A mi ritmo

Si la logia es una representación del Universo, y lo es, entonces está claro que lo que allí dentro se aprende sirve para que nuestros pasos en este mundo sean más coherentes. ¿Coherentes con qué? Con lo que es, con lo que sucede, con nuestro papel en esta maravillosa y misteriosa obra de teatro llamada Vida. El Maestro de Ceremonias nos enseña el ritmo, los ritmos del devenir, cómo cada cosa sucede en su momento y cómo esos ritmos no son cosa humana, no los marcamos ni los decidimos nosotros, aunque a menudo creamos que es así.

Es importante estar pendiente de los ritmos de lo que acontece, de los ritmos que marca la Vida. La Naturaleza es una gran maestra, pero actualmente no le prestamos mucha atención y desconocemos completamente los secretos que esconde. Los esconde no para que los ignoremos, sino para que tengamos que tomarnos el trabajo de aproximarnos a ella para darnos cuenta, para ver y conocer, y así, interpretar, trasladar, comparar y aceptar todas las enseñanzas inmersas en el misterio de la oscuridad, el silencio, lo húmedo y generativo. Todos los secretos de la Vida están a nuestra disposición, pero no nos tomamos la molestia de interesarnos por ellos. Nos puede el reflejo, el efecto, los fuegos artificiales que viven en la luz, y que, ciertamente, cuando nos referimos a la Naturaleza y al Arte, son bellos y reconfortantes. Pero son solamente símbolos de algo oculto y fundamental.

¿Sabéis que, etimológicamente, paciencia significa la «cualidad del que sufre»? La paciencia no es una cualidad fácil, requiere tranquilidad, confianza, perseverancia… Es cierto que comporta cierta dosis de sufrimiento, pero si en alguna ocasión os ha ganado la impaciencia, ¿no es cierto que todavía es peor? Lógico, porque el impaciente es quien no tiene la cualidad de hacer todo lo que comporta la paciencia, y no por ello deja de sufrir, más bien al contrario. Nada en la Naturaleza sufre impaciencia. Ningún árbol, ningún fruto, ningún animal sienten ansiedad y desasosiego porque todavía no está llegando el momento que tiene que llegar, pero no llega. Todo en la Naturaleza tiene su ritmo, sus ritmos, y todos los seres vivos se pliegan a ellos, porque esos ritmos son los de la Vida. No tendría sentido que un ser vivo se rebelase contra los ritmos que le permiten estar vivo y vivir la experiencia de estar vivo.

Pero el ser humano sí lo hace. ¿Verdad que es absurdo? Seguramente sea por la gran arrogancia que nos caracteriza. Alguien arrogante es quien se atribuye cualidades o logros que no le pertenecen, alguien que exagera su importancia o su papel. Pues ahí estamos, en el palco de los arrogantes, contemplando la Creación y pensando que somos quién para decidir. Y que lo que está ocurriendo no debería de ocurrir, o que ya está tardando lo que sí quiero que ocurra. Y así, sufriendo, desde luego, porque la realidad es tozuda y no pide permiso.

«A mi ritmo» dice el Maestro de Ceremonias en momentos concretos de ciertos rituales. Y todos los miembros de la logia se pliegan a ese ritmo, lo siguen, lo respetan, no pretenden diferenciarse, ni destacar. Simplemente, someten su individualidad al ritmo común que viene marcado. Exactamente como los miembros de una orquesta, porque lo importante es la melodía que surge de la suma de todos los sonidos que producen con sus instrumentos, al ritmo que viene marcado.

Así es la Vida también. Así de simple, sutil, conmovedora, significante, siempre hacia el sentido y la coherencia, hacia la colaboración y la unidad. ¿Cuándo nos daremos cuenta de ello?

La imagen que preside esta entrada es la fotografía «Spiral Time» de Jovan Miric.

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