Hay mucho que decir sobre el destino, sin duda. Amigo o enemigo del Hombre, construido sobre la libertad y la voluntad o escrito de forma predeterminada en algún misterioso libro, que nos hace esclavos o amos, que nos somete o nos acompaña, que tiñe de tragedia nuestra vida o se presenta suave y sin violencia, que nos provoca preguntas sin respuesta, o cuyas respuestas van simplemente tejiéndose con el hilo del devenir sin saber muy bien cómo ni por qué…
La etimología de destino es muy interesante. Procede del latín destinare, que está formado por el prefijo de- que indica separación, origen, dirección o descenso… más el verbo stare, que significa «estar de pie», «estar fijo». Eso es también lo que significa la raíz indoeuropea de donde procede: sta- «estar de pie». En griego da lugar a las palabras de la familia statós, o sea, estacionario, estático.
Vaya, pues ahí estamos, de pie, brazos caídos, sin movernos, con la cabeza hacia el cielo y los pies más o menos firmes sobre la tierra, estáticos, fijos. Preparados para ser lanzados, como un obús, hacia algún sitio lejano… Muy gráfico, ¿verdad? La trayectoria que realizaremos será nuestra vida. Pero, ¿la gobernamos nosotros o viene predeterminada? Cada una de las dos opciones tiene no pocas consecuencias.
Realmente no conocemos la respuesta. Muchas mentes brillantes han intentado deshacer ese nudo, pero a lo máximo que podemos aspirar es a tener una idea, más o menos ligera, en función de lo que creemos, conocemos, pensamos, nos gusta o nos tranquiliza.
Si el destino es algo predeterminado, «escrito en las estrellas» cuando venimos a este mundo, todo esfuerzo que hagamos en él parece inútil. No conseguiremos desviar ni un ápice su/nuestra trayectoria prefijada. Entonces, ¿para qué esforzarnos en nada?
Omar Jayyam, sabio, filósofo, matemático, astrónomo, poeta, bebedor, amante, librepensador y muchas cosas más, iraní, nacido antes de 1030, lo veía así:
Todo ha sido escrito en el balance del Mundo
y la pluma está ahora tozudamente quieta.
Todo acaece como lo quiere el Destino.
Lo es el que presume y más loco quien llora un fracaso.
Y también dice:
Sabes que no tienes poder sobre tu destino.
¿Por qué esa incertidumbre del mañana ha de causarte miedo?
Si eres sabio, goza del momento presente.
¿El porvenir? ¿Qué te puede traer el porvenir?
Sin embargo, si pensamos que somos «dueños de nuestro destino», eso significa que somos libres para construir nuestra vida de acuerdo a nuestros planes, deseos y voluntad. Aunque todos sabemos que eso no es totalmente así. Está claro que nuestros planes muchas veces no salen como queríamos, que no conseguimos lo que pretendíamos, que suceden imprevistos, que al final «la vida da muchas vueltas» y nos encontramos donde nunca imaginamos, haciendo algo que nunca hubiéramos elegido, quizá viviendo con alguien en quien nunca pensamos para compartir nuestra vida y rodeados de seres, situaciones y deberes que, en muchos casos, no hemos buscado. Algo ha fallado.
No, no ha fallado nada. Es la vida. Sorprendente, imprevisible y accidentada.
Omar Jayyam experimenta el destino como fuerza que te lleva y que, sobre todo, acaba en la muerte. Lamenta que ese sea, en realidad, el destino ineludible de todos. Propone que vivamos hoy porque el ayer se fue y el mañana no existe, y el aquí y ahora es el único momento real en que, de verdad, de verdad, de verdad, somos y sabemos que somos. O deberíamos.
No puedes pensar hoy que verás el amanecer de mañana.
Esperar ese mañana sería locura.
Si estás despierto no desperdicies este soplo de vida,
sobre cuya duración no posees prueba alguna.
Pero, ¿Y la búsqueda? ¿Y el esfuerzo? ¿Y el conocimiento? ¿Y la aspiración de crecer, de mejorar, de saber? ¿Todo eso es un disparate y lo más inteligente sería centrarse en el ahora que se nos ofrece, disfrutando de él sin complicaciones ni dolores de cabeza? Quizá ambas cosas no sean incompatibles, como decíamos en «Morir, y sin embargo…».
La búsqueda da un sentido diferente a la vida, la eleva, no porque lo que buscamos sea un premio, sino por la convicción de que sí hay respuestas que son susceptibles de ser conocidas por nosotros si estamos decididos a hacer el esfuerzo de encontrarlas. Y mientras, si eres capaz de reconocer y admirar la belleza, eso que ganas. En la búsqueda el camino no es más fácil, a veces creo que al contrario… pero al menos colocas algunas piezas del puzzle, te maravillas ante su realidad y te callas. El destino -y el reloj- corren igual. Y al final se trata de vivir lo más dignamente posible, sin miedo, sin estar sometido, mirando al Universo cara a cara.
¿Hasta dónde somos libres para elegir y construir nuestra vida? Quizá en el fondo solo seamos libres para una gran elección: entre el bien y el mal. No es poca cosa. Y también para construirnos a nosotros mismos, pero esto puede depender de muchas circunstancias, así que no tengo claro que ese trabajo de auto construcción y auto perfeccionamiento sea, realmente, elección nuestra… pensándolo bien, casi estoy convencida de que no lo es. Tenemos pocos méritos, ciertamente, a no ser la elección de hacer el bien.
Si sembraste en tu corazón la semilla del Amor,
no fue inútil tu vida.
Tampoco si intentaste escuchar la voz de Dios.
Y, menos aún, si con sonrisa ligera brindaste al placer de tu cáliz.
Y, hablando de Dios, que sería como otra manera de decir destino… seguimos con Omar Jayyam:
Primero me dio el ser sin consultarme
y el hecho solo de existir me arrojó en el asombro.
Después me hace abandonar el mundo a disgusto
sin dejarme adivinar con qué intención me puso aquí abajo.
Me has construido con agua y con tierra: ¿Qué puedo hacer?
Esta lana y esta seda eres Tú quien los teje: ¿Qué puedo hacer?
El bien que practico y el mal en que dices que caigo,
eres Tú quien me los ha destinado: ¿Qué puedo hacer?
Hazme ligero el peso de los males del mundo.
Ocúltale a los hombres mi agonía perversa.
Dame un poco de dicha para hoy y mañana
y haz de mí lo que creas más digno de ti.
Somos libres, pero no tanto. Sí que tenemos una responsabilidad, y en eso consiste el libre albedrío, en gestionar esa responsabilidad y vivir de manera que nuestra existencia no se construya sobre el perjuicio o el dolor de otros seres. Este puede ser un bello lugar en el que vivir, de hecho estamos rodeados de belleza… solo que a veces vivimos ciegos. Aspirar a vivir sin hacer el mal ya me parece mucho… casi ni llego a imaginar lo que puede ser, además, vivir haciendo el bien.
Pero, esto, ¿de qué sirve? ¿Para evitar un castigo? ¿Para obtener un premio al final de la carrera? No creo ni en castigos ni en premios, y aunque me gusta pensar que todo lo bueno que das se te devuelve de alguna manera misteriosa e insospechada, y a veces he obtenido pruebas de ello, tampoco tengo claro el mecanismo porque la evidencia muestra que, en ocasiones, personas que aparentemente hacen el bien, en cambio, cobran con el mal… Así pues, después de todo, no sabemos nada. Solo que sí existen el Cielo y el Infierno, y Jayyam nos dice dónde…
Más allá de los límites de la Tierra,
más allá del límite Infinito, buscaba yo
el Cielo y el Infierno. Pero una voz severa
me advirtió: «El Cielo y el Infierno están en ti».
Entonces… ¿Estamos solos? Da igual, porque nuestra responsabilidad ante la existencia es la misma. No somos niños tutelados por un poder superior, creo que eso está claro, o debería estarlo a estas alturas. Es por nuestra propia dignidad que hemos de intentar ser la mejor versión de nosotros mismos, no porque lo espere alguien, o por si hay premio o castigo al otro lado de La Puerta. Nuestro deber es hacerlo lo mejor posible, al margen de todo lo demás. El Universo no está pendiente de nuestras dificultades, la Naturaleza no sabe que existimos. Solo nosotros, aquí y ahora, somos. ¿No queremos libertad? Estupendo: a ver qué somos capaces de hacer con ella…
Somos muñecos que agita la rueda del cielo.
Esto es una verdad y no una metáfora.
Somos en efecto juguetes sobre el tablero de ajedrez de la vida
que dejamos para entrar uno a uno en la nada.
Al final, todo depende de tus expectativas, de cómo quieres que sea tu paso sobre la Tierra. Y sí, ahí sí que tenemos algo que decir, porque aunque es cierto que venimos al mundo con una tarjeta perforada que nos condiciona, también contamos con herramientas valiosas de las que servirnos para que nuestra trayectoria sea fructífera, quizá desde la simplicidad y la humildad, desde el pedir poco y alegrarse con todo. Y agradecer. Solo nos queda el goce, la alegría, de haber colaborado con la belleza, en todas sus formas, durante el breve intervalo de tiempo en que hemos existido.
Quien es dueño de medio pan
y tiene un nido donde abrigarse
y no es señor ni siervo de nadie,
disfruta de una muy dulce existencia.
La foto que ilustra esta entrada es el cuadro titulado «Tres destinos», de la maravillosa Remedios Varo.
