Es fascinante la herencia que nos dejaron los habitantes del norte del subcontinente indio, hace más 3.000 años. Como dice Roberto Calasso en su maravilloso libro «El ardor», esas personas «no dejaron objetos ni imágenes. Solo dejaron palabras. Versos y fórmulas que escandían rituales. Meticulosos tratados que describen y explican esos mismos rituales». La India de los Vedas fue una civilización en la que lo invisible prevalecía sobre lo visible y así, no dejó monumentos de piedra, ni tesoros escondidos, ni tumbas que saquear… solo nos dejó monumentos de pensamiento, auténticas catedrales de la espiritualidad escritas en verso: el Veda, palabra sánscrita que significa «el Saber».
No tenían templos, ni santuarios, ni murallas, ni fronteras fijas… pero tenían el Saber. Dice Calasso que esas gentes que no dejaron ni edificios ni ruinas «construyeron un Partenón de palabras: la lengua sánscrita, ya que samskrta significa perfecto».
Esa arquitectura del pensamiento abstracto de los Vedas se me aparece como lo más impresionante de todo cuanto se ha dicho sobre la metafísica, sobre la relación entre los humanos y las fuerzas que viven alrededor, pero son invisibles, los dioses y todas las potencias que tienen algo que ver en el origen del mundo y en su devenir. Tenían claro los védicos eso de que «como es arriba es abajo», y así cielo y tierra se interrelacionaban estrechamente, porque todo lo que acontecía sobre la Tierra sucedía según un modelo celeste. Allí, la realidad. Aquí, su reflejo.
Del libro de Calasso, del que podéis encontrar la referencia al final de esta entrada, me ha impresionado sobre todo la relación que hace, siguiendo a uno de los maestros que aparecen en los Vedas, de las potencias y su orden jerárquico. Se trata de una enseñanza del maestro Sanatkumara a su discípulo Narada, quien le había relatado al primero la larga lista de sus conocimientos, todos los libros sagrados de la India y todas las ciencias que existían entonces: la ciencia de los dioses, del ritual, de los espíritus, del gobierno, de los cuerpos celestes, de las serpientes. Pero el maestro le responde: «Todo lo que has enumerado no son otra cosa que nombres«.
Las potencias
El maestro pregunta a su discípulo cuál es, a su modo de ver, la potencia mayor entre todas las potencias. Y, como dice Calasso, «la secuencia resultante quita el aliento».
Dice el maestro: «La palabra es, en verdad, más que los nombres». No se refiere a la palabra que puede equipararse a los nombres de las cosas, sino a Vac, la diosa Palabra, que aparece en el Rgveda como «aquella que todo lo penetra y a quien nada se le puede negar». Su poder va más allá del nombre, penetra en los seres y en todo lo que existe, y con ellos, es.
«El cielo, la tierra, el aire, la atmósfera, las aguas, la energía incandescente, los dioses, los hombres, los animales, los pájaros, las plantas y los árboles, todas las bestias hasta los gusanos, los insectos y las hormigas, lo justo y lo injusto, lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo, lo placentero y lo desagradable». La Palabra todo lo penetra y lo posee, por eso es más poderosa que los nombres de las cosas.
La potencia siguiente es manas, la mente, ante quien sucumbe la Palabra. La mente es omnipresente, pero para los Vedas, más poderosas que la mente genérica son algunas de sus modalidades.
La potencia ante la que la mente cede el paso es samkalpa, la intención, el proyecto. Es el impulso primero que mueve el despliegue de lo que es. «Cielo y tierra se fundan sobre la intención», dice el maestro a su discípulo.
Pero el listado sigue. Tras la intención existe otra potencia, más poderosa: la conciencia, citta. Es el término usado en el Veda para el acto de «darse cuenta», es el cobrar conciencia, es el puro ser consciente. El maestro explica a su discípulo sobre esta potencia: «Por eso, aunque uno pueda saber mucho, si carece de conciencia dicen de él: No está. Si supiese, si fuese un sabio, no estaría tan privado de conciencia». La conciencia es, por lo tanto, esencial. ¿Qué potencia podría ser mayor?
La meditación, dhyana, es mayor, porque está más allá de la conciencia. Calasso destaca que la perspectiva védica es antes cósmica que psicológica, por eso es tan grande y abarca más allá del ser humano. Sobre la meditación, dice el maestro: «La tierra, en cierto modo, medita; la atmósfera, en cierto modo, medita; las aguas, en cierto modo, meditan; los dioses y los hombres, en cierto modo, meditan; por eso aquellos de entre los hombres que alcanzan la grandeza son, en cierto modo, partícipes en la meditación». Todo y todos meditan, en cierto modo, y la meditación es una y la misma para todos.
¿Qué potencia hay más allá de la meditación? El discernimiento, vijnana, es más que la meditación. Discernir es cribar, separar, distinguir entre las cosas gracias al uso cabal de la mente. Pero el listado de potencias continúa.
De la mente al mundo físico, y vuelta a la mente
La fuerza, bala, es más que el discernimiento. Hemos salido ya de la mente y nos encontramos ahora ante la pura fuerza, una entidad física. Estamos en el mundo físico y son sus potencias las que ahora irrumpen en el listado, a cada cual más poderosa.
Siguen a la fuerza el alimento, anna; las aguas; la energía incandescente, tejas en sánscrito; el espacio. Dice Calasso, llegados a este punto: «Llegados al espacio, podríamos sentirnos perdidos». ¿Qué habrá más allá del espacio?
De forma imprevista, en este punto el listado de potencias regresa de nuevo a la mente, desde el mundo físico y el espacio. Lo que hay más allá del espacio es la memoria. Y después de la memoria, la esperanza. Y aún más fuerte que la esperanza es el aliento, prana, la energía de la vida misma.
Este viaje por las potencias, a cuál más fuerte, nos ha llevado de la Palabra y la mente a la vida, saliendo de la mente al mundo físico y reentrando en ella por la puerta de la memoria. ¿No es fascinante?
Repasemos toda la cadena: los nombres, la Palabra, la mente, la intención, la conciencia, la meditación, el discernimiento, la fuerza, el alimento, las aguas, la energía incandescente, el espacio, la memoria, la esperanza, el aliento, la vida, la potencia más poderosa entre las poderosas.
El maestro le dice a su discípulo: «Aquel que así ve, aquel que así sabe, ése es alguien más allá del cual no se puede ir con las palabras».
De la verdad a la alegría
Y todavía nos traslada Calasso otro triple salto mortal del pensamiento, que sigue a la secuencia de potencias que hemos visto hasta llegar a la última, que las resume y asume todas. Una cadena más cerrada que parte de esta frase del maestro: «Vence con la palabra solamente aquel que vence con la verdad«.
La verdad es superada por el discernimiento del pensamiento; el pensamiento es superado por la fe; la fe es superada por la práctica perfecta del sacrificio; el sacrificio, por la alegría… que se dice en sánscrito sukha, una palabra que suena de forma muy parecida a su contrario, soka, el sufrimiento; la alegría, finalmente, es plenitud dice el maestro: «No hay alegría en aquello que es limitado».
¿Y dónde radica la plenitud? El maestro responde:
«La plenitud está abajo, arriba, al oeste, al este, al sur, al norte, es todo esto».
Pero exactamente lo mismo que dice el maestro sobre la plenitud, puede decirlo sobre la «egoicidad», sobre el yo: está abajo, arriba, al oeste, al este, al sur, al norte, es todo esto. Sorprendente.
¿Qué significa esto? Que el yo y la plenitud, representada por el Sí, se parecen tanto que se superponen completamente. Por eso es tan difícil percibir ambos y muchas personas viven su vida pensando que solamente existe el yo. Dice Calasso: «La ficticia soberanía del yo es el obstáculo más fuerte para la percepción, simplemente porque es lo que más se parece al verdadero término último: Atman, el Sí«, la vía de salida del dolor de este mundo.
Ahora sí termina la cadena, que puede ser recorrida al revés: desde la vida, potencia por potencia, hasta los nombres, «porque el Atman desciende todo eso» y abarca todas las potencias precedentes.
La plenitud está en lo ilimitado
La conclusión final es que no hay alegría en lo limitado, en el yo, sino sufrimiento. Y que lo ilimitado, el Atman, el Sí, es lo que hay que percibir y a lo que hay que tender, identificando al usurpador y «dándonos cuenta» de quién es quién. O mejor dicho, de quién Es y quién no es.
Al final, el objetivo al que ha aspirado siempre el ser humano y que se trasluce en todas las tradiciones espirituales, es el mismo: salir del sufrimiento de este mundo, encontrar la manera de vivir sin el dolor… la plenitud, el estado de gracia. Y la conclusión, sea en el Veda, en el Budismo o en todas las demás, es también la misma, explicada de formas distintas, pero yendo a parar a la misma meta: el no sufrimiento, la alegría, están solo en lo ilimitado, en el Sí, Atman.
En la tradición cristiana, se trata de hacer realidad ese Reino de los Cielos que, según los Evangelios, está dentro de nosotros mismos.
La misma idea, distintos nombres, todos encaminados a hacer que nos demos cuenta de lo que somos realmente y vivamos en esa plenitud.
«El ardor», Roberto Calasso, Ed. Anagrama, 2016

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