¿Quién es esa loca que no para quieta, que va de acá para allá veloz como el rayo, que se entromete siempre, interrumpe con asuntos triviales, nos hace creer lo que no es, nos narra permanentemente un monólogo repetitivo sobre nuestra vida y nos cuesta horrores acallarla? Sí, es ella, nuestra mente. En concreto, esa parte de nuestra mente que sirve para pensar y que, sin embargo, tantas veces parece que es ella quien nos piensa y está a los mandos de nuestra vida interior y exterior.
Teresa de Jesús la llamó «la loca de la casa», y la tradición oriental la llama «la jaula de los monos», un símil muy bien hallado. ¿Sabíais que hasta 1975 se creía que cuando uno no estaba haciendo nada, el cerebro se paraba? Sin embargo, no es así, la actividad neuronal de nuestro cerebro no se para nunca, y cualquiera que haya intentado meditar sabe lo difícil que es conseguir un minuto de no-pensamiento.
Nuestra mente pasa la mayor parte del tiempo narrándonos nuestra vida. Atención a eso, porque se trata de lo que se llama un diálogo interior autorreferenciado, o sea, que yo (mi mente) me narro a mí mismo mi vida en primera persona. Pero, en realidad, es la mente quien nos narra esa vida que asumimos como nuestra, igual que asumimos que la mente soy yo. El 47% de nuestro tiempo en vigilia, según la neurociencia, lo pasamos en ese estado de monólogo interior sobre «yo». Y los fines de semana ese porcentaje sube hasta el 75%.
A ese blablabla constante de la mente se le llama estado de ensoñación o vagabundeo mental. Y según la neurociencia, es el principal causante de infelicidad, actualmente, en los seres humanos. ¿Por qué? Porque no nos mantiene atentos al presente, experimentando lo que es aquí y ahora, sino que nos proyecta al futuro o nos remite al pasado, generándonos miedos y deseos, y el continuo aplazamiento de lo que tenemos pendiente con nosotros mismos, que es descubrirnos a nosotros mismos.
Ese monólogo del que hablábamos se produce sin nuestra intervención. O sea, es la mente quien nos narra cuentos en primera persona, no porque nosotros elijamos el momento o el tema, sino que lo hace ella. Se trata de la actividad espontánea de nuestro cerebro, que sigue con su vida privada y su actividad bioquímica al margen de nosotros. La neurociencia ha constatado que a mayor actividad espontánea o vagabundeo mental, mayor infelicidad e insatisfacción. Por lo tanto, menor bienestar. Por eso es que incluso la ciencia habla ya de las bondades de la meditación, que no es otra cosa que conseguir el silencio mental, la calma neuronal, no tanto perseguir la actividad cero del cerebro, sino hacer que esa actividad sea similar a un mar en calma.
¿Sabéis algo muy curioso? Ese diálogo interior permanente, lleno de pensamientos repetitivos -parece mentira, pero cada día pensamos las mismas cosas-, recuerdos, sensaciones, dudas, deudas pendientes, rencores… todo eso es percibido por nuestro cerebro no como un diálogo que nosotros realizamos, sino como un diálogo que nosotros escuchamos. Las partes que se activan, ha descubierto la neurociencia, no son las partes del cerebro que tienen que ver con el habla, sino las auditivas. Nos estamos escuchando a nosotros mismos, o eso nos parece. Pero analicemos esto más a fondo.
¿Quién está escuchando y quién está hablando? Porque si hay dos entidades implicadas, por llamarlo de alguna manera, ya no se trata de un monólogo en el que el emisor y el receptor es el mismo, sino de un monólogo con alguien haciendo de público. Yo me hablo a mí mismo, pero en realidad, existe una parte que habla y otra parte que escucha. Yo soy dos (!!!).
Me gusta mucho cómo explica Eckhart Tolle lo que le ocurrió la noche en que, sin buscarlo ni hacer nada especial, conoció la realización espiritual, la iluminación. Cuenta que, a los 29 años, cansado de sí mismo, de sus constantes depresiones, sufrimientos y de su vida en general, se escuchó a sí mismo diciendo algo que ya había pensado otras veces: «No puedo seguir viviendo conmigo». Pero en ese momento, el mismo pensamiento le pareció distinto y extraño, porque implicaba algo en lo que nunca había caído: que él era dos. Lo cuenta así:
«¿Soy uno o dos? Si no puedo vivir conmigo, debe haber dos yoes: el «yo» y el «conmigo» con el que el «yo» ya no puedo vivir. Quizá sólo uno de los dos es real».
Y esa es clave. Descubrir, darse cuenta, creerse de verdad y vivir de acuerdo con ello, que solamente uno de los dos es real. ¿Cuál de los dos? ¿El del monólogo constante o el que escucha en silencio?
«Nuestra cambiante conciencia, nuestra tendencia a tomar la ruta de menor resistencia sin estar plenamente despiertos al momento presente, crea un vacío. Y la mente ligada al tiempo, que ha sido diseñada para ser una sirvienta útil, compensa ese vacío proclamándose el dueño. Como una mariposa revolotea de flor en flor, la mente se aferra a las experiencias pasadas o, proyectando su propia película casera, anticipa lo que está por venir. Raras veces nos encontramos descansando en la profundidad oceánica del aquí y ahora. Porque es aquí -en el ahora- donde encontramos nuestro Verdadero Yo, que está más allá de nuestro cuerpo físico, de nuestras cambiantes emociones y de nuestra mente parlanchina.»
Así lo explica el prólogo del libro de Tolle, «El poder del ahora».
No somos dos, evidentemente. Somos uno, pero no estamos acertando cuál de ellos es el real, y seguimos identificados con esa mente parlanchina, creyendo, implicándonos e identificándonos con todo lo que nos cuenta. El personaje de la obra de teatro le está haciendo creer al actor que él, el personaje, es quien existe realmente. Y el actor se deja arrastrar por esa creencia, que le limita y le aferra al sufrimiento y al miedo, al pasado y al futuro, esquivando el momento presente, que es donde existe.
La loca de la casa tiene mucho poder, cierto. Está claro que no la controlamos en absoluto. Pero su principal mérito es que nos identificamos con ella y creemos que «somos» ella. O sea, ella gana porque, en realidad, estamos ausentes, nuestra atención anda perdida, revoloteando constantemente.
Conseguir la calma neuronal, trabajar en ello mediante la meditación, es importante para poner a cada cual en su lugar, para poder silenciar ese parloteo constante, aunque sea sólo durante unos segundos al principio. Podemos entrenar nuestra mente, la neuroplasticidad de nuestro cerebro nos lo permite. ¿No es maravilloso? Podemos hacerlo. Diría que, incluso, debemos hacerlo. Quizá también en esto consista ese «Conócete a ti mismo» de los antiguos.
La imagen que preside esta entrada es una de las gárgolas de la Catedral de Ciutadella de Menorca, esculpida por la artista Laetitia Lara. La fotografía es de Antoni Barber Moll.

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