El viaje… ¿Por qué viajar ejerce sobre nosotros esa fascinación? Es para muchos más que una afición, más que un placer o un regalo que nos hacemos de vez en cuando; es para muchos como un deber casi sagrado, una necesidad vital a la que no están dispuestos a renunciar, aunque signifique algunos sacrificios en otros ámbitos de la vida.
Uno se engancha a los viajes como a una canción o a un libro, con entusiasmo, a veces casi con desesperación… Y luego no se puede parar, un viaje tras otro, una sonrisa, una comida, un paisaje, una foto, una gente tras otra… Nunca es suficiente.
Llegas de un viaje y empiezas ya a planificar el siguiente, buscas, comparas, lees, relees… ¿Qué ha maravillado a otros? ¿Qué comida, qué experiencia, qué puesta de sol? No queremos perdernos nada.
Es inquietud, está claro… pero, ¿es igualmente una huida? Sí, siempre he pensado que el viaje es, también, una huida. Huir de nuestro día a día, de lo cotidiano, de lo conocido, de lo a veces infravalorado, o quizá de problemas, de situaciones, de personas… huir del paisaje que forma diariamente el decorado de nuestra vida.
La huida es parte del viaje, como lo es la búsqueda. Quizá todos los viajes sean en el fondo la preparación para el gran viaje… Un viaje que no necesita medios de transporte, ni cambio de moneda, ni pasaporte, ni alojamiento… Un viaje que, pienso, hemos de afrontar en algún momento.
Me refiero al gran viaje de conocernos a nosotros mismos, ese viaje que no es a otro lugar que a nuestro interior y que es, ese sí, imprescindible.
Esa es la gran aventura del ser humano. ¿Es posible que el viaje exterior sea el eco de una necesidad que percibimos, pero no acabamos de enfocar? Seguimos el impulso de una necesidad de búsqueda, de descubrimiento, ese viaje exterior puede ser una preparación o un sucedáneo: un día quizá seremos conscientes de que todo lo que encontramos en el exterior, por maravilloso que sea, no nos llena esa ansia, ese vacío, esa búsqueda constante que solo encuentra satisfacción, quizá, en el viaje interior.
Siempre me ha fascinado que, por ejemplo, las personas que han sentido cómo la vida se les escapaba de las manos al recuperarse decidan ver mundo. Convierten el viaje en una tabla de agarre a la vida. La búsqueda, siempre la búsqueda.
¿Y si somos capaces de realizar, con el mismo entusiasmo y tesón, ambos viajes? ¿Y si, además de buscar, fuéramos capaces de encontrar? Eso debe parecerse mucho, creo, a la felicidad completa.
(Este artículo es de diciembre de 2018 para «Puerta de embarque«, la revista de a bordo de Air Nostrum. La maravillosa foto que introduce esta entrada es de mi amiga Sonia Rotger)
