Hacer visibles las Estrellas

«Venerable Maestro:

-Hermanos, dado que la Logia está debidamente cubierta y que todos los asistentes son Aprendices Francmasones, entremos en las vías que nos han sido trazadas.

Hermano Primer Vigilante, ¿qué pedimos cuando entramos por primera vez en el Templo?

Primer Vigilante:

– La Luz, Venerable Maestro

Venerable Maestro:

-Que esa Luz nos ilumine.

Hermanos Primer y Segundo Vigilantes, os invito a uniros a mí en el Oriente para encender nuestras antorchas y hacer visibles las Estrellas.»

La magia está a punto de comenzar. Es el momento en que la Logia revive, cuando tras una larga o breve pausa -eso no importa-, ese espacio extraño, lleno de objetos que uno no espera encontrar cuando entra por primera vez, colocados en un punto concreto por un motivo concreto, en la semi oscuridad, con un grupo de personas que pueden ser casi desconocidas, situadas a lo largo del Norte y del Sur simbólicos, ese espacio extraño, que huele a incienso y tiene unos límites geográficos bien definidos, con la cúpula celeste cubriéndolo, resucita, se llena de luz y vida, vuelve a respirar… un espacio dormido que vivirá su pequeño Génesis gracias al rito y al símbolo, y a los obreros que ejecutarán la danza del ritual de forma «justa y perfecta».

Porque toda la vida se refiere siempre a la Luz. A esa Luz que los masones y los iniciados de todos los tiempos han buscado en el exterior y en el interior: en el Sol como referente simbólico por excelencia, y también dentro de sí mismos… lo más grande y lo más pequeño, arriba y abajo, lo uno como evidencia, prueba, referente, de lo otro.

La semilla germina en la oscuridad, pero lo primero que hace es dirigirse a la luz. Cuando nacemos, se dice que nuestra madre nos ha «dado a luz». En mi pueblo, a un bebé recién nacido se le llama, todavía hoy, «un fillet del cel», literalmente, «un niño del cielo». La Luz tiene que estar presente para que todo empiece, por eso los trabajos en la Logia se inician con el «encendido de Luces», ese «hacer visibles las Estrellas» de que habla el Venerable Maestro al inicio de cada Tenida.

La luz es tan importante en el templo masónico como la penumbra. Como el sonido y el silencio. En el suelo, el pavimento mosaico con cuadros blancos y negros establece el marco en el que se mueven los obreros y realizan sus trabajos: estamos en este mundo, en el mundo de la dualidad, y es aquí donde cada obrero deberá dar lo mejor de sí mismo. No se trata de huir de esta realidad, ni de inventar otra, todo lo contrario: los símbolos y el ritual establecen un puente entre la Tierra y el Cielo y enseñan cómo lo de aquí abajo es un reflejo de lo de arriba, pero el cometido del masón está aquí, en este mundo donde los contrarios luchan por la supremacía, a veces ignorando que la única solución es la complementariedad.

Y su trabajo es muy difícil, y exige mucho tesón y sacrificio, mucha atención, mucha constancia, porque no ha de cambiar la sociedad, sino que ha de transformarse a sí mismo. Ése es el paso imprescindible, previo, a cualquier otro.

El Venerable Maestro y los dos Vigilantes, quienes se ocupan de la instrucción de los Aprendices y de los Compañeros, recrean el Génesis en la Logia encendiendo las velas (las «estrellas») de los tres pilares que sustentan el trabajo de los obreros: la Belleza, la Fuerza y la Sabiduría. Ésta, en el pilar jónico, es la que corresponde al Venerable Maestro:

– «Que la Sabiduría presida la construcción de nuestro edificio»

Proclama el Venerable Maestro justo antes de iluminar la Sabiduría. A lo que, haciendo lo mismo, responden los dos Vigilantes, uno después del otro, cada uno en su pilar, el dórico para el Primer Vigilante y el corintio para el Segundo:

– «Que la Fuerza lo sostenga»

-«Que la Belleza lo adorne»

Es un momento emocionante. Se están estableciendo los fundamentos de la Logia, sus cimientos, las fuerzas hacia las que deberán dirigir la mirada, la mente y el corazón los obreros para salir bien parados en el cumplimiento de su deber. Las fuerzas hacia las que tender, a las que invocar, según si cada uno es Maestro, Compañero o Aprendiz.

Igual que todo tiene su lugar, objetos, Oficiales y obreros, también la Luz que recibirá cada uno está modulada en la Logia, por eso los Aprendices se sientan a lo largo de la columna del Norte, en la penumbra, y los Compañeros, en la columna del Sur, con el Sol iluminándoles, simbólicamente, la parte posterior de la cabeza. Este pequeño mundo está orientado de Este a Oeste, de Levante a Poniente, como tantas iglesias, ermitas y catedrales. Al Templo se entra por el Oeste, Occidente, donde muere la Luz, cruzando entre las dos columnas Jakim y Boaz.

Enfrente, al Este, se encuentra el Oriente de la Logia, donde se sienta el Venerable Maestro, donde se ubican el Sol y la Luna, presidiendo las columnas del Sur y del Norte, respectivamente, con el Delta en el centro. Ahí está el punto de contacto entre lo que está arriba y lo que está abajo, entre los dos mundos que necesariamente han de trabajar juntos para transformar, purificar, perfeccionar la materia.

Orden. Equilibrio. Contrarios trabajando juntos. Ése es el secreto de todo cuanto existe.

Unas imágenes para ilustrar algo de lo hablado…

Algunos de los símbolos que se encuentran en el Templo y que han sido nombrados en el texto.
Los tres pilares: a la izquierda, Fuerza; a la derecha, Belleza; detrás, a la derecha, Sabiduría. Al fondo, el Oriente de la Logia, con el Delta. Respetable Logia Logos, en el Oriente de Palma de Mallorca (Gran Logia Simbólica Española).
La imagen principal de esta entrada es la bóveda celeste que cubre el Templo de la Respetable Logia Logos.

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