La delicadeza

Qué es la delicadeza? Siempre es difícil definir los gestos casi imperceptibles, lo que es sutil, suave, frágil, la finura de movimientos, la elegancia mesurada, la simplicidad completa que se basta a sí misma y es en sí misma un universo… No necesita que nadie la defienda ni la subraye, existe aunque nadie la note o la perciba, y es fuerza poderosa, no debilidad.

Este tipo de cosas, gestos, sensaciones tan suaves y a menudo tan intensas tienen poco espacio en nuestro mundo. Pero quizá deba de ser así, porque no hacen ruido, no conllevan efectos especiales visibles, no hay artificio, y en esta sociedad vivimos mucho del artificio, la apariencia, el ruido y ese «poner los pies sobre la mesa» para marcar territorio.

Así, pues, lo delicado es solo para quien sabe verlo y apreciarlo.

Mientras escribo esto pienso que quizá lo contrario a la delicadeza sea la vanidad. Sí, la arrogancia, la jactancia, son las actitudes contrarias a la delicadeza.

Aunque el diccionario ofrece otro buen antónimo: desatención. Porque la delicadeza es atención, ternura, meticulosidad, es sutileza, es saber cuándo apartarse y cuándo estar ahí esperando, en silencio, sin hacer ruido ni que se note. No había caído en la proximidad de la atención y la delicadeza, y eso que amo ambos conceptos… la atención implica amor, es cierto, implica deseo de perfección también, y al revés.

Cuando uno ama la atención no puede distanciarse del camino de la perfección y la delicadeza. Y en esa frase perfectamente puede intercambiarse el orden de los tres conceptos.

Siempre atribuí esas cualidades a un buen amigo que tuvo que dejar este mundo demasiado pronto, según mi opinión. Una persona que en todo lo que hacía se entregaba a la mesura, a la proporción, a la atención… así lo hacía todo, desde editar un documental a servirte un té. Esa era también su forma de amar, no solo a las personas, sino a todo lo que le rodeaba. Su forma de demostrar respeto y consideración por todos y por todo. Por eso era un hombre luminoso, a pesar de su deseo constante de pasar desapercibido.

Atención. Delicadeza. Deseo de perfección. Amor. Ahora me parecen inseparables.

Si admiráis estas cualidades o estos conceptos, os gustará la película «La delicadeza», dirigida por David Foenkinos en 2011, quien además escribió la novela. Es hermosa en su simplicidad. Y muestra cómo tantas veces nuestros prejuicios nos hacen rechazar aquello que tiene valor auténtico y nos conformamos con el sustituto artificial, aunque quizá envuelto en un bonito papel de celofán y un enorme lazo.

La escena más delicada -e increíblemente erótica- que nunca he visto en una película tiene lugar, de nuevo, en «El último samurái». Es la escena donde Taka, la joven viuda, viste al guerrero americano interpretado por Tom Cruise con el traje-armadura de samurái de su marido muerto. Fue el americano quien lo venció en combate, y ella ha tenido que aceptarlo. Entre ambos solo ha habido miradas y alguna palabra. Pero esa escena en que ella simplemente le va colocando encima, delicadamente, casi sin rozarle, cada prenda del traje de samurái, es de una belleza y de un erotismo que te deja sin respiración. Esta película es un regalo para los amantes de la sutileza… a pesar de Tom Cruise.

Sí, también Katsumoto merece unas -muchas- palabras. Él es el último samurái, hermano de Taka, que aprende a amar, como ella, al que mató a su hermano. Todo en este personaje es delicadeza, hasta la forma en que muere.

«Contadme cómo murió Katsumoto», le pide el joven emperador al guerrero americano cuando éste le lleva la katana del samurái. «Os contaré cómo vivió», le responde.

Cerramos esta entrada con una frase de Katsumoto: “Te puedes pasar toda la vida buscando la flor perfecta, ¿y sabes por qué? Porque todas las flores son perfectas.” Pues eso, la delicadeza.

(La foto que ilustra esta entrada es, una vez más, de mi amiga Sonia Rotger, una persona que busca también lo simple y ama la delicadeza).

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