“Vosotros que queréis conocer la piedra, conoceos a vosotros mismos y la conoceréis”
Fulcanelli, «El misterio de las catedrales»
Ya sabemos cómo empieza todo, lo hemos oído muchas veces. Es un relato hermoso que se inicia con una separación, con el desgarro de algo primigenio en dos. A las aguas superiores las llamó cielos (firmamento) y de las inferiores hizo surgir lo seco, la tierra. Así pues, lo seco surgió a partir de lo húmedo, algo que reafirma la importancia de lo húmedo para la vida. La separación de ambos es lo que “deja espacio” para la manifestación, que se extiende entre uno y otra.
Lo seco, la tierra, no es aquí la tierra como la conocemos, sino la materia prima de la que luego será formado todo lo que existe. Es la primera materia, simbolizada también en las vírgenes negras. Esa materia que existía desde el principio de la Creación, como dice ella misma en este bello texto del Libro de los Proverbios de Salomón (VII, 22-30) que se lee, o se leía, en la misa del Día de la Inmaculada Concepción:
«El Señor me tuvo consigo al principio de sus obras, desde el principio, antes de que crease cosa alguna.
Desde la eternidad tengo yo el principiado,
desde antes de los siglos, primero que fuese hecha la tierra.
Todavía no existían los abismos o mares y yo estaba ya concebida;
aún no habían brotado las fuentes de las aguas,
no estaba asentada la grandiosa mole de los montes, ni aún había collados, cuando yo había ya nacido.
Aún no había creado la tierra, ni los ríos, ni los ejes del mundo.
Cuando extendía Él los cielos, estaba yo presente;
cuando con ley fija encerraba los mares dentro de su ámbito;
cuando establecía allá en lo alto las regiones etéreas y ponía en equilibrio los manantiales de las aguas;
cuando circunscribía el mar en sus términos e imponía ley a las olas para que no traspasasen sus límites;
cuando asentaba los cimientos de la tierra,
con Él estaba yo disponiendo todas las cosas».
Hablamos de este momento en «Agua, mar, madre, materia«, a raíz de este mismo texto.
Es decir, cielos y tierra, el éter y la materia, y es esa materia lo que representan las vírgenes negras, con el niño dios en brazos, llevando la misteriosa bola negra. Una materia que debe ser ordenada y purificada, blanqueada, para que dé su fruto. Por eso las vírgenes negras suelen vivir en las criptas de las iglesias o catedrales y siempre están relacionadas con leyendas donde se explica que fueron encontradas bajo tierra, o en cuevas, habitualmente un hecho en el que se ve implicado un buey o un toro. Aquí hay mucha tela que cortar, pero lo dejamos para otro día.
Los contrarios
Es bonito cómo desde el principio, desde la creación del mundo, se establecen y separan los contrarios, cielo y tierra, determinando así que este mundo está basado en una dualidad que ha de ser superada. De ahí la trinidad en tantas tradiciones, porque el 3 supera al 1 y al 2, los reúne en algo distinto y mejor.
Y ese es uno de los deberes de los iniciados de todos los tiempos: “reunir lo disperso e ir más allá”. La unión del cielo y la tierra es simbolizada por el sello de los Filósofos, llamado también sello de Salomón, la estrella de 6 puntas, y es también lo que simboliza la piedra filosofal, al igual que el Cristo en el ámbito humano.
Aplicado a nosotros, por lo tanto, se trataría de vencer la dualidad, olvidarnos del «pequeño yo» y darnos cuenta de que somos Uno. En otras palabras, alcanzar la Sabiduría, o la iluminación, que es hacernos conscientes de lo que somos y vivir en consecuencia. Y dicho así parece muy fácil.
Muchas piedras simbólicas
La piedra es lo seco, la tierra, pero procede de lo húmedo y lleva lo húmedo en sí misma. La piedra es el objeto de toda transformación, el sujeto que hará el viaje desde el caos hacia la perfección. La piedra somos también nosotros.
De todas las piedras sobre las que quizás habéis leído (Piedra de los filósofos, Piedra Filosofal, Piedra sobre la que se edificó la Iglesia, Piedra angular, Piedra que los obreros rechazaron, Piedra bruta, Piedra cúbica, Pedro, Pierre, Πετροs, San Pedro, la Santa Piedra que posee la llave, Piedra de tropiezo u obstáculo…), de todas ellas, decía, hay tres fundamentales, que incluyen en cierta manera a algunas de las otras:
- La piedra bruta o, en alquimia, piedra de los filósofos, que es la primera materia
- La piedra cúbica o piedra al blanco, un estado intermedio
- La piedra cúbica piramidal o piedra al rojo, la piedra filosofal, la máxima perfección
Seguro que habréis oído nombrar a algunas de ellas en ocasiones.
La piedra bruta es la materia llena de impurezas y desordenada de la que partimos. Ese caos del que surge la manifestación, oscuro, húmedo, desordenado… la simiente del cosmos, en realidad, ya que cosmos significa orden. El orden, pues, nace del caos, como la luz nace de la oscuridad.
La piedra bruta que somos
Se dice en “Las moradas filosofales”, sobre la primera materia, que:
“Es, verdaderamente, una piedra, porque presenta, al salir de la mina, las características exteriores comunes a todos los minerales. Es el caos de los sabios, donde los 4 elementos están encerrados, pero confundidos y desordenados”.
Fulcanelli, «Las moradas filosofales»
Bien, la primera materia, la piedra bruta, es caótica y desordenada. Eso somos nosotros, también, en este mundo, somos hijos del caos y la dualidad. Pero estamos llamados a ir más allá.
La piedra al blanco, como estado intermedio entre el principio y el final, es la piedra cúbica de los masones. En las logias su objetivo inmediato es desbastar la piedra bruta que cada uno es para convertirse en una piedra cúbica perfecta, sin aristas, sin defectos, que encaje perfectamente con las demás. El proceso de conversión de la primera en la segunda es posible gracias al proceso de elaboración que debe sufrir nuestra individualidad para poder servir de soporte a la realización iniciática. Partimos de lo que somos, para llegar a ser algo mejor. Se trata de un lento proceso de autoconocimiento y purificación para avanzar en el perfeccionamiento de uno mismo, un trabajo que dura toda la vida.
El paso de la piedra cúbica o blanca a la piedra roja o filosofal –la piedra cúbica piramidal–, es la continuación del proceso, pero en un escalón más alto, con la adición a la individualidad ya ordenada y estabilizada, de un principio de orden supraindividual que constituye la realización iniciática, donde espíritu y materia se convierten en uno solo. O sea, el objetivo final.
El primer objetivo es tarea de toda una vida, pero seguramente el segundo sea tarea de muchas vidas.
Realizar la piedra cúbica equivale a los Pequeños Misterios de la antigüedad, mientras que realizar la piedra filosofal equivale a los Grandes Misterios… respecto a nosotros, según la expresión del simbolista René Guénon, la piedra blanca o cúbica equivaldría al “hombre verdadero”, mientras que la roja o piramidal sería el “hombre universal”. Un día hablaremos más a fondo de la diferencia entre ambos porque es muy interesante.
Un símbolo universal
Si lo pensamos bien, es chocante la universalidad del simbolismo de la piedra, más allá del simbolismo masónico basado en la construcción. Seguro que todos recordáis el famoso monolito negro de «2001, una odisea del espacio», y no ignoráis cómo los monolitos definen la cultura de la antigüedad en muchas partes del mundo.
Vemos el símbolo de la piedra en las logias; en el trono de la diosa Isis, que tiene justo esa forma; en ocasiones bajo el pie izquierdo de la Justicia, simbólicamente equivalente a la Filosofía, o sea, a la Prudencia y a la Sabiduría; es la forma de la piedra angular de la Iglesia y la piedra sobre la que la Iglesia fue edificada en la figura de Pedro, Piedra, quien posee “la llave” o bien las dos llaves de plata y oro que aseguran el dominio de la vida y de la muerte.
Es el microcosmos de los sabios, el «pequeño mundo» que refleja el macrocosmos como en un espejo, simbolizado también por esa bola oscura que lleva en tantas imágenes el Niño Jesús, en brazos de su madre, a veces con una cruz encima.
Palabras de la misma familia fonética que κυβικώs (kubikós) son κυβερναω (kibernao: conducir, dirigir, guiar, gobernar), κυβερνήτηs (kibernétes: piloto), κυβή (kibé: cabeza), κυβόs (kibós: cubo o dado) e incluso κυβέλη (Kibéle: Cibeles, la diosa Deméter, nada menos, instauradora de los misterios de Eleusis y madre por excelencia. Hablamos algo de ella en la entrada «El simbolismo de la granada«). Queda claro, por su significado, que es una raíz importante y que tiene que ver con lo que guía, gobierna o pilota.
Y curiosamente, el cubo es también la forma propia de los cristales de la sal vistos a través del microscopio… cosa que no debe extrañarnos, puesto que “toda piedra es sal”, según los alquimistas. Al final, lo que dicen los masones que obtienen por su trabajo y esfuerzo — igual que todos los humanos, por otro lado–, es un merecido salario…
El alma humana
Decimos los masones que somos obrero, herramienta y materia prima de nuestra particular obra, y es cierto. Nosotros mismos somos esa piedra bruta que tiene que ser trabajada, y somos los únicos responsables de hacerlo, cada uno con la suya.
Creo que es interesante el paralelismo con el alma humana, oculta en nuestro interior, en la materia, ignorada, olvidada, prisionera. Ese alma humana que debemos restituir porque está en la manifestación, pero también es espiritual, que nos conecta con el centro del Ser, con lo que somos realmente y buscamos: la Luz, o el Yo Soy. Eso que ya somos, en realidad, pero de lo que no somos conscientes.
La transmutación alquímica restablece a la primera materia su auténtico ser y realiza todo lo que es en potencia, mientras que la iniciación puede hacerlo en nosotros, disolviendo lo fijo y coagulando lo volátil, haciendo que “nuestros cuerpos sean nuestros espíritus y nuestros espíritus sean nuestros cuerpos”, llevándonos a que lo interior envuelva lo exterior. ¿No es hermoso?
Nuestra propia alquimia
Lo que somos, ese interior que ha de transformarse, equivaldría en alquimia al azufre; mientras que aquello que interactúa con lo interior, pero proviene del exterior, sería el mercurio (ese agua verde «que no moja las manos» de la que hablamos en «Sobre Reiki, Zeus y el mercurio«). En cierto modo, y salvando las distancias, pero para que se entienda el paralelismo, equivaldrían a alma y espíritu, que son distintos solo en densidad y grado de perfección, y también en sus funciones, aunque provienen de lo mismo y en esencia, son lo mismo.
Uno y otra se encuentran y combinan en la sal, que equivaldría a nuestro cuerpo o incluso a nuestra individualidad completa, frontera y lugar de contacto entre el interior y el exterior, donde han de realizarse nuestras potencialidades gracias al equilibrio, a la unión permanente y a la absoluta conciliación de los contrarios. De nuevo, ese es el objetivo sobre el que ese trío debe trabajar.
Seamos conscientes de que este proceso podemos realizarlo solamente en esta vida, o sea, en este mundo material. Necesitamos a la materia, igual que necesitamos al espíritu, para la transformación. Uno de ellos solo, sin el otro, no consigue cambiar nada. Nuestro trabajo está aquí y es ahora.
En las logias masónicas eso es simbolizado por el pavimento mosaico, de cuadros blancos y negros, que acompaña al obrero en todos los grados de la escala masónica y desde el día de su iniciación, tanto en las logias simbólicas como en las filosóficas, hasta el grado 33 y último.
Solve et coagula
Así la piedra se transforma, gracias a la disolución, convirtiéndose en agua, y luego coagulándose de nuevo gracias al fuego, igual como los alimentos que ingerimos también son transformados por el elemento líquido en nuestra boca y en nuestro estómago, e igual a lo que le ocurre a un cadáver en la descomposición. Y esto no es simbólico, sino real.
La purificación atañe principalmente a la materia, a lo que es propio de esta manifestación. Lo que necesitamos es purificarla al máximo para que pueda resistir ser habitada por el espíritu, envolverlo y protegerlo. Simbólicamente, alma y cuerpo han de ser disueltos por el agua y coagulados por el fuego para llegar a ser perfectos, o sea, convertirse en la piedra cúbica que puede resistir ser habitada por lo que simboliza la pirámide, palabra que también viene de πυρ – πυροs (pir-piros), fuego. Es la piedra cúbica piramidal, el equivalente a la piedra filosofal y en el potencial humano, al Cristo, como decíamos.
Pensemos que todo esto no es solamente algo simbólico. O sea, el símbolo sirve para explicarlo, para poder conocerlo y reconocerlo, relacionarlo, pero todo esto se refiere a lo que ocurre en la realidad, en la naturaleza, en el mundo en el que vivimos, cada día, porque es la realidad que dictan la vida y la muerte. Así es como funciona este mundo, en nosotros o en un mineral, o en un insecto o un árbol. Todo lo que está vivo y muere en este mundo está embarcado en un gran viaje de purificación, todo se encamina y tiende a la perfección. Ese es el viaje de la materia, empujada por el espíritu. Pero solo nosotros podemos hacerlo conscientemente. Otra maravilla en nuestro poder.
La máxima pureza
Si la obra alquímica es una generación, como afirman, de manera que necesita los mismos elementos que cualquier otra generación para ser realizada, ¿es nuestro proceso de conversión de piedra bruta en piedra cúbica una generación?
Es difícil detallar el paralelismo, pero no me cabe la menor duda, puesto que intervienen igualmente una semilla dormida con su potencial latente envuelta en una cáscara, que debe, en primer lugar, despertar, y en segundo lugar, pasar al igual que la cáscara por un proceso repetitivo de muerte y regeneración, solución y coagulación, en pos de la máxima pureza. A ello se refieren los ritos de iniciación desde el principio de los tiempos, con sus muertes simbólicas.
¿Y al llegar a esa máxima pureza? Bueno, la piedra filosofal tiene varias utilidades, como Medicina Universal y, algo mucho más conocido popularmente, sirve también para transmutar los metales en oro. Sin embargo, suponiendo que es posible en nosotros realizar la piedra cúbica primero y después la piedra cúbica piramidal, se impone la pregunta: ¿Y después, qué? ¿Nos convertimos en el rey Midas?
Nada más lejos de la realidad, porque la fabricación de oro es, de lejos, lo menos interesante de la alquimia, y en realidad nunca fue esa la causa del Arte (puedes leer más sobre esto en «Alquimia y química»).
Por otro lado, lo que se ha llamado, en nosotros, liberación, o realización, o iluminación, se refiere al interior, a superar los condicionamientos de un estado de consciencia poco elevado y caótico, pero esa persona realizada sigue viviendo en el mundo, en este mundo, aunque de otra manera.
La respuesta de los filósofos a este dilema es clara:
“… La piedra filosofal misma no es más que el primer escalón positivo que permite al Adepto elevarse hasta los más sublimes conocimientos”.
Fulcanelli, «Las moradas filosofales»
Por lo tanto, la piedra cúbica piramidal o la piedra filosofal es solamente un escalón más en esa larga escalera de purificación del Ser, como lo han sido antes la piedra bruta y la piedra cúbica. Probablemente, sea un trabajo que no termina nunca, porque «nunca» no existe, ya que ese trabajo no está sometido al tiempo como no lo está al espacio. En eso consiste la eternidad.
Nuestro deber
Pero lo importante de la Obra en nosotros es, para mí, el hecho de que es nuestro deber purificar la materia, es para lo que estamos en este mundo, lo que da sentido a nuestra existencia, como colaboradores conscientes en esta gran operación de perfeccionamiento. Ese es el gran objetivo, del que ya hemos hablado, la evolución del ser humano, su mejora constante, que solo depende de nosotros, de cada uno individualmente. Porque es un error pretender cambiar el mundo y olvidarnos de cambiarnos a nosotros mismos. Claro, es más fácil… pero nunca nos llevará al objetivo, que debe ser asumido de forma individual e intransferible. Nuestro trabajo principal ha de ser hecho sobre nosotros mismos, cualquier otra mejora a nuestro alrededor será, solamente, una consecuencia del primero.
Conseguirlo o no, pienso, no es tan importante como el hecho de ponernos en tarea, convencidos, humildes y llenos de fe. Ese es el camino que debemos recorrer, con la meta clara en el horizonte, pero sabiendo que es el camino el que tiene el poder transformador. Y que nunca se acaba.
Y no olvidemos que hasta Pedro, intentando caminar sobre las aguas, se hundió al fallarle la fe en el último momento. La fe no es lo que otros nos dicen que debemos creer o encontrar, sino estar convencidos de que podemos descubrirlo por nosotros mismos, por nuestro propósito y esfuerzo, y que en la medida en que hagamos, se nos dará. Por eso algunos equiparan la fe al amor.
