Está muy de moda hablar de «el relato»… como si la historia, lo que nos cuentan, pudiera no tener que ver necesariamente ni con quién lo cuenta ni con la realidad. Como si «el relato» fuera algo que va más allá de todo, casi como si nos fuera dado desde el exterior, sin opción por nuestra parte de cuestionarlo, corregirlo, desmentirlo, no creerlo, rechazarlo. Sin embargo, «el relato» no es un ente autónomo, indeterminado y neutral. Tiene una razón de ser, y un momento, y un padre y una madre, y unas palabras concretas y no otras y, también, un objetivo, legítimo o no.
Relato viene del latín relatus, y significa «llevar algo hacia atrás», o sea, casi reiterar lo sucedido, recrearlo con palabras si no con hechos. Pero nunca es ese el sentido que se le da hoy a la expresión, en esta sociedad infoxicada en la que vivimos, aquejada de una sobreinformación, de una falta de neutralidad de las fuentes y de una angustiosa ignorancia. Más que nunca, información no es igual a conocimiento, y como no disponemos del tiempo necesario para procesar toda la información que tenemos para poder transformarla, realmente, en conocimiento, casi toda ella se convierte en un residuo y al momento es sustituida por informaciones nuevas, igualmente superficiales y poco trascendentes. Nada deja poso.
La verdad derrotada
«El relato» es hoy lo que sustituye a la verdad. Por su etimología, el concepto está estrechamente ligado a los hechos, los reconstruye. Pero este relato bastardo al que nos enfrentamos en nuestros días tiene poco que ver con la verdad, pretende disfrazarla, ocultarla, y eso nunca es inocente.
Lo vemos cada día en la política. Los hechos no importan, ni las palabras que se han dicho o no se han dicho. Importa «el relato», o sea, la forma interesada de contar versiones -mentiras y medias verdades- sobre los hechos. Las redes sociales sirven a los intereses de los inventores del relato, de todos los relatos, porque hay varios en función de los variados intereses parciales en torno a la verdad.
También los medios de comunicación se han erigido en altavoces de uno u otro relato, olvidando, vendiendo de forma vergonzosa, su necesaria vocación de defensores de la verdad y vigilantes imparciales del poder. Pero no pasa nada, a menudo la verdad es farragosa, exige cierto esfuerzo por buscarla, hace falta formarse un criterio y realizar un trabajo para poder separar el grano de la paja, y pide reflexión sobre lo hallado y las conclusiones que se derivan. Demasiado trabajo para una sociedad que sufre un trastorno por déficit de atención e hiperactividad. Y también por falta de interés y por pereza.
Estos días he sido testigo de cómo «el relato» surge, crece y explota. Me he acordado de esa maravillosa aria de Don Basilio, en «El barbero de Sevilla», cuando explica lo que es una calumnia, cómo nace como un vientecillo, pero se expande y crece poco a poco, se mete en las mentes de la gente a fuerza de ser repetida, provocando finalmente los efectos de un huracán.
Eso es, también, en muchas ocasiones, «el relato»:
Sentimientos
Hoy, día 23 de junio de 2023, víspera del día de Sant Joan en Ciutadella de Menorca, mi pueblo, he sido consciente de otra cosa relacionada con «el relato». Por primera vez en la historia, no somos los protagonistas de la fiesta, los conocedores de la fiesta, los hijos de la fiesta desde la niñez quienes configuramos «el relato» de la fiesta. Hasta ahora, siempre habíamos sido «nosotros» quienes explicábamos la fiesta a los demás, a quienes venían de fuera para conocerla y disfrutarla, a nuestros conciudadanos a través de los medios de comunicación…
Pero hoy he sido consciente de un cambio que no dejará de tener consecuencias. Justo antes de la retransmisión en directo del Caragol des Born, primer acto de la fiesta, a través de la televisión pública de Baleares, IB3, dos personas naturales de la vecina isla de Mallorca han verbalizado «el relato» de la fiesta. Su relato, desde la falta de conocimientos, vocabulario y todo lo que envuelve Sant Joan, exceptuando el sentimiento. Porque eso sí que lo experimenta todo el mundo, pero «el relato» de esta fiesta no puede ceñirse a un listado de emociones y sentimientos, no es esto lo que vale la pena contar y preservar.
Y en la pantalla, un enorme grafismo aseguraba: «La festa de les festes». Y otro rótulo, ya en la emisión en directo, certificaba: «Sant Joan és un sentiment». Claro, de eso sí que saben!

«Sant Joan és un sentiment». No lo decía un joven al que entrevistasen en directo en los minutos previos al inicio de la fiesta. No lo decía la periodista conductora del directo, ni el comentarista invitado (quien por suerte sí conoce bien las fiestas, su vocabulario, sus protocolos y a sus protagonistas). Lo decía un rótulo sobreimpresionado, lo decía el ente IB3, nos lo decían ellos a nosotros, los hijos de la fiesta, nos lo aseguraban unas personas que desconocen todo lo relativo a Sant Joan, todo menos el sentimiento.
Seguramente algunos de mis vecinos pensarán que soy muy catastrofista. El año pasado escribí esta entrada «Sant Joan en Ciutadella«, para alertar del peligro de que el personalismo se apodere de la fiesta y los egos se repartan lo que quede de ella. Este año hemos visto nuevas pruebas de ello, con manipulaciones y errores de peso en la elección del palacio del Caixer Senyor y forzando a un cambio de ubicación a pocos días del Dia des Be (puedes conocer algo más de estas fiestas aquí: «Solsticio de verano«).
Aunque arrastremos errores pasados y cada bienio reste significados y vocación de servicio de los protagonistas, en lugar de sumarlos, todo esto podría reconducirse el día que suceda el milagro y la gente, la Junta de Caixers, el Ayuntamiento y los cavallers asuman sus responsabiliades de forma seria pensando no en la diversión de cada uno sino en LA FIESTA que es de todos, que hemos recibido como legado y que deberemos legar, a nuestro turno, completa, a quienes vienen detrás.
Narración veraz e informada
Lo que tendrá difícil remedio es recuperar no «el relato» de la fiesta, sino la verdad, la realidad, el origen, los símbolos, el significado, el vocabulario de la fiesta, después de años en que habrán sido otros, que lo ignoran todo, quienes habrán configurado «el relato» y nos lo habrán servido en directo por televisión. Eso que estamos ya perdiendo es parte del legado de nuestros ancestros, no es una opinión o una valoración de la fiesta, sino la fiesta propiamente, la narración veraz e informada de unos hechos. Y ese conocimiento, ese poder, ha cambiado de manos y ya no está en las nuestras.
Y solamente el sentimiento importa. Eso nos hermana y hace que quienes nos cuentan el relato de la fiesta estén legitimados para hacerlo, aunque no tengan ni conocimientos ni vocabulario. Pero ellos también «lo sienten».
Aún recuerdo cuando quienes hablaban de algo en televisión tenían un conocimiento muy razonable sobre lo que hablaban, y sus sentimientos ni interesaban ni los convertían en rótulos sobreimpresionados.
«El relato» sobre Sant Joan, con sus errores, su probreza de vocabulario, las afirmaciones sin sentido, la llamada a los sentimientos desde fuera, está iniciando la conquista sobre la realidad de la fiesta y ese relato nos dice qué es y qué hemos de sentir. Cuando hayamos olvidado las palabras que nos mostraron nuestros abuelos para referirnos a las personas, los objetos, los actos festivos (replec, córrer i endur-se s’ensortilla, rompre ses carotes, buldrafa, corregudes a Sa Plaça, fer entra, fer sa capadeta, lladriola…), habremos perdido definitivamente la batalla. La conquista habrá sido completa, no solo de espacios físicos. De la invasión de las personas nos habremos dado cuenta, pero no así de la invasión de ese territorio íntimo de los recuerdos, las emociones y las palabras.
Temo que el paso siguiente sea que la realidad se transforme para adecuarla al relato.
La foto principal que ilustra esta entrada es de Elena Bagur, calle de Ses Andrones, Ciutadella.
