«Ser poeta no consiste en escribir un poema, sino en encontrar una manera nueva de vivir»
Paul de la Cour, citado por Karen Blixen
Entre 1974 y 1976 Erich Fromm escribió su libro «Del tener al ser». Unos años antes, Karen Blixen, más conocida quizás como Isak Dinesen, autora de «Memorias de África», escribía los artículos que posteriormente fueron reunidos en el libro «Daguerrotipos y otros ensayos», y en uno de ellos incide en la misma idea que Fromm, aunque a ella el verbo que la preocupa respecto a la evolución de la sociedad humana y los seres humanos individualmente no es el verbo «tener», sino el «hacer».
Me parece muy interesante lo que ambos dicen, y la relación que establecen entre «tener», «hacer» y «ser», y cómo la primacía de uno u otro sobre el desarrollo de la persona y el desarrollo de una sociedad marca una enorme diferencia y los encamina a la plenitud o al vacío.
Aprendizaje bajo cero
Defiende Erich Fromm que «el hombre moderno tiene muchas cosas y usa muchas cosas, pero es muy poca cosa. Sus sentimientos y sus pensamientos están atrofiados, como músculos sin emplear. Tiene tanto miedo a cualquier cambio social que toda perturbación del equilibrio significa para él caos o muerte: si no la muerte física, la muerte de su identidad».
Y es cierto que el hombre medio de hoy piensa muy poco por sí mismo. Recuerda datos o puede buscarlos en Google si no los recuerda, pero de lo que sabe, como dice Fromm, «no conoce casi nada por su propia observación o pensamiento».
Y tampoco las cosas que utilizamos requieren «un gran despliegue mental o demasiada habilidad», de hecho, al revés, lo que buscamos es que todo sea simple, intuitivo, porque el ansia de comodidad y facilidad nos domina. A veces lo disfrazamos como «ahorro de tiempo», algo también muy curioso si lo piensas bien, pero en general se trata de pereza ante un proceso mínimamente complicado o que requiera esfuerzo.
¿Es la vida del hombre medio un constante proceso de aprendizaje? Durante mucho tiempo lo fue, así nos desarrollamos como especie, con el aprendizaje constante individual y colectivo. Pero me temo que todos sabemos la respuesta: no lo es. Yendo aún más allá, ¿aprovechamos las oportunidades de aprender que nos brinda la vida? Me temo que en realidad, tampoco. Tendemos a ver lo que nos pasa como una serie de casualidades, accidentes, mala o buena suerte, culpas… pero pocas veces establecemos las causas y las consecuencias y asumimos la responsabilidad.
El bienestar
Vayamos por la calle mirando a la gente que se cruza con nosotros. ¿Cuántos de ellos se consideran felices? ¿Cuántos lo parecen? El otro día escuchaba una entrevista a Manolo Bonet, misionero menorquín ya jubilado, que ha pasado en África gran parte de su vida. Ahora vive en Suiza, y contaba que lo que más le impresiona es que los niños que ve por la calle no se ríen.
Y sin embargo, buscamos el bienestar. Pero el bienestar debería ser el vivir bien como persona, dice Fromm, y no como un instrumento, como «algo» que sirve para otra cosa: hacer y tener. Fijaos cómo de hecho, ya no somos ciudadanos, sino usuarios, consumidores, clientes, contribuyentes, votantes.
Ignoramos que el bienestar, el estar bien, depende casi totalmente del «bienser», del ser lo que somos con todo su potencial, fuerza y fragilidad. De sabernos, de sernos… de querernos, en realidad, a nosotros mismos. Y esto no es egoísmo ni narcisismo, sino una necesidad fundamental.
Dice Fromm: «Con la orientación al tener, mi lema es «soy lo que tengo«. Superada esta orientación, el lema es: «soy lo que estoy siendo» o «soy lo que hago», en el sentido de una actividad no enajenada». Sobre la diferencia entre este hacer enajenado y el hacer consciente hemos dicho algo en La prueba del 9 espiritual.
Menos hacer y más ser
Sin embargo, todavía me gusta más lo que dice Karen Blixen: «Creo que nuestro tiempo necesita reajustar su ambición: menos hacer y más ser«. Lo explica en un texto muy ilustrativo sobre las diferencias entre hombres y mujeres, partiendo de la pregunta un tanto curiosa de «¿por qué hay dos sexos?»
Blixen considera que el centro de gravedad del hombre, la esencia de su ser, está en lo que lleva a cabo y logra. El hombre, dice, crea por sí mismo, pero fuera de sí mismo, y, con frecuencia, una vez que ha terminado su obra, la abandona y la arroja de su mente para lanzarse a crear otra. Lo que le interesa al hombre es el resultado, no propiamente la actividad, y así, cualquier actividad que no conduzca a un resultado le es ajena, dice.
La mujer, en cambio, se centra en lo que es. La actividad de la mujer consiste en ampliar su propio ser. Y añade: «éste puede ampliarse mucho, como la copa de un gran árbol, pero sin que por ello deje de estar su raíz bien hincada en su propio yo». La mujer no está orientada al resultado de la actividad, sino que se centra en la propia actividad, en lo que mutuamente se aportan esa actividad y ella, hasta el punto en que casi se convierten en lo mismo.
De disfraces
Son cosas en las que pensamos pocas veces, pero que me parecen muy interesantes. Ahora recuerdo que un estudio presentado hace poco sobre las emprendedoras en España llegaba a la conclusión de que el 30% de las mujeres que emprenden en nuestro país tienen como primera motivación cambiar el mundo, ayudar a mejorarlo. Lo de generar ingresos es solo una motivación secundaria. Me parece algo hermoso y digno de mención.
Blixen dice que los artistas se acercan más al modus vivendi femenino que al masculino, pero también observa que cuando las mujeres hemos luchado por la igualdad con nuestros compañeros masculinos, muy a menudo lo hemos hecho desde sus posicionamientos, asumiendo la visión masculina y disfrazándonos de hombres, para poder competir con ellos y «estar a la altura». En realidad, la igualdad no significa que tengamos que hacer lo mismo, sino que podamos hacer lo mismo, pero cada uno desde lo que es.
La forma masculina de estar en el mundo es la que se impone, y la que define una sociedad, por no hablar de la Humanidad entera porque tampoco sería totalmente cierto. Bien, ahí entra la cuestión del hacer por encima del ser. Y es un error, como poner el tener por encima del ser. Nada es más importante que ser… completamente, hasta donde podamos, asumiendo las consecuencias, con toda la responsabilidad y la grandeza que ello conlleva, y también con la fragilidad y la humildad que se desprende de ello.
La fuerza nos acompaña
Karen Blixen se refiere a la idea de la identidad que existe entre el ser y la fuerza. Y me parece una idea poderosa. Pone el ejemplo de la bellota, que puede convertirse en un roble (una encina en nuestro Mediterráneo) de recio tronco y amplia copa, en una demostración totalmente natural de fuerza y energía, lo que llamamos «crecer». El ser y la fuerza son lo mismo, y crecer es su tendencia natural casi imparable. Casi, porque parece que al aplicarlo a nosotros mismos, hemos conseguido si no parar, al menos sí ralentizar nuestro crecimiento como seres humanos, como seres individuales y como sociedad, narcotizar nuestras posibilidades en lugar de aprovechar todo nuestro potencial y desarrollarlo. Por miedo, por comodidad, por confusión, por pereza.
«No es suficiente pensar en lo que se va a hacer –dice Karen Blixen–, también hay que saber profundísimamente lo que se es». Y en eso, pienso, deberíamos estar todos, unos y otras.
Los libros de referencia son: Erich Fromm, «Del tener al ser», Paidós 1991 y Karen Blixen, «Daguerrotipos y otros ensayos», Elba 2021. La imagen que ilustra esta entrada es el maravilloso cuadro titulado «Domador de colibríes«, del artista menorquín Carles Gomila.
