Miedo o amor

Quizá no para todo el mundo sea evidente que el ser humano, cualquiera de nosotros, vive su vida con miedo. Miedo a no encontrar lo que necesito, miedo a perderlo, miedo a no ser amado, miedo a que me hagan daño, miedo al sufrimiento, miedo a morir… El miedo es tan básico y brutal que muchas veces configura nuestra forma de vivir, de amar, de tomar decisiones, y ni nos damos cuenta de que es así. Porque ese miedo puede vivir dentro de nosotros muy oculta y secretamente. En el fondo sabemos que está ahí, pero nos hemos convertido en especialistas en disimularlo y disfrazarlo. El miedo nos hace inseguros, débiles, faltados de lo que somos realmente, nos obliga a ir por el mundo desconfiando, defendiéndonos o agrediendo para no salir dañados, nos impide establecernos en la sinceridad y en la simplicidad.

Y hay muchos miedos, miedo a la diferencia, al otro, a la pobreza, a la enfermedad, a la soledad, a no ser valorado…, pero en el fondo, todos se resumen en uno: miedo a vivir. Miedo a ser lo que somos y a experimentar nuestra vida desde la inocencia y el descubrimiento, y no desde unas ideas previas que nos condicionan y además, no son ciertas. Ese miedo no nace del aquí y el ahora. Si os fijáis, ese miedo siempre nace del pasado, de nuestros recuerdos y los recuerdos de nuestras experiencias pasadas y emociones vividas. O sea, vivimos con miedo hoy porque un día nos sucedió algo que nos hizo daño, y el temor a repetirlo nos incapacita para vivir plenamente. Vivimos hoy, aquí y ahora, condicionados por algo del pasado que, por lo tanto, ni siquiera es real, y que quizá tampoco fue real en ese momento: recordamos nuestras emociones, pero no los hechos, porque desconocemos la realidad, sólo vemos y conocemos lo que pensamos sobre ella, cómo la interpretamos. Nuestro pensamiento es un bucle, vivimos prisioneros dentro de nuestro propio monólogo sobre la realidad. Y ahí es donde anida el miedo.

Así, vivimos aquí y ahora sometidos por algo del pasado que proyectamos al futuro. Cuando en este momento, el único que existe, no hay amenazas ni motivos para tener miedo, porque la vida simplemente surge, acontece, limpia y nueva a cada segundo. Es nuestra mente la que guarda un arsenal de «malos recuerdos» y es nuestro ego el que siempre nos advierte y nos corta las alas: cuidado con eso, te van a hacer daño, te morirás de hambre, no funcionará, no va a quererte, no te elegirán a ti, no podrás hacerlo… el ego, que solo se conoce a sí mismo, es quien dirige el rumbo de nuestra vida y nuestras decisiones, sin tener ni idea de lo que es la vida ni de quién soy yo realmente. Pero le hemos dejado al mando y hemos renunciado a ser.

No es que sea «malo» nuestro ego, es que hace lo propio, lo que sabe hacer, para lo que sirve, intenta protegernos de miedos que ha imaginado y que le justifican. Es como si nos hubiéramos puesto un jersey que nos ahoga, pero hemos olvidado que nos lo podemos quitar en cualquier momento.

El miedo es inevitable en esta disfunción en la que vivimos. Y siempre hay una excusa que lo justifica veladamente y que nos evita el esfuerzo de elegir otro camino: ahora no puedo, ahora no tengo tiempo, ahora tengo otras cosas en qué pensar… un día viviré, cambiaré, seré libre del miedo, me querré a mí mismo, investigaré quién soy, pero ahora no puedo. Y se cierra el telón, porque ese día futuro no llegará nunca.

La primera vez que escuché que lo contrario al amor era el miedo, y no el odio, no lo entendí. Pero es así exactamente. Lo contrario al amor es el miedo, porque el miedo nos impide tomar decisiones y vivir de acuerdo con unos principios básicos y simples, como mirar al mundo con sorpresa y entusiasmo, maravillarnos ante la belleza, apreciar y reconocer en los demás a personas que nos pueden enseñar y acompañar, elegir en función no del interés o la conveniencia, sino del bien común. Sentirnos agradecidos por estar vivos y entender que hasta el dolor tiene un papel importante que jugar en nuestra experiencia humana. Investigar quién somos realmente, y por qué lo que somos lleva tanto tiempo en el olvido y sepultado bajo tantas capas de ilusión.

Elegir el miedo es elegir la preocupación constante, de la que el ego se alimenta. Elegir el amor es confiar, abrirse y sonreír, sin expectativas. Ese amor no es el del cine, o el de las canciones, o el amor romántico o especial por una persona. Ese amor es un estado de consciencia. Es la energía que nos da vida y mantiene al Universo en movimiento, respirando, conectado, el que restablece el equilibrio y tiende siempre al máximo beneficio para todos. Es lo que somos realmente.

Ayer escuché que el ser humano es el Universo en forma de ser humano. ¿Os imagináis que el Universo estuviera regido por el miedo?

Gracias Rutger Hauer (y al replicante Roy Batty) por tanta belleza.

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