Igualdad y más

Habréis oído muchas veces el grito de «Libertad, igualdad, fraternidad», surgido de la Revolución francesa de 1789. Es un grito que sigue resonando en muchos países, en muchas sociedades, en muchas personas, aunque a veces no se entienden bien cada uno de los conceptos que lo forman. Es, también, la divisa principal de la Masonería nacida de la tradición francesa, la llamada Masonería liberal, contrapuesta en muchos aspectos a la inglesa.

Los tres términos que forman esta divisa son importantes, pero de entre ellos pienso que la igualdad es el principal, simplemente porque si no se cumple, tampoco se cumplirán la libertad y la fraternidad. Aunque lo mismo puede decirse de la fraternidad, de hecho…

Escribo esto hoy, día 8 de marzo, en que en todas partes te bombardean con mensajes muy diseñados por el marketing que se ha convertido, o aspira a convertirse, en la nueva religión. Todo muy bonito y apañado, muy ocurrente, para tranquilizar conciencias y demostrar que uno está muy concienciado, aunque mañana pase página y dedique la misma atención y esfuerzo al Día Mundial de la Fontanería, que es el 11 de marzo.

La igualdad real

Es curioso (o muy interesado) cómo normalmente pensamos que la igualdad es dar a todos lo mismo. Pero eso es solamente así sobre los papeles: la ley ha de ser la misma para todos, pero en la realidad, en el día a día de la gestión política y social, familiar, de las amistades o el trabajo, la igualdad es dar a cada uno según lo que necesita. Y si no, no es igualdad. En cambio, estamos tan desorientados que muchas veces a eso lo llamamos favoritismo…

Si todos somos iguales, o sea, si tenemos las mismas oportunidades, no sólo porque objetivamente esas oportunidades existan para todos, sino porque efectivamente todos puedan acceder a ellas, entonces la igualdad de oportunidades existe. Si todos somos iguales y nos reconocemos como iguales, la igualdad existe. Si el trabajo de todos es valorado de la misma forma y además se tienen en cuenta las limitaciones de unos y otros y se compensan, entonces la igualdad existe. Lo que no es igualdad es intentar encajar a todo el mundo en el mismo molde. El tan manido «café para todos» no es igualdad, sino todo lo contrario.

La igualdad no es que todos seamos fotocopias, o tengamos que hacer lo mismo y de la misma manera. El hombre y la mujer no son iguales, no podrían serlo, simplemente porque el mundo está confeccionado así, en base a contrarios que se complementan, se potencian entre sí y multiplican sus capacidades. Sin embargo, la igualdad entre ambos, de derechos y de realidad, es imprescindible. Como entre personas de distinta religión o distinta nacionalidad, o con distintas capacidades, o con distinta orientación sexual…

La igualdad no es que todos tengamos que hacer lo mismo, es que, si queremos, podamos hacerlo, al margen de nuestros condicionantes personales y al margen de los prejuicios.

La libertad que condiciona

Si existe la igualdad, la real, pueden existir, entonces, la libertad y la fraternidad. La libertad porque implica que cada uno es libre dentro de un sistema que nos engloba a todos, y que, por lo tanto, limita la libertad de cada uno en favor de un interés mayor, el bienestar común. Esto es algo que no entienden quienes piensan que ser libre equivale a hacer lo que me da la gana o lo que me conviene, al margen de todo lo demás.

La libertad, por definición, nos condiciona. Simplemente, porque no vivimos solos y nuestros actos tienen consecuencias en la libertad de los demás. O en su bienestar. Pero si no somos iguales no podemos llamarnos libres. La libertad comporta una gran responsabilidad, una capacidad de respeto por la libertad de los demás, y una reflexión constante sobre las consecuencias de nuestros actos. La libertad es un consenso, no es algo que pertenece a cada uno de nosotros, sino algo que compartimos.

Fraternidad universal

¿Y en cuanto a la fraternidad? Prácticamente lo mismo. Si no somos iguales, si no nos reconocemos como iguales, ¿cómo vamos a reconocernos como hermanos? ¿Cómo vamos a desarrollar sentimientos de solidaridad, respeto, atención y amor entre nosotros, si no nos consideramos iguales? Las posiciones dominantes o sometidas son incompatibles con los tres conceptos que nos ocupan.

La fraternidad es el sentimiento de pertenencia que debería unirnos a todos los humanos, y a todos los humanos con el resto de seres vivos del mundo, y hasta con nuestro planeta y todo lo que forma parte de él, de nosotros. Queramos verlo o no, está claro que somos hermanos, porque somos lo mismo, porque somos interdependientes, porque nos necesitamos… porque cobramos sentido cuando nos miramos en el otro, cuando nos vemos con sus ojos y nos escuchamos en sus palabras, y nos identificamos con su felicidad o su dolor, y celebramos o lloramos juntos.

Cada uno de nosotros somos parte de un todo. Eso es lo que significa la palabra “individuo”, aunque su uso haya derivado hacia un significado totalmente opuesto. Individuo significa, etimológicamente, no diviso, no dividido, parte de un todo. Cada individuo es parte de esa familia humana que no ha elegido y a la que, sin embargo, no puede renunciar, a la que pertenece por nacimiento, con todo el potencial de desarrollo que ello implica, de posibilidad de crecimiento y acción hacia la luz… o hacia la sombra.

La necesidad del otro

Todo lo que cada uno de nosotros ha venido a hacer en esta vida tendrá que hacerlo en compañía de sus hermanos: el Hombre es un ser social, y eso significa que no estará solo, que será junto con, en frente a, a pesar de, gracias a, por y para los demás, que se irá esculpiendo a sí mismo en la medida en que esculpe su propia realidad y contribuye, así, a la edificación de la sociedad humana, de la Humanidad, un concepto que sigue en construcción.

Necesitamos al otro. Somos el otro. Hasta que no tengamos esto claro, fracasaremos.

¿Cómo puede construirse con fundamentos sólidos una Humanidad desde la desigualdad y la ignorancia de lo que es la libertad? Pues muy mal, como lo estamos haciendo, de hecho. Si falla la fraternidad falla todo lo demás, porque no nos reconocemos como hermanos, no nos reconocemos como iguales, y no podemos reconocernos como libres.

Libertad, igualdad, fraternidad. No se me ocurren conceptos más necesarios y urgentes en este momento, en todos los momentos. Reivindiquémoslos. Porque estos tres términos resumen todo lo que vale la pena vivir, conocer, sentir y compartir en este mundo.

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