En la enseñanza iniciática se habla, desde siempre, de los pequeños misterios y los grandes misterios como de dos partes coherentes pero distintas del camino que el iniciado debe andar para pasar de su estado actual al objetivo que es la liberación final o, como lo llama René Guénon, la «Identidad Suprema». Como decíamos en «¿Es el objetivo ser buenos?«, la enseñanza iniciática no tiene como objetivo que seamos buenas personas, o hacer de nosotros nuestra mejor versión posible. Eso se alcanza por el camino, si se trabaja de forma seria, casi como un efecto inevitable, mientras se busca algo que está más allá de nuestro propio dominio. Quedarnos con la perfección humana es quedarnos a medio camino, cumplir con los pequeños misterios sin entrar en los grandes, que pretenden ir más allá. En la Masonería el obrero pretende convertirse en una piedra cúbica perfecta, que, sin embargo, luego deberá seguir transformándose para llegar a ser una piedra cúbica piramidal… a la mejor versión posible de ese ser humano se le añadirá algo más, que tiene que ver con el fuego, πυρ, (pir-piros)… tiremos del hilo, siguiendo en parte a René Guénon y aderezándolo un poco, como solemos hacer.
En el Rito Escocés Antiguo y Aceptado, los pequeños misterios se corresponden con los grados simbólicos, del 1º al 3º, mientras que los grandes misterios se corresponden con los grados filosóficos, del 4º al 33º. Quien haya transitado ese camino, o esté haciéndolo, tiene fácil entender la diferencia entre unos y otros grados. Aún siendo coherentes, los rituales y los símbolos de unos y otros grados son distintos, los segundos ya no tan apegados al oficio de masón y a la construcción y de hecho, en los grados superiores, se entiende que el masón ya no trabaja con sus manos. A partir del grado 4º estamos en otro ámbito, en un orden distinto, hemos pasado de lo físico a lo metafísico.
Una verdad, muchas formas de expresarla
La iniciación significa un primer paso, la muerte de la persona profana y el nacimiento de alguien nuevo que deberá sufrir una regeneración psíquica; mientras que la segunda muerte simboliza precisamente la muerte psíquica y da acceso al dominio espiritual, y es, en realidad, una «resurrección». La primera muerte simbólica es la muerte del mundo profano, pero la segunda marca la frontera entre los pequeños y los grandes misterios, entre los grados simbólicos y los filosóficos, entre la realización del ser humano y de lo que hay más allá.
En «Los 4 votos del camino budista» hablábamos de la importancia de, llegado el momento, poder contestar cada uno de nosotros a esta pregunta: ¿Has llegado a ser quien eres? Como en la interpretación de los símbolos, o en las paradojas que proponen los koan de la tradición Zen, la respuesta a esa pregunta no es tan plana como puede parecer… No se nos está preguntando por nuestro personaje en el mundo, sus éxitos y fracasos, sino por quien somos realmente. Y esa pregunta implica, sí, ambos niveles de la escalera, el de los pequeños y el de los grandes misterios: piedra cúbica perfecta y piedra cúbica piramidal. En la alquimia, el equivalente sería el mercurio filosófico y la piedra filosofal.
El Paraíso
En el lenguaje de Dante, recoge Guénon, el equivalente a ambos estados sería el «Paraíso terrenal», como etapa en la vía que lleva al «Paraíso celestial». De hecho, la palabra paraíso es en griego Παραδειος (paradeios), y está formada por la preposición παρα (para), que significa al lado de, parecido a, muy próximo a, y la palabra Δις (dis), nombre propio que se usa sólo en nominativo y que es Ζεμς (Zeus). Así, el paraíso, además de ser un lugar plantado de árboles, el significado común que se le da a la palabra, según su traducción del griego es también un lugar divino, un lugar que está próximo a Dios. El paraíso terrenal y el paraíso celestial muestran, también, las dos grandes etapas del camino.
Recoge Guénon que en la tradición islámica, los estados en los que desembocan respectivamente los pequeños misterios y los grandes misterios se designan con el nombre de «hombre primordial» y «hombre universal», y que ambos encuentran su exacta correspondencia con el «hombre verdadero» y el «hombre trascendente» del Taoísmo.
Ambas etapas tienen también que ver con lo que se llamaba, en la antigüedad, «arte real» y «arte sacerdotal», y con las respectivas iniciaciones. El arte real se encarga de las «cosas», del mundo material y físico, mientras el arte sacerdotal se encarga de lo sagrado. En el mundo védico, el primero era el dominio de los Kshatriyas, la casta de guerreros, mientras que el segundo era el dominio de los Brâhmanes. Se entiende perfectamente que el primero de estos dominios es de orden natural o físico, mientras que el segundo es de orden sobrenatural o metafísico.
Estado humano y estados supra-humanos
Dice Guénon que los pequeños misterios «comprenden todo lo que se refiere al desarrollo de las posibilidades del estado humano considerado en su integridad». Sería lo que se conoce en la tradición como la restauración del «estado primordial», la vuelta del ser humano a ser todo lo que fue y todo lo que puede ser, la consecución del ser humano perfecto. Por ello su dominio es el del mundo físico, el del conocimiento de la naturaleza y las ciencias tradicionales.
En cambio, los grandes misterios conciernen a «la realización de los estados supra-humanos: al tomar al ser en el punto donde lo han dejado los pequeños misterios, y que es el centro del dominio de la individualidad humana, le conducen más allá de este dominio». ¿Hasta dónde? Pues más allá de los estados supra-individuales, aunque condicionados, hasta el único estado incondicionado que es el verdadero objetivo de toda iniciación: el estado de liberación final o de «Identidad Suprema», en palabras de Guénon, o sea, la vuelta al Uno, el regreso a la Unidad. Siendo así, es lógico que este dominio sea el de la metafísica, lo que está más allá de la naturaleza.
Podemos ver los pequeños misterios como una línea horizontal de realización, que sirve de base a una línea vertical, que sería la de los grandes misterios. La línea horizontal sería la tierra, que corresponde al dominio humano, mientras que la línea vertical sería la «ascensión a través de los cielos», que corresponde a los estados superiores del ser, explica gráficamente Guénon.
Preparación y realización
Lo que es importante es que no se trata de caminos distintos, sino de dos etapas, por llamarlo de alguna manera, en el mismo camino. Los pequeños misterios son la preparación para los grandes misterios, la preparación del ser humano para su acceso a los estados superiores del ser, que le son igualmente propios. Sin olvidar, por mucho que duela, que el objetivo final es la reintegración en el Uno, o esa Identidad Suprema de la que habla Guénon.
Todo esto puede parecer muy teórico y alejado de nuestro día a día, pero en realidad no es así… solo que no estamos acostumbrados a mirar hacia adentro. Tanto una etapa como la siguiente son nuestras, no nos son en absoluto ajenas. Y René Guénon tiene una buena noticia para nosotros. Dice:
«… se puede decir que aquél que ha alcanzado este punto [el centro de la individualidad humana], es decir, la finalización de los pequeños misterios, ya está virtualmente «liberado», aunque no pueda estarlo efectivamente hasta que haya recorrido la vía de los grandes misterios y realizado finalmente la Identidad Suprema».
El que no retorna
Bueno, algo es algo… realizar la primera etapa tiene premio. El budismo llama anâgami a ese ser humano virtualmente liberado porque ha realizado los pequeños misterios. Esta palabra significa «el que no retorna», entendiéndose, dice Guénon, que se refiere a que ya no vuelve a un estado de manifestación individual como el humano. Sería esa la manera de romper con el ciclo de encarnaciones reiteradas, de entradas y salidas de este mundo, de nacimientos y muertes en la materia…
Como decíamos en «Manos, palmas y poder«, el hombre, como artesano de este mundo, tiene el poder en su mano, el poder de ser y llegar a ser, de transformar y transformarse. Como semilla de la divinidad, además, recibe y puede utilizar el poder que se le derrama desde arriba. Puede acceder al paraíso terrenal como paso previo al paraíso celestial, está en su mano hacerlo.
Me parece una visión maravillosa y esperanzadora. Deberíamos intentar ser realmente conscientes de cuál es nuestro poder, nuestro doble poder real y sacerdotal: llegar al límite de nuestra capacidad como mortales y, aún así, poder ir más allá. Realizar los pequeños misterios en nosotros para, así, acceder a los grandes misterios, que son, también, nuestra herencia.
La imagen central de esta entrada es una fotografía de la australiana Mieke Boynton.
El libro de René Guénon es «Consideraciones sobre la Iniciación», de A.C. Pardes, 2012.
Los comentarios sobre la palabra «Paraíso» son del maravilloso libro «Letanía Hermética de María», de Catalina Marqués, Ediciones Obelisco, 2003.
