Símbolos fuera de lugar

En el Primer Grado, al final de la Tenida, tras asegurarse de que los obreros están «contentos y satisfechos», el Venerable Maestro exclama:

«Que la Luz que ha iluminado nuestros Trabajos continúe brillando en nosotros para que terminemos fuera la obra empezada en este Templo, pero que permanezca oculta a la mirada de los profanos».

Queda claro que allí dentro, en la penumbra, al abrigo de los símbolos y las palabras rituales, se ha iniciado un trabajo que, sin embargo, no termina al acabarse el ritual. Allí dentro se ha iniciado un trabajo que debe continuar fuera, en el mundo profano, si bien debe «permanecer oculto» a la mirada de los profanos. De hecho, tal y como está redactado este párrafo, parece que tanto «la obra empezada en este Templo» como «la Luz que ha iluminado nuestros Trabajos» podrían ser el sujeto de la última frase, lo que hay que ocultar en el mundo exterior.

Parece algo raro y difícil de conseguir, ¿verdad? Es una especie de contradicción o de paradoja…

En realidad, pienso que no hay contradicción, sino varios niveles de lectura o de interpretación, y que todos ellos se refieren, precisamente, a respetar el lugar y sitio de aquello que es propio del interior del Templo y de la vía iniciática, o sea, a no profanarlo haciendo de ello un uso burdo, grosero o desatinado.

En realidad, el ritual nos dice que hagamos en el mundo profano como ocurre en la Naturaleza: se muestran los efectos, pero no las causas.

Lo que señalan

En general, a los masones nos encantan los símbolos. Todos, por supuesto, pero muy especialmente los que son definidos como masónicos. Con el tiempo, uno aprende a conocer su significado, su origen, sus similitudes con otros símbolos, las analogías que existen entre ellos, uno crece masónicamente y todos esos significados van ganando en profundidad. Los símbolos van colocándose en su lugar y sitio y certeramente, van señalando poco a poco, para quien los estudia, una realidad oculta, velada, no visible a simple vista pero perfectamente cognoscible… al menos en parte. Son herramientas imprescindibles y útiles hacia las que acabamos teniendo un cariño especial.

Pero son solo eso, herramientas, son ideas que remiten a una verdad y lo importante, lo fundamental, lo primordial, es llegar a rozar esa verdad, a entreverla. Un masón trabaja con los símbolos para llegar a otro sitio, los utiliza como los antiguos canteros utilizaban el mazo y el cincel, pero el objetivo no es hacerse un erudito en símbolos, sino ser capaz de contemplarlos, tocarlos, sentirlos y ver hacia qué verdad apuntan. Lo contrario es quedarse mirando el dedo en lugar de ser consciente de la luna llena a la que señala.

Y como todo, los símbolos masónicos tienen un lugar y sitio, y un por qué, y un hacia dónde, y un cómo, que van cambiando no porque el significado del símbolo cambie, sino porque quien lo observa va cambiando y conociendo a medida que se adentra en su viaje iniciático. Es cierto que todos los símbolos, palabras de paso, rituales y gestos que los masones utilizan en sus logias están en internet y pueden ser encontrados y vistos por todo el mundo. Igual que cuando uno se para delante de la fachada de una catedral gótica y contempla, ahí delante, esa profusión de personajes, motivos vegetales, objetos, animales, formas geométricas, astros… Esas figuras fueron labradas en piedra para que tuvieran un sentido para todos, para el agricultor que acudía al mercado llevando su cosecha y se paraba admirado y quizá temeroso delante de la catedral, y también para el filósofo o el alquimista que viendo los mismos símbolos, deducían de ellos otros conceptos y otra realidad. Ambas interpretaciones eran válidas, pero distintas en profundidad.

Por eso la enseñanza iniciática es siempre progresiva. Por eso el método masónico consiste en distintos grados por los que pasa el iniciado, en los que le son revelados diferentes símbolos, para que se vaya acercando a la verdad por pasos, desvelando una a una, paso a paso, las capas del misterio.

Mucha información, poco conocimiento

Que todo sea accesible en este momento a todo el mundo no significa nada. Que un Aprendiz masón o un Compañero metan la nariz en los rituales de los grados superiores, o en sus símbolos, es una opción que cada cual puede tomar desde su libertad, pero no les llevará a nada, no les ofrecerá ninguna satisfacción intelectual -y mucho menos, iniciática- leer lo que ese símbolo significa o deja de significar, porque el conocimiento de los símbolos y el vislumbre de la realidad a la que señalan no es algo que se aprenda intelectualmente. Es algo que se aprende porque se vive, que entra en uno por la experiencia, por el «uso» del símbolo. Igual que uno aprende a manejar una herramienta trabajando con ella, no leyendo para qué sirve.

Utilizar la puntuación masónica fuera de lugar, meter en las conversaciones de Whatsapp emojis presuntamente masónicos, llevar ostentosamente llaveros, gorras, camisetas, fundas de móvil o lo que sea con simbología masónica, no le hace a uno más masón o mejor masón. Ser Aprendiz o Compañero y presumir de haber leído los rituales de los grados superiores no hace que sepa más, ni comprenda más, ni añade velocidad o profundidad a su camino masónico. Más bien lo boicotea. La arrogancia siempre es un boicot autoinfligido.

Los símbolos nos hablan, son parte de la cadena que formamos con los iniciados de todos los tiempos, que también los utilizaron para reconocerse, para comunicarse, para acceder a una realidad que no podían ver a simple vista. Muchas veces se jugaron la vida por ello, y la perdieron. No es que los símbolos merezcan un respeto porque son sagrados. Como ya hemos dicho, son herramientas. Lo sagrado es a lo que responden, a lo que señalan. Pero igual que medimos el uso de las palabras, que también son símbolos; igual que medimos el uso de las herramientas o los utensilios de nuestro día a día; igual que no se nos ocurriría utilizar un martillo para remover la sopa, los símbolos tienen un lugar y un sitio, y un significado, y un contexto.

Utilizarlos de forma inconexa, desatinada o burda, porque sí, porque «hacen bonito», o «me hacen interesante» o «me hacen sabio», es algo bastante absurdo e improductivo. Y más bien señala lo contrario, porque si se conoce su significado, si se ve más allá del propio símbolo, nunca serán sacados de contexto ni maltratados. Quien los conoce de verdad no los desubica.

Hermanos masones: si amáis los símbolos, si queréis que os señalen y os enseñen algo, tratadlos con cariño y respeto, como haríais con un viejo maestro, o con ese libro ajado con el que aprendisteis a leer. No os vaya a pasar como al ufano mozo de la foto:

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