Muchas personas, también muchos iniciados, no tienen muy claro para qué sirve la enseñanza esotérica, cuál es el objetivo final de la iniciación. Es curioso, porque, al menos para los iniciados, no es complicado saberlo, descubrirlo, hay muchas pistas que te llevan a la respuesta y son más claras a medida que, por ejemplo, subes grados en la escala masónica, si trabajas con seriedad y perseverancia. Pero aun así, estamos tan acostumbrados a movernos dentro de nuestro ámbito psicológico, moral, humano, y a que nos den el trabajo de pensar hecho, que nos cuesta ver que hay cosas que van más allá y que podemos descubrir por nosotros mismos. Si el objetivo de la iniciación fuera convertirnos en buenas personas, sobraría todo el edificio simbólico y ritual que conlleva no solo la Masonería, sino toda enseñanza iniciática, y bastaría con los buenos consejos de la catequesis.
Tengo un amigo que siempre dice esto: «A la Masonería se viene siendo bueno de casa». Y es cierto, no tiene ningún sentido pensar que, centrándonos en el Rito Escocés Antiguo y Aceptado, por ejemplo, ese edificio simbólico de 33 grados perfectamente estructurados, cada uno con su ritual, sus símbolos específicos, sus palabras y toques, sus pruebas de paso, etc., tenga como objetivo hacernos buenas personas, garantizar la armonía y la convivencia, evitar enfrentamientos y discusiones entre personas y entre grupos humanos, poner en práctica valores morales.
A todos nos dijeron en casa, de pequeños, que teníamos que ser buenos, no pelearnos, compartir, aceptar a los demás… también en la escuela, en la catequesis -quienes pasamos por ella-, todos hemos tenido buenos maestros y profesores, además de nuestros padres, abuelos y otros familiares, que han trabajado en equipo para formar nuestra personalidad de acuerdo a los valores morales de la sociedad en la que vivimos. Y el mensaje de todos ellos ha sido bastante coherente, ¿no os parece? Incluso ahora lo es, el mensaje que llega a los pequeños humanos en los colegios y las familias, en general, es bastante coherente y busca personas amables, solidarias, tolerantes… otra cosa es que lo consiga en todos los casos, eso ya sabemos que es imposible, siempre lo ha sido.
Un Maestro de mi logia lo explica así:
«El descubrimiento de un modelo de conducta correcto no necesita de una escuela iniciática para conseguirlo. Por poner un ejemplo, el profesor Emilio Lledó, o cualquier cura, monja, lama, o cajera de supermercado ―bienintencionados, eso sí― podrían ser maestros en ese periplo. Nada de Masonería, nada de Ritos, sólo bastaría contar con una buena persona seria y sólida, que tuviera actitudes de contagio hacia otras personas.»
Entonces, ¿para qué necesitamos la enseñanza iniciática? ¿De verdad tiene que estar una persona adulta 20 años trabajando en Masonería, por ejemplo, para que en todos los grados le digan que el objetivo de todo ese simbolismo es que sea mejor persona y se lleve bien con el prójimo?
No, amigos, la enseñanza iniciática no sirve para eso, eso o lo llevamos de casa, como dice mi amigo, o será una consecuencia secundaria del aprendizaje iniciático, lo de hacernos la mejor versión de nosotros mismos y manifestar potencias como la prudencia, la fuerza, la justicia, la templanza, la belleza… conceptos que ya no siempre se entienden ni se utilizan, pero que siguen ahí, en los cimientos de todo.
El trabajo iniciático, si se hace en serio, tiene dos vertientes, una exterior, que es una ayuda, un apoyo, y una interior, que es la realmente fundamental. Veamos.
El simbolista y estudioso del esoterismo, René Guénon, habla de ello así:
«Se podría resumir todo esto en pocas palabras: entrar en la vía, es la iniciación virtual; seguir la vía, es la iniciación efectiva.»
Entrar en la vía es recibir la iniciación, es el punto de partida, la puerta que se abre, la transmisión de una influencia espiritual por parte de una organización tradicional regular a una persona que ha sido considerada apta. La transmisión, en ese sentido, es doble: por una parte, se le transmite la influencia espiritual de la que hablamos, sin la cual no existiría la iniciación o no podría ser llamada así; por la otra, la transmisión de una enseñanza tradicional.
Esa enseñanza iniciática, sin embargo, no es lo fundamental, sino que es el apoyo, la ayuda. Guénon dice así:
«La enseñanza iniciática no puede ser otra cosa que una ayuda exterior aportada al trabajo interior de realización, a fin de apoyarlo y guiarlo tanto como sea posible».
Lo fundamental, o sea, lo que está en el fundamento de la iniciación, es el trabajo interior de realización. Por eso, si se trabaja en serio, es imposible pensar que existe la Masonería «especulativa». Toda la Masonería que trabaja en serio es «operativa», y da igual si los masones de hoy no se dedican a levantar catedrales. El trabajo de construcción lo hacen sobre sí mismos, no se trata de una cuestión teórica, o filosófica, o moral, sino de un trabajo de regeneración, o sea, que se trata de «volver a nacer». Por eso existe la «muerte simbólica» en el ritual iniciático y en algún otro grado.
De hecho, la iniciación implica una muerte simbólica al principio, seguida de un renacimiento, y, posteriormente, de otra muerte simbólica y otro renacimiento. En palabras de Guénon, la primera muerte, la de la iniciación, simboliza la muerte de la persona profana y da lugar a una regeneración psíquica; mientras que la segunda muerte simboliza precisamente la muerte psíquica y da acceso al dominio espiritual, y es, en realidad, una «resurrección». Estamos muy lejos del conocimiento profano, de lo especulativo y de lo moral.
¿Y en qué consiste eso de la regeneración? ¿No se trata de ser buenos? Pues no, porque para ser buenos no necesitamos la ayuda de los símbolos y los rituales, ni hace falta el trabajo iniciático, que no es de orden moral ni filosófico, sino de un orden distinto. Si nos quedamos ahí, en lo moral, lo filosófico, lo psicológico, lo teórico, nos estamos quedando en el campo de la erudición, simplemente, sin ninguna oportunidad de realizar en nosotros el paso al dominio espiritual, sin el trabajo interior que fundamenta todo el edificio y que nos lleva, efectivamente, de un grado a otro.
Un Maestro de mi logia lo explica así:
«Regenerarse no es conseguir ser bueno y portarse bien con todo y con todos; regenerarse es re-generarse, volver a generarse desde sus mismos elementos constitutivos, algo que comporta otra manera de ver las cosas, otros trabajos y otros resultados».
Así, hay muchos iniciados virtuales, pero pocos iniciados efectivos o reales. Es más fácil quedarse en la cáscara, dar vueltas a las ideas, cambiar los rituales si no entendemos algo, ser un erudito que da conferencias o polemizar sobre este símbolo o esta oportunidad para «cambiar la sociedad»… todo es más fácil, realmente, que emprender en serio el trabajo de transformarnos a nosotros mismos.
Llegar al dominio espiritual es el objetivo, ir más allá de nuestro potencial como seres humanos, y, sin embargo, seguir trabajando en este mundo. Todo un reto, una auténtica gran aventura, a la que pienso que nos debemos en un momento u otro. (Puedes leer más sobre esto aquí: La enseñanza esotérica)
Se entienda o no, guste o no, se esté de acuerdo o no, el objetivo de la iniciación es uno y claro, y ha sido siempre el mismo, no depende de modas ni de tendencias ni de lo que nosotros queramos. Y solo es efectivo si se asume, se interioriza, se vive y se realiza en uno mismo. Y prueba de ello es algo que por suerte podemos ver en las logias: tanto puede iniciarse un Premio Nobel de Química como un jardinero, y quizás el segundo llegue a un grado efectivo muy superior al del primero, porque lo que realmente cuenta es el trabajo interior y no tanto el trabajo teórico e intelectual.
Por eso, dentro de una logia todos los obreros son iguales, se distinguen solamente en función de su grado, ejercen o no Oficios en función de su grado, y las biografías y currículos profanos, con sus medallas, capacidades o aptitudes, no importan. O no deberían importar, como todo lo profano.
La referencia al libro citado es esta:
«Consideraciones sobre la Iniciación», René Guénon, A.C. Pardes, 2012 (edición bilingüe francés-español)
La foto que preside esta entrada es el cimborrio de la catedral de Burgos.
