Hemos hablado aquí en otras ocasiones de lo que significa estar en el lugar y sitio que nos corresponde. Es una fórmula propia de la Masonería, una exigencia del ritual para con los miembros de una logia, pero es algo que también puede aplicarse a la vida de cada uno, que no siempre es fácil, pero que siempre da los resultados adecuados. Estar en el lugar y sitio que nos corresponde nos ayuda a ser útiles, a generar, a construir, a armonizar, a comprender, cada uno según sus circunstancias y aptitudes. Una Maestra de mi Logia propone una sencilla fórmula que, si bien está pensada para los tres grados de la Masonería simbólica, Aprendiz, Compañero y Maestro, puede también aplicarse a la vida profana de cada uno. Siempre dará buenos resultados.
Los que acaban de llegar
Como hemos comentado en otras ocasiones, la columna de septentrión de una Logia es la columna del norte simbólico, donde se sientan los Aprendices. Son quienes más recientemente han llegado a la Masonería, tras pasar por las pruebas de la Iniciación. Ya no son profanos, pero como un brote tierno, deben ser protegidos de la luz del Sol. Por eso su lugar en la Logia es la columna del norte, donde reina una oscuridad propicia para que hagan lo que les es propio.
¿Y eso qué es? Porque cualquiera diría que un Aprendiz lo que tiene que hacer es aprender, ¿verdad? Y es así, sin embargo, ese aprendizaje del primer grado no se efectúa de forma consciente, es distinto al aprendizaje que uno realiza en una facultad o en cualquier empleo. Se trata de un aprendizaje iniciático, y por tanto, tiene sus ritmos propios, es progresivo y si el Aprendiz está atento y es poroso, se produce sin que prácticamente se dé cuenta. La razón no tiene ahí ningún papel, tampoco el intelecto. No directamente.
El deber de un Aprendiz es este: observar y callar. Y no es fácil hacerlo, porque casi todo el mundo entra en la Masonería, o en cualquier otro sitio, muerto de ganas por demostrar cuánto sabe, lo que tiene, lo que es… Pero no, no es eso lo que define el oficio de Aprendiz: es observar y callar, ser poroso para dejarse penetrar por el simbolismo y el rito, por la influencia positiva de los demás miembros de la Logia, y confiar. Por eso se sienta en la columna del Norte, para poder observar todo lo que ocurre dentro del Templo y dejarse penetrar por una atmósfera y un lenguaje que son nuevos para él.
Observar es más que mirar, es mirar con atención y guardar, conservar algo de lo que se ha estado observando, no es una acción puntual, como ver, sino que es un proceso que da un resultado.
Y claro, tiene que callar. Lógico… ¿Qué podría aportar un recién llegado al conocimiento iniciático? Solamente confusión, observaciones profanas, ganas de polemizar, porque ese conocimiento no se obtiene en la calle, ni leyendo libros, sino solo trabajando en serio dentro de una organización iniciática.
¿No os ha pasado nunca en vuestra vida que llegáis nuevos a un sitio y os puede el ansia por demostrar cuánto sabéis y cuánto valéis? También en la vida profana lo de observar y callar funciona siempre, solo que es optativo, depende del temple y la voluntad de cada uno. En la Logia es un deber, es el trabajo al que los Aprendices deben someterse desde el primer día, para que todo el simbolismo, el ritual, las palabras, gestos y movimientos, vayan calando en su interior casi sin que se den cuenta de ello. Una semilla va a ser sembrada en su alma… de ellos dependerá, en el futuro, que fructifique. Pero de momento, no tienen que preocuparse por ella. Si la dejan, se alimenta sola, toma lo que necesita. Eso sí, la tierra en la que está sembrada tiene que ser porosa, estar esponjada lo suficiente como para dejar circular la humedad, el aire, la luz de la Luna que ilumina sutilmente la columna del Norte…
Los que deben aprender
El Aprendiz debe observar y callar. Cuando haya cumplido un tiempo y se haya ubicado en el Templo, entre los símbolos que le son propios, cuando empiece a entender el nuevo lenguaje del simbolismo y las palabras y gestos del ritual ya le suenen, cuando se haya hecho muchas preguntas para las que no siempre habrá encontrado respuesta, y cuando los Maestros le hayan señalado otras puertas, pero sin abrirlas para él, estará preparado para dar el siguiente paso: convertirse en Compañero, acceder al segundo grado de la Masonería.
Tras una ceremonia de iniciación al grado, que recibe el bonito nombre de «aumento de salario», el Aprendiz se convertirá en Compañero. Lo primero de lo que será consciente es de que su lugar y sitio en la Logia cambiarán totalmente: debe sentarse en la Columna del Mediodía, en la columna del Sur simbólico, a pleno sol. Su visión del Templo cambiará radicalmente, y se encontrará con nuevos símbolos, nuevas palabras y gestos, y con un ritual que, siendo coherente con el de Primer Grado, también será diferente.
Este nuevo grado pretende sacarle de su introspección de Aprendiz y mostrarle que todo el mundo es su objeto de observación, a partir de ahora, y no solo el Templo. La sensación de libertad y también de vértigo es considerable, porque en la Columna del Norte, a oscuras, sin tener que abrir la boca para nada, uno se siente seguro y a gusto. Sin embargo, lo que se le pide al Compañero es totalmente distinto: preparaos y aprended.
Vaya, ahora es el momento de aprender, cuando uno ya ha superado el Primer Grado! Sí, efectivamente. Porque ese aprender del Segundo Grado requiere de la voluntad del masón, y también requiere que haya estado durante su etapa en el Primer Grado en el lugar y sitio que le correspondía, haciendo lo que le correspondía. Si ha sido así, esa semilla que fue sembrada en su alma se habrá convertido en un tierno brote que debe ir con cuidado con la luz del Sol, pero que ya tiene fuerza y energía suficiente como para aventurarse hacia la superficie y atisbar la luz.
El Segundo Grado es un subidón. Así lo dice un Compañero de mi Logia, y pienso que es muy acertada la expresión. Porque si todo se ha hecho como es debido, de repente el Compañero ve cómo hay conocimientos que surgen de su interior, que puede plasmar en un trabajo escrito para ser leído delante de sus Hermanos; él ni siquiera sabía que sabe lo que ha podido escribir, pero es como si reaccionara un resorte interior, algo fluye, resuena con lo que ve, escucha y observa dentro del Templo. Algo pasó en su interior sin que se diese cuenta cuando estaba sentado en la oscuridad, y ahora eso puede manifestarse, para su propia sorpresa.
Preparar y aprender. Preparar viene del verbo latino paro, que significa preparar, procurar, disponer. Pero con el prefijo prae- (=antes) significa lo que se hace antes de dejar algo listo, dispuesto, preparado. O sea, el Compañero tiene que hacer algo para que otro algo quede dispuesto, listo… para que dé el fruto que le es propio. El mismo verbo paro, con el sufijo –yo, da lugar al verbo pario, que significa dar a luz, parir. Hay algo que el Compañero ha de preparar, para poder obtener el fruto que se espera.
Pero, ¿qué es lo que debe preparar? Sin duda, la tierra en la que ha sido sembrada su semilla, o sea, a sí mismo. Ha llegado el momento de cuidar ese brote de forma consciente y voluntaria, con compromiso, perseverancia y trabajo serio. Y además, debe interesarse por cómo la Humanidad ha estado cuidando siempre de esos brotes, dejando a su paso una estela de migas que ahora él debe seguir, viajando, leyendo, estudiando, observando, relacionando, preguntando, cuestionando. Ya no debe guardar silencio, ha de ser una fuerza activa y generadora en su Logia (y en el mundo), asumiendo un nuevo papel, más comprometido, que le lleve al siguiente grado.
Los que son ejemplares
Nuestro Compañero ha trabajado y perseverado, se ha preparado a sí mismo interiorizando las enseñanzas de los símbolos y el ritual, trabajando y compartiendo ese trabajo con los otros miembros de la Logia. Ahora debe dar un salto más.
Su paso a Maestro significa cruzar una frontera definitiva y entrar en otro orden. Deja atrás el perfeccionamiento psíquico y el estudio del mundo de la dualidad para centrarse en la actividad del Espíritu y sus efectos sobre la materia, sobre sí mismo. Su principal función será purificarse y regenerarse, que quiere decir generarse de nuevo partiendo de lo que es, pero incorporando algún elemento nuevo que le permita convertirse en algo diferente, según su propia naturaleza.
Como Maestro del Taller, además, deberá incorporar otra responsabilidad: la de velar por la instrucción de Compañeros y Aprendices, no para enseñarles o desvelarles nada, sino para señalarles salidas, caminos, vías hacia las respuestas a las preguntas que se planteen. Su primera responsabilidad será la de ser ejemplar, porque así es como será útil a la Logia y a sus Hermanos.
Y cuando sea el momento para que dé un paso más y deba asumir algún Oficio de los que son necesarios para el funcionamiento del ritual y de la Logia, deberá hacerlo, como dice la Maestra de mi Taller de la que os hablaba más arriba, «sin rechazar ni desear ninguno de los Oficios», sino simplemente, asumiendo su deber. Porque esa es su responsabilidad: cumplir con su Oficio, sea el que sea.
Realmente, como ocurre en la vida.
Cumplir viene del latín complere y significa llenar totalmente, completar, cumplir y terminar. Queda claro que no hay que dejar ni un cabo suelto para cumplir con el Oficio, sea el que sea. Cumplir es una acción global… y un Oficio no es un cargo que se ostenta, sino un deber que se cumple.
Recapitulemos, siguiendo las palabras de la Maestra de mi Logia:
Columna del Septentrión, Aprendices: Observad y callad.
Columna del Mediodía, Compañeros: Preparad y aprended.
Maestros Oficiales: Cumplid con vuestro Oficio.
Poco más se puede añadir.
La impresionante fotografía que ilustra esta entrada es de mi paisano Rafael Pons, y podéis ver más fotos espectaculares como esta, o aprender a capturarlas, en Photopills.
