De la obediencia

La cuestión de la obediencia es a veces complicada. Como tantas otras palabras, el verbo «obedecer» tiene actualmente un sentido vulgar que lo aleja de su sentido original, y una carga ideológica, o moral, que no siempre favorece el sentido profundo del término. Una cosa que sorprende a veces es que, en la Masonería, los miembros de una logia se consideren «libres», y sin embargo, pertenezcan a una Obediencia masónica. ¿La obediencia y la libertad son contradictorias?

Puede parecer un contrasentido. Y lo es si atendemos al sentido vulgar de la palabra “obediencia”, puesto que muchos diccionarios la reducen a “hacer caso de la orden o mandato de un superior”, sin entrar en otras consideraciones.

La escucha

La palabra está formada por la preposición ob- y el verbo latino audire, escuchar. Por lo tanto, de entrada, alguien obediente es alguien “que escucha”. Lógico que sea así, si tiene que atender a una orden o mandato superior.

Sin embargo, la preposición ob- nos da más pistas. Su significado de “a”, “ante”, “contra”… suele contraponer dos ideas, dos objetos, uno frente al otro. Por lo tanto, el obediente, el que escucha, no sólo está atento para poder oír, sino que elige entre dos opciones.

Hemos dado un paso más, ya no se trata de una escucha pasiva, sino que el verbo te hace pasar a la acción: existe un proceso entre la escucha y la respuesta, y ese proceso viene definido por una elección.

En el mismo momento en que entra en juego una elección, aparece también la libertad de elegir.

El obediente escucha, elige libremente y actúa, ofrece una respuesta. Obedecer indica, por lo tanto, una intención, y vemos cómo ahora entra en juego la voluntad. Eso se observa más claramente gracias al término contrario: desobedecer, que no denota solo ausencia de obediencia -como en desconocer, ausencia de conocimiento-, sino una actuación intencionada, una voluntad consciente de no obedecer.

Así pues, obedecer implica libertad y voluntad consciente…, algo que nos aleja todavía más del significado vulgar de ese verbo. Pero si como hemos dicho al principio el obediente es aquél que escucha, nos falta un elemento por definir: a quién o a qué escucha.

¿A quién escuchar?

Y aquí volvemos al principio. Vulgarmente, es posible que al hablar de ser obediente nos refiramos a obedecer al padre, al jefe, a la ley, a la policía… pero no es de esto de lo que hablamos aquí… la obediencia a las leyes es un deber que tenemos como ciudadanos, puesto que esas leyes emanan del poder del pueblo; y luego podemos entrar a determinar si son leyes justas o no, para poder cambiarlas si no lo son.

En una Obediencia masónica, una institución que tiene como principios fundamentales la libertad de conciencia y de pensamiento, está claro que el término Obediencia no se refiere a la necesidad de obedecer a una persona, a un superior jerárquico, o a la ley.

Lo mismo que si hablamos de obediencia en relación al ser humano.

Hay para mí una obediencia que está por encima de todas y que, pienso, es la principal a la hora de orientar nuestro pensamiento, nuestras palabras y nuestras acciones, es a nuestra conciencia. Para mí ella es la verdadera autoridad a quien debemos escuchar para ofrecer una respuesta coherente, una acción coherente, algo a lo que estamos obligados como seres humanos, para con nosotros mismos, para con los demás y para con nuestro entorno. La Masonería nos recuerda y actualiza esos deberes, pero en realidad son propios de todos los seres humanos, porque ser coherentes significa reconocer nuestra herencia común y ponerla en valor en nuestra vida.

La propia conciencia

La propia conciencia no es una idea, una opinión, una ideología ni un objetivo estratégico. La propia conciencia puede acallarse, pero nunca desaparece. Podemos no hacerle caso, pero siempre está ahí y nunca se equivoca, porque es la voz de nuestra alma y no nos habla desde el exterior, está libre de condicionantes y prejuicios y lo que sabe la conecta con lo de arriba, no con lo de abajo.

Hace ya tiempo, alguien me preguntó por qué, si los masones nos considerábamos libres, estábamos en una Obediencia. Uno de mis Hermanos respondió: “Porque solamente hay dos opciones, o estamos en la obediencia o en la desobediencia”. Y evidentemente se refería a algo que va más allá de unos Reglamentos…

Me parece una gran frase, no hay término medio: o nos comprometemos o no, o somos coherentes o no, o decidimos construir o no, o buscamos la verdad o no. Obedecer es aceptar libremente aquello que sabes que debes hacer.

Esto me recuerda otra gran frase, que dice más o menos así: “en realidad la libertad del hombre se reduce a una única elección, elegir entre el bien y el mal… que no es poca cosa”. Podemos elegir no equivocarnos, porque tenemos una guía cierta y justa en nuestro interior. Lo que nos dicta el camino correcto en esa elección fundamental es, precisamente, la conciencia.

Y todavía otra frase viene a mi memoria, me la dijo un viejo anarquista menorquín que había sufrido mucho en la guerra civil y la posguerra: «Mi patria es la humanidad y mi partido, la conciencia». Casi nada.

Elegir libremente

Por eso obedecer es escuchar primero, enterarnos de cuál es nuestro deber, de lo que nuestra responsabilidad nos exige. Y luego, elegir libremente -conscientemente, responsablemente- esa opción entre dos: ésta y su opuesta, que es desoír nuestra conciencia, tapar sus palabras, mirar hacia otro lado, dejarnos vencer por la pereza, o el miedo, o el interés. Daos cuenta de que realmente somos libres.

Al final a quien debemos obedecer es a nosotros mismos, pero a lo que somos de verdad, no a nuestro personaje, nuestro ego desorientado y cabezota.

Por eso pienso que la obediencia es un buen sitio en el que estar, porque lo contrario es no escuchar, no elegir nuestro deber, no ser coherentes … y seguramente ser de poca utilidad para nosotros mismos y para el edificio que construimos entre todos.

Ser obediente no es siempre fácil. Tampoco lo es ser libre. Pero, ¿quién dijo que el proceso de ir haciéndonos humanos sería fácil?

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