Todo fluye

Es curioso cómo nos encanta tenerlo todo atado y bien atado, lo que llamamos estabilidad, ese andamio que construimos a lo largo de nuestra vida para apuntalarlo todo y evitar el riesgo de derrumbe, como si no levantásemos nuestra vida sobre arenas movedizas, como si la vida en sí no consistiera en arenas movedizas… Nuestra obsesión por la seguridad, la estabilidad, la previsión, la planificación, quizás sea necesaria hasta un punto, pero siempre, indefectiblemente, llega un momento en el que parte de ese andamio, o todo él, se viene abajo. Y luego, claro: sorpresa, incredulidad, lamentaciones, mala suerte, culpa, fracaso… vemos los cambios como algo malo cuando, en realidad, honestamente, lo de si algo es bueno o malo es siempre relativo. No hemos inventado por casualidad esa frase tan terrible de «más vale malo conocido que bueno por conocer».

Esa obsesión por la seguridad siempre me ha hecho gracia. En realidad, no tenemos ni idea de nada, de lo que pasará mañana, de lo que nos sucederá a cada uno de nosotros, de si ese avión al que nos subimos ha tenido una revisión adecuada, de si el taxista está en condiciones de conducir, de si alguna enfermedad está naciendo en nuestro cuerpo… No controlamos nada, y es algo evidente, pero aún así necesitamos creer que sí lo hacemos, que controlamos lo que ocurre en nuestra vida, los tiempos, las decisiones, las consecuencias… si algo falla lo llamamos mala suerte, o destino adverso, o buscamos a un culpable. Todo antes de reconocer que en realidad no controlamos nada y que incluso las decisiones que tomamos no son totalmente nuestras.

Parece que fue Heráclito el padre de la expresión πάντα ῥεῖ (panta rei), todo fluye. Con esto se refería a que, efectivamente, todo está en movimiento, el discurrir, el fluir, es constitutivo de este mundo. Y en otras palabras, ese movimiento constante es lo que produce los cambios, por lo tanto, todo cambia todo el rato, nada está inmóvil, ni en la naturaleza ni en nosotros. ¿No es bonito pensarlo?

Platón lo dijo así:

«Todo se mueve y nada permanece y no nos bañamos dos veces en el mismo río»

El movimiento es constitutivo de la vida, y el cambio, también. La inmovilidad parece sólo patrimonio de la muerte… y aún eso es falso, porque incluso en la muerte se producen cambios y se genera nueva vida a partir de esa materia muerta. Por lo tanto, no hay, en este mundo, nada que esté quieto, que sea inalterable, que perdure indefinidamente en el tiempo. Eso es el devenir… como si el mundo, todavía hoy, estuviera en proceso de creación, y así es efectivamente.

Lógico, puesto que el tiempo es el culpable del cambio. En este mundo definido por el paso del tiempo, nada puede sustraerse a su efecto. No sé si lo habéis pensado nunca, pero es curioso comprobar el efecto del paso del tiempo en las cosas… tiene su belleza, aunque en general no somos muy amigos del envejecimiento… la realidad que no nos gusta no tiene mucho espacio en nuestra mente. Pero el paso del tiempo está ahí, lo vemos cada día en las estaciones, en esa manzana que está en el frutero, en nuestro cuerpo… Esa es la verdad. La realidad.

Este mundo del tiempo es también el mundo de los sentidos, un mundo que surge de su opuesto:

«El manantial de la verdad no proviene del mundo visible, sino del mundo invisible. Las raíces de todo cuanto existe reposan en el Tártaro, en el Más Allá, en el Otro Lado, lo que está más allá de todo lo que existe. Tiene el poder de la pura nada, más allá de este mundo de sentidos que hace que todo sea posible pero en el que nada puede sobrevivir.».

Peter Kingsley («Realidad»)

La ilusión

Es parte de la gran ilusión de este mundo: vivir como si hubiera certezas, cuando no las hay; hacer como si la estabilidad y la seguridad fueran posibles, cuando son una ilusión; actuar como si nunca fuéramos a morir, aún sabiendo que eso es imposible y que la muerte nos alcanzará también a nosotros.

Sin embargo, si decidimos ser honestos y humildes y miramos a nuestro alrededor no en busca de la estabilidad, sino dispuestos a observar el cambio constante, veremos lo que es, la realidad, no la ilusión en la que queremos creer. Lo que es, es, al margen de si lo vemos y al margen de en lo que creemos.

Y la realidad es bella… porque nada se perpetúa, todo tiene opción de prosperar en algún momento. Gracias al cambio puede haber aprendizaje, y crecimiento, y purificación, y un camino que recorrer, un principio y un fin, y un recomienzo.

La quietud

Y entonces, ¿no existe la quietud? Claro que sí, pero no es de este mundo. Podemos conectarnos con la fuente de la quietud mediante técnicas como la meditación, o haciéndonos conscientes de que percibimos, en un momento dado, percibir que percibimos sin engancharnos a lo que percibimos ni a los pensamientos…

En este mundo existe la inmovilidad momentánea, pero es solo exterior y puntual: cuando nos sentamos a la sombra con los ojos cerrados, o cuando leemos un libro sin movernos, o cuando miramos el mar abstraídos… pero en realidad, aún en esos momentos, no estamos tan quietos como parece, si lo pensamos bien. Muchas cosas siguen moviéndose, cambiando, sin nuestra participación consciente.

La quietud que está en el fondo, en el origen de todo, es la pura nada, como decía Kingsley más arriba. De ella procedemos y a ella volveremos, un día, según parece.

Pero mientras estemos en este mundo, el mundo de la dualidad, sometido al tiempo, el mundo en el que hemos de transformarnos en algo mejor y distinto según nuestra propia naturaleza, donde tenemos un deber muy alto que cumplir y sin embargo, nos entretenemos en tantas miserias… mientras estemos en este mundo, amigos, el cambio, el «todo fluye» es la fuerza que realmente vive nuestra vida.

La imagen que preside esta entrada es una maravillosa foto de Antoni Barber, con la luna llena sobre una barraca de piedra de Son Salomó, Ciutadella (Menorca).

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