No sé si habéis experimentado el potencial liberador que tiene el perdón. Es realmente sorprendente. También es sorprendente que a menudo nos cueste tanto perdonar, que no significa lo mismo que olvidar ni que justificar. El perdón cura, puede curar a quien nos hizo daño también, pero principalmente nos cura a nosotros, los agraviados. Por lo tanto, es necesario en primer lugar para uno mismo, y paralelamente, es un beneficio para alguien más. Es generosidad y amplitud de mente y corazón, es empatía que nos puede conectar con el otro o, simplemente, que nos restaura las heridas y nos deja seguir adelante. Veámoslo, porque pienso que es cierto que la felicidad, la gentileza, la empatía, el optimismo, la gratitud y el perdón, son medicamentos naturales que todos tenemos a mano cada día de nuestra vida.
En esto del perdón, como en tantas cosas, los niños son también un espejo en el que mirarnos. Juegan apasionadamente, inmersos en la trama, centrados en el aquí y el ahora de su juego. Si se hacen daño o se agravian de algún modo, el enfado les dura unos pocos minutos. Enseguida surgen un abrazo y unas risas, y un «¿me perdonas?» o un «te perdono», a veces sin necesidad de palabras, simplemente porque las ganas de seguir jugando hacen que lo ocurrido sea perdonado de golpe.
¿Por qué decimos que buscamos la felicidad y, en cambio, nos enredamos en mil motivos para ser infelices? Parece en ocasiones que disfrutamos de los dramas de nuestra vida, muchos de ellos imaginados e inventados, preocupaciones que implican la proyección de un miedo al futuro, sin tener ni idea de si eso va a ocurrir realmente. Y lo mejor de todo es que la experiencia nos dice, pero no nos queremos enterar, que en un altísimo porcentaje de ocasiones esa posibilidad que nos da miedo, sencillamente no ocurre, no ha ocurrido, no ocurrirá. Eso no es buscar la felicidad.
Enredados en esa maraña de pensamientos recurrentes, creencias, recuerdos y proyecciones -los cuatro jinetes del Apocalipsis vital-, guardamos en un cofre las ofensas recibidas, los agravios reales e imaginados, para abrirlo de vez en cuando y dar rienda suelta a la autocompasión, que no es siempre compasiva, y que nos coloca en la situación de víctimas, dejándonos postrados y dolientes. Sentir lástima de uno mismo es una de las emociones más destructivas que podemos generar, y que nos sumerge en una espiral que nos arrastra lejos de la posibilidad de transformar lo que tenga que ser transformado, y por lo tanto, de sentirnos animados para seguir adelante.
La baja autoestima no ayuda. Pero tampoco ayuda que nos sea tan difícil perdonar, tanto a nosotros mismos como a los demás. A veces se trata de errores de apreciación, ofensas de las que el presunto ofendedor simplemente no es consciente y se hallan solamente en nuestra imaginación. Otras, cuando han ocurrido daños reales, no se trata de superar el trauma olvidándolo o justificándolo, el perdón no es eso, pero sí que nos da la oportunidad de seguir adelante, de desapegarnos de ese dolor y de quien lo ha causado, liberándonos, soltando el odio, la lástima, todo lo que ese dolor nos haya generado, y abriéndonos a respirar aire fresco, nuevo, limpio.
Perdonar es decirse a uno mismo o a quien nos ha dañado: Me has hecho daño, desconozco tus motivos, aunque imagino que fueran cuales fueran, los tenías. Quizá ignorabas la intensidad del daño que causarías con tu acción. Pero sea como sea, desde este momento te perdono, lo que quiere decir que acepto lo que ocurrió, acepto que no puedo cambiarlo y tú tampoco, termino con el dolor que me causaste, me libero de él, no quiero seguir arrastrándolo. También me libero de ti, y te libero a ti porque te he perdonado, ya no te juzgo, ni busco entenderte, ni quiero justificarte, y aunque no vaya a olvidar nunca lo que ocurrió, no quiero que un error tuyo lleve oscuridad a mi alma y a mi vida. Desde este momento te perdono, te libero y me libero, para siempre.
Estoy convencida de que el perdón es terapéutico. No basta con pensarlo o decirlo, es imprescindible sentirlo de verdad y sobre todo, es imprescindible soltar ese dolor, desalojarlo de nuestra mente y nuestro corazón para siempre. Y pienso que también es imprescindible agradecer, como en todas las ocasiones de la vida, aunque parezca difícil. Agradecer la oportunidad de aprender y de perdonar, de crecer, de elevarnos, de soltar, liberar, desenredar… de poder ser generosos con nosotros mismos y con otra persona, aunque nos hayan hecho daño. La pregunta clave siempre es ¿para qué?, nunca ¿por qué?, aunque sea esa la que solemos plantearnos primero.
¿Os suena la frase «perdónalos, porque no saben lo que hacen»? En muchas ocasiones, la ignorancia y el miedo son la fuente de los errores y del sufrimiento que generan. Comprender no es justificar.
Esa liberación sí que se parece a la felicidad, que no es algo que nos ocurre, sino algo que llevamos dentro, como una semilla que, bien regada, germina, crece y da sus frutos. Dentro de nosotros guardamos la semilla de todo, de lo que nos ayuda y de lo que nos hunde. Lamentablemente, somos mejores regando esta segunda semilla, la del sufrimiento, y nos identificamos con nuestros dramas hasta el punto de que esos dramas nos definen. No queremos soltarlos por miedo a quedarnos sin nada. Es un gran error que solo esconde miedo a vivir plenamente, aceptando lo que la vida nos dé, sin juzgarlo o al menos, sin que ese juicio negativo nos arruine o nos someta. Hay magia en el confiar, solamente confiando se puede producir un milagro.
Bien, para terminar: el perdón es una fuerza sutil, no es un acto que se imponga. La voluntad de querer perdonar es imprescindible, pero no ocurre de un momento para otro, es un proceso lento aunque firme, sin vuelta atrás. Si esa voluntad de perdonar está en ti, o si al menos tienes la certeza de que quieres, necesitas, debes perdonar, ese es un primer paso fundamental. No tienes que convencer a nadie, solamente a ti mismo.
Te dejo aquí un pequeño mantra de Daniel Lumera, para que ese perdón que quieres ser capaz de dar anide en ti y se haga real y efectivo en tu corazón y en tu alma. Él aconseja repetirlo conscientemente en voz alta durante 10 minutos cada día. Pero también puedes repetirlo, aunque sea mentalmente, siempre que tengas un momento de paz, cuando te acuerdes de que quieres perdonar, aunque estés inmerso en tu día a día. Repítelo antes de dormirte, al despertar, llévalo contigo siempre, como si fuera una música de fondo en tu corazón. La sinceridad es siempre escuchada, y como dice la palabra, el perdón es un don, en realidad. Te aseguro que si quieres, funciona.
Perdono y libero para siempre todo lo que ha sido en el espacio y en el tiempo. Soy libre y feliz. Gracias.
Te dejo también un vídeo de Daniel Lumera, en este enlace, donde habla del mantra citado y del perdón.
Sé libre y feliz. Gracias.
