Sabemos muy pocas cosas de la esperanza, en realidad. Sabemos que es «lo último que se pierde», y también sabemos que el verde es su color… aunque ignoramos por qué. Vagamente, la relacionamos con el verbo esperar, pero también con el verbo confiar, y ambas son correctas. Quienes hayan tenido una educación cristiana seguramente sepan también que es una de las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Se llaman «teologales» porque son consideradas un don, una especie de regalo que la divinidad, el creador, la inteligencia del Universo, como cada cual quiera llamarlo, nos infunde a los humanos en nuestra inteligencia y nuestra voluntad para dos cosas: aprender a vivir, claro, pero sobre todo para relacionarnos con «él», para acercarnos a lo invisible. Las virtudes cardinales, en cambio -prudencia, justicia, templanza y fortaleza-, son las que se supone que hemos de ir adquiriendo a base de experiencia y errores.
Es interesante que la esperanza sea de las primeras. Claro, su ámbito de influencia va también más allá de lo invisible, y tiene significado en nuestra vida, en nuestro día a día. Básicamente, la esperanza nos permite seguir confiando, ¿verdad? Seguir caminando más allá del horizonte a pesar de que no se pueda ver ya el camino, pero confiando en que el sendero sigue, sea lo que sea lo que nos depare… y en que podremos con ello.
Se expande, penetra, es fuego
Etimológicamente, esperanza viene del latín sperare, y su raíz indoeuropea es spe-, que da lugar a palabras con significados relacionados con expandirse, prosperar, aumentar, tender, abarcar, ser capaz de… es familia también de las palabras derivadas de la raíz spei-, que significa puntiagudo, y también de la raíz sper-, que significa girar, volver, y que da palabras como serpiente, espiral, espira y también chispa, que aún proviniendo de una onomatopeya en el castellano, conserva la raíz en el catalán espira y guspira.
A través de esta última raíz, la esperanza está emparentada con el πυρ (pir) griego, el fuego. Y por supuesto, también con el espíritu, como en spiritus y spiro, el soplo, el alma, el aliento.
Queda claro que la esperanza se expande, abarca, es puntiaguda en el sentido de penetrante, tiene que ver con nuestra alma, con nuestro fuego interior y es bonito pensar que quizá se mueva en espiral, siempre avanzando y trazando círculos cada vez más grandes. La espiral es un símbolo que acompaña a los humanos desde siempre y que está impresa en lo más grande, el cosmos, y también en lo más pequeño, como en muchas plantas, semillas y conchas, y es un diseño fundamental de la naturaleza y uno de sus métodos favoritos para garantizar la vida, como vimos en «Agua, mar, madre, materia«.
Prometeo y Pandora
Ahora que hemos visto el espíritu de la letra, veamos cómo entró la Esperanza en el mundo, según la mitología griega. Los mitos no son historias que sucedieron ni tratan de personajes reales, los mitos nunca han sucedido realmente, pero, sin embargo, son siempre, en el sentido de que tratan aspectos tan arquetípicos del mundo, su origen y el papel de los humanos en él, que siempre son instructivos y útiles para comprender.
¿Sabéis que le debemos la esperanza a la pareja formada por Prometeo y Pandora? Seguro que os suenan sus nombres.
Prometeo era un titán, un semidiós, que desafió la autoridad de Zeus. Robó el fuego de los dioses para dárselo a los hombres, pero por favor, no veáis en esto solamente que hizo posible la carne asada… porque el mito realmente se refiere a otro fuego, al fuego del espíritu, al soplo divino, a la chispa encarnada en la materia. Prometeo es, para muchos, el que hizo al hombre de barro y le dio vida y alma. Ese fuego celeste es el fundamental.
El otro, el fuego elemental, ciertamente permitió asar la carne, pero también fue el fermento de la técnica, la industria y en general, la cultura. En realidad uno y otro fuego son el mismo, tienen el mismo origen, aunque cumplen distintas funciones en la tierra. «El fuego infatigable», lo llama Hesíodo.
El castigo de Zeus
Pero a Zeus no le gustó nada el atrevimiento de Prometeo y el regalo que les hizo a los hombres, así que planeó un terrible castigo para el titán, pero también para los humanos. Al rebelde le encadenó en una cima del Cáucaso, donde cada noche un águila le devoraba el hígado, que le volvía a crecer durante el día para ser de nuevo devorado al llegar la oscuridad.
Para los hombres, Zeus ideó otro castigo. Ordenó a Hefesto, el dios de la forja, lo siguiente:
«… le ordenó que a toda prisa hiciera una mezcla de tierra y agua, que le infundiera voz y hálito humanos y hermosa figura de doncella, para que en su rostro seductor se asemejara a las diosas inmortales».
Hesíodo, «Trabajos y días»
A este ser femenino, la primera mujer, la llamaron Pandora. El nombre es bonito, porque se refiere a que todos los dioses le dieron algo, le hicieron un regalo: pan-doron, todos los dones. Sin embargo, Pandora fue un castigo para los hombres, un «bello mal«, un presente «ambiguo y dañino, contrapeso de los posibles beneficios del fuego y sus técnicas«, recoge Carlos García Gual en un libro cuya referencia podéis encontrar al final de esta entrada.
Prometeo estaba persuadido de que jamás debía aceptar un regalo de Zeus, pero no así su hermano, Epimeteo, quien no rechazó el obsequio en forma de la bella mujer. ¿Y sabéis lo que sucedió? Pues que se les acabó a los hombres una vida «lejos de los males, tanto del duro trabajo como de las angustiosas enfermedades«, dice Hesíodo.
La caja/tinaja de Pandora
La mujer vino con una gran tinaja -al parecer, la famosa caja, que por lo visto se debe a una confusión de Erasmo-, y al levantar la tapa de esa tinaja, todos los males y calamidades se esparcieron por el mundo. En fin…
Sin embargo, algo quedó dentro:
«Sola quedó allí dentro la Esperanza (Ξλπίς, Elpís) entre las compactas paredes de la jarra, por debajo de sus bordes, y no salió volando hacia la puerta, pues antes cayó la tapadera de la tinaja»
Hesíodo, «Trabajos y días»
Pero, ¿qué hacía la Esperanza dentro de una tinaja mezclada con todos los males del mundo? Aquí por lo visto los autores tienen hipótesis distintas, puede que hubiera dos tinajas, una para los bienes y otra para los males, y que todos salieran volando, unos para perderse en el aire y los otros para perjudicar a los humanos, menos la Esperanza, que se quedó prisionera en la jarra de los bienes. O puede que para los griegos la Elpís no fuera tan claramente algo bueno, porque la espera de un bien futuro puede llevar a la desatención del presente y al riesgo de una vana ilusión. Sería, en todo caso, un bien ambiguo.
A pesar de la muerte
Sin embargo, para Esquilo, Prometeo tiene el mérito de haberles dado a los hombres no solo el fuego, sino también la Esperanza, sin la cual «el hombre no podría ni siquiera vivir«. Según nos cuenta, antes de recibir el don de la Esperanza, los hombres «anticipaban su muerte«, preveían la hora en que iban a morir, por lo que eran seres tristes y sin estímulos. El don de la Esperanza les reanima, dejan de contemplar su final y pueden centrarse en vivir, en confiar en el futuro, tener expectativas, dejar de pensar en la amenaza de la muerte. Simplemente, confiar y vivir.
Así, es posible que Pandora significase todos los males para los hombres, sobre todo trabajo y enfermedades, un poco como sucede en la tradición cristiana con la caída de Adán y Eva y el asunto de la manzana… pero también está claro que ella aportó varias cosas -belleza, por ejemplo- a la insulsa vida de unos seres que vivían pensando en el momento de su muerte. La Esperanza estaba también en su dote… no está nada mal, después de todo…
¿Por qué es verde la Esperanza?
Como decíamos en «Sobre Reiki, Zeus y el mercurio«, el color verde es el del Reiki, el de esa energía universal que viene del cielo, cae sobre la tierra y la llena de vida. También es el color de la curación, del amor incondicional y del chakra cardíaco. El verde es también el color de la generación y de lo vegetal, que aunque es blanco cuando nace bajo tierra, se viste de verde al alcanzar la superficie, para protegerse de los rayos del sol que dan la vida, pero también pueden quemar. Y el verde es también el color de la verdad, como indica la palabra por poca intuición etimológica que tengamos…
En la alquimia, tal y como explica el maestro Fulcanelli, es verde el espíritu encarnado en la materia (que es negra, como las vírgenes subterráneas). El espíritu encarnado en la materia es ese fuego corporal manifiesto o escondido, llamado también por los alquimistas el «león verde», que se transmite por el aire (auténtico soporte y vehículo de la luz).
Por lo tanto, si la Esperanza es prima del fuego, como nos muestra su etimología, y es prima también del espíritu, no es raro que se le adjudique el mismo color de la energía universal y del espíritu encarnado en la materia, el color de la vida, porque en el fondo hablamos de lo mismo, de símbolos distintos que señalan a una misma verdad.
El triple fuego
Al final, Prometeo les dio a los hombres el fuego celeste por partida triple: bajándolo directamente del cielo para infundirles la vida y el alma; dándoles la llama roja para poder cocer los alimentos e iniciar la técnica y la industria; y a través de lo único que se quedó en la caja/tinaja de Pandora cuando el resto voló, en la forma de Elpís, la Esperanza.
Es bonito que la Esperanza, que podríamos visualizar como un fuego verde que se mueve trazando espirales, pasara a ser un atributo humano como castigo porque Prometeo les dio a los hombres el fuego de los dioses, el soplo vital… el castigo conllevaba también un premio, como pasó con la transgresión de Adán y Eva.
Es como cerrar el círculo de ese espíritu encarnado en la materia que tiende siempre a elevarla, buscando su origen, a la vez que infunde confianza y aleja, también, el miedo a la muerte.
A mí me parece que la Esperanza es uno de los atributos más importantes y definitivos del ser humano. Vive, lucha, cree, confía, tiene hijos, educa, cuida, atiende, comparte, ama, desea, pierde, consigue, fracasa… ríe y llora, en su fragilidad y en su fortaleza, siempre con la perspectiva de la muerte enfrente, que en algún momento se cumplirá. Y sin embargo, a pesar de eso, o quizás precisamente por eso, confía y sigue adelante. Me parece algo hermoso.
El libro referencia de esta entrada es «Prometeo, el mito del dios rebelde y filántropo», de Carlos García Gual, Editorial Turner Noema.
La imagen que ilustra esta entrada es una foto Peter Greenwood, con una semilla de la planta llamada «mielga de caracolillo» en castellano, la «medicago orbicularis», o «trèvol de rodet» en catalán. Aquí debajo os dejo otra maravillosa foto de las mismas semillas, ya secas, del especialista menoquín en plantas medicinales Marc Moll.


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