El solitario

Todo consiste en el juego de la consciencia encarnándose en la materia para poder hacerse consciente de sí misma, para ser autoconsciente. Por eso nosotros también hemos de hacernos autoconscientes, conscientes de que somos consciencia pura, no un trozo, o una parte, o una miguita, sino LA consciencia pura, infinita. Cualquier trozo o parte implicaría la existencia de más de una consciencia, y eso no tendría sentido.

Esto es lo que significa, en parte, la frase hermética de: «como es arriba es abajo», y también, esa frase del Padrenuestro de: «Así en la Tierra como en el Cielo».

La consciencia juega al solitario, al juego de la autoconsciencia a través de la encarnación en el mundo de las formas condicionadas, finitas, mortales. Aunque pueda parecernos que participamos en el juego, en realidad, se trata de un solitario… nosotros no somos otra cosa que consciencia! Lo demás es accesorio.

La auténtica evolución, como decía Pierre Theillard de Chardin, es la de la consciencia. La materia es solamente un soporte necesario, un vehículo, para este mundo. La materia es necesaria para la evolución de la consciencia, es en el mundo material, en el mundo de los sentidos, de la dualidad, donde la consciencia debe evolucionar… pero, atención, porque el misterio cristiano de la transubstanciación nos habla de que también la materia puede transformarse, purificarse… de hecho, es lo que pretende la alquimia con la realización de la piedra filosofal gracias al trabajo conjunto de la Naturaleza y el Arte, o sea, lo que nosotros podemos aportar.

Y entonces, ¿cuál es el auténtico objetivo de la alquimia? De nuevo, la consciencia. Incluso la piedra filosofal es un escalón más en todo ese proceso de autoconsciencia del Ser. En este mundo, cierto, es el escalón fundamental y probablemente definitivo.

¿Existe un final? No lo creo, no creo que este solitario tenga un final… Sería ocioso, un despilfarro de recursos… además del hecho de que difícilmente es creíble que esto se pare de alguna manera en algún momento… se trata de seguir avanzando en espiral, y como el espacio y el tiempo también son relativos, la consciencia no los necesita para nada. Son, como la materia, fruto de este mundo. 

El «final» no está en la economía del Universo. Los científicos siguen buscando la partícula «más pequeña de todas», pero no la hallan. Lógico, ¿de verdad pensamos que, en un momento determinado, el Universo en creación permanente dice «aquí me paro»?

Todo proviene de la quietud, dicen, de la inmovilidad, de la infinitud… Pero en realidad eso ya es ahora, no deja de ser nunca, no existe «un lugar» o «un estado» al que volver o al que llegar… se trata de una trabajo eternamente activo y pendiente, que no tiene final como no tuvo principio, a lo largo de los diversos y múltiples estados del Ser.

Ser obreros conscientes también significa ser conscientes de que el trabajo de toma de consciencia no termina nunca… no basta con alcanzar «un poco» de consciencia. Somos TODA la consciencia, que es infinita… pero vivimos ignorantes y cabizbajos.

La muerte y la resurrección del ritual son las pulsiones eternas de la vida. En esa línea que llamamos vida y que se ubica entre nuestro nacimiento y nuestra muerte, el peligro de involución es constante, peligro de abandono, de pereza, de cansancio… sin embargo, también a veces un paso atrás nos puede servir para tomar nuevo impulso y abrir la puerta a nuevas oportunidades para realizarnos, para avanzar, para actualizar nuestro potencial. Esta vida, en este mundo, es ciertamente como un largo día de escuela, y cuando pase nos esperará otra lección…

En el fondo, muerte y resurrección solo muestran los cambios de estado constantes y sin fin a los que se somete la consciencia para realizarse… Ella es siempre la misma, pero el vehículo, la forma, la herramienta, cambia… porque el Ser es en muchos estados distintos, quizá infinitos.

Permanentemente, todo el tiempo, la consciencia es sepultada en la materia, de donde debe resucitar para poder seguir adelante con el solitario.

Pero, atención… esa resurrección ritual implica algo muy importante: poseemos el mundo, hemos trabajado en él para conocerlo y aprehender sus misterios. Ahora, como resucitados, nuestro ámbito de posesión ya no es el mundo y sus metales, sino el vasto dominio de la actividad del Espíritu.

El poseedor del mundo muere para que pueda nacer el poseedor consciente del Espíritu. La consciencia de lo que es. Del Ser.

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