nos anima, o sea que nos hace vivir, sentir, pensar, amar, movernos, desear, imaginar o recordar… y que es el intermediario entre los mundos, que tiene peso real y no solo simbólico, y que nos abandona al morir. [Mal explicado: en realidad eso somos nosotros, que abandonamos nuestro cuerpo, nuestra cáscara, al morir.]

Recuerdo, olvido y verdad

Recordar tiene relación con religar, recuperar algo y volverlo al aquí y ahora, reunir lo que está disperso… y en algunas zonas también quiere decir despertar, volver en sí. Me gusta esto porque está relacionado con el bonito mito del río Leto, o Lete, ubicado en el Hades y cuyo nombre significa «olvido». De este río beben, según la mitología griega, las almas que regresan a la Tierra a ser reencarnadas, para olvidar así su estancia en el Otro Mundo y también sus vidas pasadas.

Y otro dato hermoso relacionado con esto. En griego, la palabra verdad es αλήθεια (alezeia) o sea, la partícula negativa a- unida a la palabra ληθεια (lezeia), de nuevo, olvidar. La verdad es lo que no olvidamos, lo que recordamos, lo que vuelve a pasarse por el corazón y no está oculto. Al menos, para quien quiera verlo.

Y quizá después de todo sea esta nuestra principal misión en el mundo: recordar, despertar, beber el antídoto del olvido del río Leto y conocer algo más sobre quiénes somos y qué hacemos aquí. Acercarnos más a la verdad. Reunir lo disperso e ir más allá: conocer la verdad y dejar que actúe en nosotros.

Bonito, ¿a que sí? Hemos establecido que recordar es volver a pasar algo por el corazón, revivirlo desde el pensamiento y la emoción, los dos motores que nos mueven, se complementan y se ayudan para hacernos un ser humano completo, tendente a la perfección. Después de todo, perfecto quiere decir completo, y su contrario es «infecto»…

Recordar es no olvidar, obviamente, y tiene que ver con la verdad y con lo que está oculto, pero que puede ser conocido, recordado, religado.

Veamos ahora qué nos dice nuestro otro verbo protagonista: imaginar.

Fabricando imágenes

Imaginar también viene del latín y significa «formar una figura, una imagen, en la mente». Se trata de reproducir en la pantalla de nuestra mente algo que quizá no exista, o que nunca hemos visto o experimentado. Esa es la diferencia entre ambos verbos: recordar es volver a pasar algo por la mente/corazón, mientras que imaginar es formarlo, darle forma sin que eso forme parte de nuestra experiencia, de nuestro recuerdo… imaginar es casi la única forma que tenemos los humanos de crear algo de cero, porque todo lo que decimos o construimos ha sido, antes, una idea en nuestra imaginación. Es nuestra fábrica de posibilidades.

Igual que el sonido es el precursor de la grafía de las palabras y es ahí donde reside su auténtico significado y a partir de donde se pueden rastrear familias de palabras con significados relacionados –es lo que se llama cábala fonética–, la imaginación es la incubadora de todas las ideas, mitos y metáforas. Es donde se unen lo que existe y lo que no para producir, quizá, algo que sea una mezcla de ambos. Puede acercarse más al mundo de los sueños que al de la realidad, y es donde habitan nuestros miedos y nuestras pasiones más profundas.

La reacción física

La imaginación no atañe solamente al sentido de la visión, va más allá del simple hecho de hacernos «ver» en la mente algo que no existe fuera de ella. También tiene que ver con los demás sentidos, de manera que imaginar algo puede alterar nuestro estado físico como si estuviéramos viéndolo o viviéndolo realmente. Es lo que ocurre con el miedo, la alegría o el placer imaginados, por ejemplo. La percepción y la imaginación producen en nuestro cuerpo los mismos efectos.

Y esto reúne a ambas con el recuerdo, lo cual es maravilloso, porque los tres nos permiten reaccionar físicamente ante algo que no está, que no existe en este momento frente a nosotros, algo que no es real en la realidad, pero que es muy real en nuestra mente/corazón. Otro superpoder que tenemos.

Y me pregunto dónde queda, entonces, lo que llamamos realidad…

La realidad destronada

Así, pues, tiene razón mi alter ego cuando dice que no hay tanta diferencia entre recordar e imaginar. Porque ni siquiera vale decir que el recuerdo está conectado con la realidad. Fue realidad, en un momento dado, el hecho que recordamos. Pero ni de lejos nuestros recuerdos coinciden con esa realidad.

¿No os ha pasado nunca la experiencia de que alguien recuerda un hecho del que también fuisteis testigos y, en cambio, su recuerdo no se parece en nada al vuestro? Es una experiencia sorprendente y algo inquietante, pero que deja claro una vez más eso de que el pasado no existe, existió en un momento muy puntual, pero ya no existe ni en nuestro recuerdo. Ya solo queda una mezcla de recuerdo e imaginación que igualmente nos consuela, que no es la realidad de lo que fue, pero que es lo que esa realidad ha dejado en nosotros, para alegría o tristeza, placer o dolor.

Nuestro superpoder

La realidad no es tan importante, después de todo… tenemos más control sobre ella de lo que pensamos, porque es y desaparece, y lo que queda de ella en nosotros depende más de nosotros, que de ella. Disculpad el trabalenguas.

La realidad objetiva casi ni existe… es medio segundo de existencia. Y aunque dure más, nosotros modelamos los restos que deja en nuestro interior, les damos más o menos poder sobre nosotros y decidimos reciclarlos para la felicidad o para el dolor.

Por eso creo que es cierto que podemos cambiar el efecto del pasado en nosotros. Teniendo en cuenta que lo que fue ya desapareció, podemos cambiar sus efectos cambiando la huella que ese hecho dejó en nosotros, recordándolo, imaginándolo, de una forma distinta o, simplemente, olvidándolo. Digo «simplemente», aunque sé que no es fácil. Sin embargo, estoy convencida de que tenemos mucho más poder de sanarnos y de ser felices del que habitualmente pensamos.

Mi otro yo (mi amiga imaginaria) estará contenta de saber que tiene razón. Es algo que le encanta.

La maravillosa foto que ilustra esta entrada es de Toni Cladera, con la luna llena sobre una de las «barraques» de Punta Nati, en Ciutadella. Podéis ver más fotos increíbles y aprender cómo hacerlas en este enlace.

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Avatar de José Antonio José Antonio dice:

    Ahí estoy…gracias por la frase

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    1. Bienvenido! Gracias a ti por la frase y por leer este blog. Me alegro mucho.

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