Soltar…

No se puede reaccionar pronto y bien. Es imposible. En el mismo sentido del reaccionar está implícito lo de hacerlo tarde y mal. Y eso es debido a que nos sentimos arrastrados por lo que sucede y por nuestra interpretación de ello. No nos paramos a mirar, a observar sin juzgar, ni recordar, ni proyectar, sino que recurrimos a todo nuestro arsenal mental, a todo lo que «hemos aprendido», para así poder «hacer» lo que pensamos que es lo mejor, o lo único o lo correcto, según las situaciones. Esto se llama, simplemente, no aceptar lo que es.

Estos días he tenido la oportunidad de entender, gracias a la experiencia vivida, por qué para los griegos la esperanza no era siempre algo útil. Lo comentamos en la entrada «La verde esperanza«.

El dios Zeus ordenó a Hefesto, dios de la forja, la creación de Pandora, un bello pero cruel regalo para los Hombres. La mujer vino con una gran tinaja -al parecer, la famosa caja-, y al levantar la tapa de esa tinaja, todos los males y calamidades se esparcieron por el mundo. Esa fue la venganza del padre del Olimpo por haber aceptado los Hombres el fuego que les regaló Prometeo tras robárselo a los mismísimos dioses. De entre todos los males y calamidades que salieron de la tinaja para torturar al género humano, solo una cosa quedó dentro: la Esperanza (Ξλπίς, Elpís).

Hesíodo lo cuenta así:

«Sola quedó allí dentro la Esperanza entre las compactas paredes de la jarra, por debajo de sus bordes, y no salió volando hacia la puerta, pues antes cayó la tapadera de la tinaja»

Pero, ¿qué hacía la Esperanza dentro de una tinaja mezclada con todos los males del mundo? Hay versiones distintas. Sin embargo, volviendo a lo que contaba, he entendido por qué es posible que para los griegos la Elpís no fuera tan claramente algo bueno. Podría ser un bien ambiguo, porque la espera de un bien futuro puede llevar a la desatención del presente y al riesgo de una vana ilusión. Es posible que solamente los seres humanos esperemos algo en todo el Universo. Si nos fijamos en la Naturaleza, nada en ella espera nada, simplemente, todo es lo que es y cumple con su papel al margen de cualquier consideración, de forma plena, completa, sin escasez.

Solamente los seres humanos esperamos algo. Y puede que no sea una buena idea. Porque es cierto que la esperanza te evade del momento presente, de su observación y su comprensión completa, sin juicios ni valoraciones. La esperanza nos hace mirar atrás y recoger lo que pensamos que hemos aprendido, como los ancianos cercanos a la muerte recogen su colcha con las manos. Todo eso que recogemos del pasado lo utilizamos para proyectar nuestro deseo hacia el futuro y en ese acto tan humano, perdemos el contacto con la realidad y seguramente también, la belleza del momento presente.

Hasta que no he sido capaz de soltar, hasta que no he visto claramente que cualquier esperanza no tenía sentido porque la realidad, día a día, ya me estaba dando toda la información necesaria, hasta que no he sido consciente de que ese momento era el que tenía todo el valor, cada momento en sí mismo, sin juzgarlo ni esperar, solamente viviéndolo; hasta que no me he dado cuenta de que soltar era lo único que realmente me acercaba a mi padre, y hacía posible que lo mirara con ternura y no con frustración, con compasión y no con enfado, hasta que no he soltado, no he visto la belleza del momento de la despedida, porque en realidad lo que había esperado era evitar la despedida y evitar que él estuviera como estaba y se dirigiera hacia la muerte. Hasta que no he soltado, entendiendo cuál era su voluntad y dejando la esperanza a un lado, no ha cesado el sufrimiento. Solo entonces he entendido que yo no tenía que resolver la situación, solamente tenía que vivirla.

Doy gracias por haberme dado cuenta, aunque haya sido al final. Le pedí perdón, cuando aún estaba vivo y también tras fallecer, por no haberme dado cuenta antes. No supe hacerlo mejor, pero no pasa nada, porque todo ocurrió como debía ocurrir. Al principio me preguntaba qué debía aprender yo de la experiencia de ver a mi padre languidecer cada día físicamente, mientras su mente nos ofrecía todo un despliegue de actividad frenética y enajenada. Y al final lo vi claro: lo que debía aprender era, simplemente, a estar, a acompañarle sin expectativas y sin sufrimiento, aprovechando cada minuto de tenerle aún en casa. La vida siempre nos da lo que necesitamos.

No perder el momento presente, ese es el gran reto de todos nosotros, creo. No perderlo a cambio del pasado, de lo aprendido, de lo que hay que hacer, de lo que quiero que pase, de lo que quiero evitar porque me da miedo. En el momento presente no hay sufrimiento, ni frustración, ni enfado, ni decepción, ni esperanza. En el momento presente solo hay amor.

Gracias papá, por todo lo que me has enseñado. Te has ido con la dignidad y la voluntad intactas, a pesar de las jugarretas de la loca de la casa, esa mente insomne e hiperactiva que controló tu cuerpo al final. Era necesario mirarte fijamente a los ojos para verte a ti. Y de repente, sonreías. Estabas ahí dentro, a pesar de todo. Ahora ya eres libre para seguir, ligero y sin lastre. Buen viaje.

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