«Penteo es un puritano despótico cuya violencia encubre la represión de los propios instintos». Es una frase de Carlos García Gual, autor de muchos libros sobre mitología. Penteo es rey de Tebas, uno de los personajes trágicos de Eurípides, pero lo que me parece interesante de ese párrafo de García Gual referido a Penteo es que utiliza a este personaje para hablar de la personalidad autoritaria, y esboza un retrato a la vez familiar y terrorífico de cómo es un tirano y qué le hace ser así.
Los trazos y la actitud del tirano de tragedia, que es el mismo tirano que todos conocemos de la vida real, están bien estudiados: falta de autocontrol, predisposición a creer lo peor en noticias de oídas o sin fundamento, brutalidad contra el indefenso, una estúpida confianza en la fuerza física como un medio para solucionar problemas espirituales, el sentimiento de superioridad moral e intelectual, la convicción de actuar con derecho y rectitud en interés del Estado, el ansia de poder y honor…
Orgullo y superioridad
Hablando de Penteo, rey de Tebas, García Gual dice: «A su orgullo racial, basando en la fe en la superioridad de su nación y raza sobre los extranjeros, se agrega la pretendida arrogancia masculina sobre la mujer, situada en una posición subordinada, tanto física como intelectualmente y, por tanto, también inferior en el plano moral y espiritual», que Penteo evidencia repetidamente.
Desprecio, al fin y al cabo, de «los demás», sean bárbaros o mujeres… ¿No os suena?
Todos estos rasgos que caracterizan el temperamento de Penteo forman lo que los expertos llaman la «personalidad autoritaria», que reúne rasgos como estos: inestabilidad emotiva, conservadurismo, prejuicios etnocéntricos y patriarcales, ansia de poder y honores, modo de pensar según esquemas fijos, torpeza mental, carencia de autoconocimiento, incomprensión para todo cuanto supera la experiencia cotidiana, incapacidad para aprender lo nuevo… todos estos rasgos resumen lo que Theodor W. Adorno y Max Horkheimer recogen como descripción de «un tipo humano autoritario y potencialmente fascista», en su libro de 1950 «The Authoritarian Personality».
Miedo, miedo, miedo
Las características fundamentales de este tipo de personalidad son, en el resumen de varios autores que recoge García Gual:
- Represión de impulsos y tendencias inconscientes (por ejemplo, temor, debilidad, deseos sexuales) y la liberación de los subsiguientes conflictos internos a través de la proyección de las propiedades reprimidas en otros y la lucha contra ellos.
- Etnocentrismo que lleva a tratar a los extranjeros como enemigos e inferiores.
- Una potencial agresividad y tendencia a la brutalidad que propone ideales de fuerza, virilidad, impulso de dominación.
- Convicción de la superioridad del varón y de la inferioridad y el deber de sumisión de la mujer al hombre.
- Convencionalismo y conservadurismo, admitiendo sin crítica las normas tradicionales.
- Pensar estereotipado y ligado a prejuicios, con tendencias a generalizaciones y rechazo de lo nuevo y original.
- Rigidez e incapacidad para admitir nuevas experiencias sociales, que son sentidas como amenaza, rechazadas como peligrosas para el orden establecido.
Ni soy psicóloga ni socióloga, pero me parece a mí que en el fondo de ese pozo insondable de prejuicios y estereotipos lo que hay es mucho miedo: miedo a la diferencia, al otro, a la libertad, a lo nuevo, al cambio, a la fragilidad, a la belleza… miedo a la vida.
Y claro, aunque tendemos a pensar en un hombre con esa personalidad, también es posible en una mujer, y seguramente no sea tan distinta ni en los rasgos, ni en las causas, ni en la crueldad.
Arrogancia y poder
La literatura, la mitología, la Historia y la realidad nos han proporcionado muchos ejemplos de personajes con esta «personalidad autoritaria». Seguimos sufriéndoles, ahí están, siempre en una situación de poder y dominio, ya sea sentados en el Kremlin, en Wall Street o en el comedor de su casa, amos y señores de sus dominios y de quienes se cruzan en su camino. Son los que pegan a su mujer o invaden un país vecino o lejano, la pulsión es la misma, y seguramente, los rasgos que les definen, también.
Esa arrogancia de su masculinidad y de su poder… ya lo ejerzan sobre medio mundo, ya sobre una mujer, unos niños o un perro… es lo mismo.
Sabemos que existen y que son peligrosos. Pero seguirán existiendo. Quizás la mejor forma de luchar contra ellos, además de dejarles en evidencia y llevarles ante la justicia, sea asegurarnos de que la educación vuelve a ser un valor compartido y necesario, y la felicidad una obligación, y el amor algo que todo el mundo debe conocer. No podremos eliminarles, pero podemos combatirles con aquello que más temen: la amabilidad, la sonrisa, la compasión, la libertad, la humildad, el amor.
Ser espejo
Y de paso, conocerles tan bien nos puede servir para autoexaminarnos a nosotros mismos e intentar captar, de todos esos rasgos que les caracterizan, si alguna semilla se ha colado en nuestro interior… ¿Nos resuena algo de lo que ellos son? No debemos tenerles miedo, aunque puedan hacer mucho daño y de hecho, lo hayan estado haciendo desde siempre… pero hemos de intentar no convertirnos en alguien que se les parezca, ni durante un segundo.
El miedo es el gran enemigo, el que engendra monstruos. El sufrimiento, la frustración, la falta de esperanza, la amargura son la antítesis de lo bueno y lo bello si duran demasiado, si consiguen llevarnos a un territorio árido y triste. Si perdemos la fe por el camino, los autoritarios ganan. Plantémosles cara celebrando la vida, la magia de la diferencia, siendo nosotros mismos, con toda nuestra fragilidad y nuestra fuerza, siendo lo mejor que podemos ser y haciéndoles de espejo.
