Nunca deja de sorprenderme la vastedad y la profundidad de los conocimientos y los matices que el Rito Escocés Antiguo y Aceptado aporta a la vida de quienes lo estudian y trabajan en las logias. Pero es que, además, prácticamente todo puede ser adaptado a la vida de cada uno, y es lógico, porque nada más lejos de la realidad que pensar que el conocimiento que aporta la Masonería sea especulativo. La Masonería especulativa no existe. Nada es especulativo en ella, todo es práctico, e implica sobre todo los verbos «ser» y «trabajar». Por eso, cuando terminan las reuniones rituales, llamadas tenidas, el mandato que se llevan todos los miembros de una logia es el de «terminar fuera la obra empezada en el templo». Dentro se viene a aprender a ser, pero es fuera donde se vive y donde el masón tiene que ser un fermento, un ejemplo, no con palabras sino con hechos.
La condición de masón no es un éxito personal, aunque muchos lo vivan así. Tampoco es algo que sitúe a esa persona por encima de los demás en méritos de ningún tipo. No es una medalla más en la biografía… El requisito casi único para entrar en la Masonería es el de ser una persona “libre y de buenas costumbres”, una buena persona no sometida por los vicios o que practique la injusticia. Ser masón significa un compromiso y una disposición a trabajar y a ser.
El candidato
Cuando alguien se dirige a una logia con la intención de ingresar en la Masonería, tres maestros de esa logia le evalúan y miden para ver si encaja, si esa piedra puede ser útil para la construcción común. A la Masonería no se entra por propia voluntad, ni por méritos académicos o profesionales, ni siquiera porque efectivamente el candidato sea libre y de buenas costumbres, sino que se entra porque tres maestros le consideran a uno apto, le dan un voto de confianza, esperan de uno que realmente sea libre y de buenas costumbres, y a través de su juicio, los demás miembros de la logia lo esperan también y confían.
Tras pasar los primeros filtros, se fija la fecha para la iniciación, la ceremonia que convertirá al profano en un iniciado. En todas las iniciaciones, el Venerable Maestro interroga a todos los miembros de la logia sobre qué piden para ese profano que está en su proceso de renacer, de convertirse en un iniciado. Todos contestan al unísono: “la Luz!”.
La Luz, por lo tanto, ese objetivo al que tienden los masones, tampoco es algo que ellos consigan, sino que les es ofrecida en su iniciación, les es dada a petición de todos los miembros de la logia, sus hermanos, y ellos son también testigos de cómo cada uno recibe esa Luz y de qué hace después con ella, de cómo la recibe, la conserva y la transmite. La Luz no es, en este caso, el conocimiento, sino la llave de la puerta que puede llevar al conocimiento, si el nuevo iniciado trabaja y persevera.
El reconocimiento
Al abrir los trabajos en logia, el Venerable Maestro pregunta a uno de sus oficiales si es masón.
Y la respuesta ritual es:
- Por tal me reconocen mis Hermanos.
Vaya! Pues parece que simplemente podía uno responder que sí, que lo es, que es masón porque fue iniciado en esta u otra logia en tal fecha… Pero no, no es esa la respuesta adecuada.
Uno no es masón porque tenga conocimientos que los profanos no tienen, no lo es porque sea más listo, porque simplemente quiera serlo, porque se trate de algo que uno se ha ganado o porque lleve mandil y acuda regularmente a su logia.
Uno es masón porque sus hermanos le re-conocen como masón, su juicio es el que vale, aquello que somos está en sus manos y es revisable en cualquier momento. Ello implica que a pesar de ser un iniciado, a pesar de ser un aprendiz o un maestro, a pesar de haber podido llegar a los grados más altos de la escala, y a pesar de llevar mandil y guantes, uno puede dejar de ser masón si da a sus hermanos motivos para que no le reconozcan.
Nunca perderá su condición de iniciado, porque la iniciación se recibe de una vez y para siempre. Pero al margen de cuestiones administrativas, en realidad uno solo puede decir que es masón si es reconocido como tal por sus hermanos.
Reconocer significa volver a conocer. Cuando fuimos aceptados e iniciados, los miembros de la logia “conocieron” nuestras cualidades, que fueron dadas por buenas. Pero cada vez que la logia se reúne, volvemos a someternos -todos sus miembros- a un examen: el reconocimiento, para garantizar que aquellas cualidades y actitudes que fueron consideradas válidas, y otras que teníamos en potencia, siguen estando en nosotros y actúan ayudando a la construcción del edificio común a partir de la construcción de uno mismo.
Ejemplo y rectificación
Así, los miembros de una logia se ayudan el uno al otro en la difícil tarea recomendada de rectificar, se escuadran el uno en el otro, con el ejemplo.
Contrariamente a lo que piensan algunos, el reconocimiento no tiene un valor cuantitativo: no se es más masón ni mejor masón porque te reconozcan más hermanos. El reconocimiento tiene un valor cualitativo: eres mejor masón si aquellos que te reconocen también lo son.
Me parece muy sugerente que mi calidad masónica venga marcada en gran parte por la calidad masónica de aquellos que me reconocen como masón. Unos Hermanos poco exigentes, que no me aperciban amorosamente de mis errores, también fallan en su propia calidad de masones si en lugar de ayudarme a rectificar, dan por buena mi actitud errónea.
La frase “por tal me reconocen mis Hermanos” debería ser tomada como un recordatorio de lo que somos y por qué lo somos, deberíamos pensar en su espíritu y en lo que significa. ¿Realmente nos merecemos este re-conocimiento? ¿Hemos actuado de manera que hacemos errático el juicio generoso de nuestros Hermanos? ¿Cuál ha sido nuestro comportamiento en la logia y en el mundo profano? ¿Construimos o destruimos?
No se trata sólo de una fórmula ritual. Con esta simple frase ratificamos nuestros juramentos y compromisos: somos lo que debemos ser, sin incoherencias, no porque así lo dicte nuestro ego, sino porque ante las personas cuyo juicio respetamos y valoramos, es así. Y claro que cometemos errores, si no, ya seríamos perfectos… pero ese es el camino.
También en nuestro día a día
Pienso que, una vez más, esta forma de funcionar dentro de una logia tiene su aplicación práctica y productiva en el mundo exterior, donde vivimos. Porque se trata de no vivir perdiendo de vista al otro, sino de tenerlo muy en cuenta, de observarlo, respetarlo y ayudarlo a ser la mejor versión de sí mismo, porque eso es lo que queremos que hagan con nosotros quienes nos rodean.
La atención al otro, para poder valorar su ejemplo, para reconocerle, para apercibirle amorosamente por sus errores… así es como deberíamos funcionar también en familia, en el trabajo, en nuestras relaciones sociales. El otro nos define, nos mide, nos refleja, nos incumbe, nos fija… no podemos vivir de espaldas a los demás, pendientes solo de nuestros deseos, sentimientos e impaciencia.
Ese ejercicio de vida que se aprende en las logias es imprescindible también en el mundo en el que vivimos, porque de él dependen la convivencia, el aprendizaje, el compartir para crear, juntos, algo más grande que cada uno de nosotros. Y la calidad de esa obra común depende de la calidad de los materiales que la conforman, o sea, de cada uno de nosotros. Lo que haces, te hace, y eso no puede suceder en provecho de todos si vivimos desconectados y desatentos.
La imagen que ilustra esta entrada es un fragmento del impresionante cuadro de Remedios Varo llamado «Los amantes», pintado por la artista en 1963. Aquí lo pego completo, porque valen la pena el formato y los detalles.

