Quien tiene gato sabe de lo que hablo. Pienso que ningún otro animal doméstico nos pone tantos retos como un gato, o dos, o cinco… tener gato y darte tiempo para conocerlo, apreciarlo, saber lo que le gusta y lo que no, y darle tiempo a él para que haga lo mismo contigo, es sin duda parte del desafío de la vida, del Camino a la iluminación. Dice Fulcanelli en «Las moradas filosofales» que los gatos son objetos de arte en movimiento, y es totalmente cierto. Nadie que sepa contemplarlos puede negarlo, y no solo por su belleza, su perfección, su elegancia o sus suaves y silenciosos movimientos, también por su sabiduría.
Todo lo que uno debe aprender en la vida, te lo puede enseñar un gato. No me cabe ni una sola duda. El Tao, el Zen, el Sufismo, la Masonería, el Advaita, la filosofía griega… todo está en el gato. Él lo sabe todo, y sabe que lo sabe… está aquí para que tú lo aprendas. Es su misión.
Y te lo enseña no con discursos, palabras o libros, sino con su ejemplo… en positivo o en negativo, como hacen los buenos Maestros, que tanto saben dejarte desconcertado como aplicarte un correctivo cuando es lo que necesitas. O aprobar tu actitud amigablemente, pero tampoco nos pasemos. Que corra el aire.
El gato te introduce en el difícil arte de la paciencia, porque él sabe practicarla. Escribo esto delante de la puerta del comedor que da al patio. Me he sentado hace una hora, y en ese tiempo me he levantado 17 veces a abrir y cerrar la puerta porque uno de mis cinco gatos quería entrar o salir, o simplemente, dudaba, sentado ante el cristal, de si entraba o salía. Yo he interpretado bien algunas señales, pero otras no: he abierto la puerta y el gato ha seguido sentado, impasible, sin avanzar. He fallado al interpretarle.
Te dan la oportunidad de observar en silencio, precisamente para aprender a interpretar sus más leves movimientos. Cuando les ignoras, te enseñan a ejercitar tu atención, a estar pendiente. También te enseñan a utilizar los cinco sentidos y son tan sabios que si hablas con ellos porque no llegas a tener el don de la telepatía, ellos aprenden también a hablar para comunicarse contigo. En esos casos, comprenden que necesitas de una herramienta inferior a la comunicación mental, como es el lenguaje, y se adaptan a tus necesidades, porque están aquí para enseñarte y para conseguirlo utilizarán las herramientas que sean necesarias.
Un gato te enseña a esforzarte por comprender, por servir, por gustar. También te enseña la importancia de que él te elija, te demuestre su afecto, te prefiera para descansar, comer o recibir caricias. Eso halaga nuestro ego… para compensar, luego te enseña la humildad del fracaso, de la frustración, del rechazo. También te enseña a perdonar y a ceder.

Te enseña que los deseos no son tan importantes porque son volátiles y cambian todo el rato, lo que deseas ahora es distinto de lo que desearás en dos minutos. No es importante ligar tu vida a tus deseos, vienen y van como las nubes, hay muchos distintos y todos quieren sus dos segundos de gloria. No te frustres por no conseguir algo. En un rato lo habrás olvidado y desearás otra cosa. Como él te enseña cada día.
Los gatos te enseñan a compartir momentos, espacio, mantita, cama, teclado, agenda, libro… es maravilloso cómo absolutamente todo lo que existe en el mundo, todos los objetos de tu casa y del patio, sirven para ser disfrutados. El rascador sirve para rascar, pero el resto de objetos también! Es un gran descubrimiento ser capaz de ver, en absolutamente todo lo que nos rodea, una fuente de alegría y bienestar.
Un gato te exige sacrificios, y respeto, y distancia. Quiere ser importante para ti, pero sin dependencias absolutas. Esas enseñanzas son muy prácticas en nuestras relaciones sociales, con la familia y los amigos, con la pareja. El gato te enseña el secreto de mezclar los ingredientes de tus emociones en su justa proporción y medida.
¿Qué hace tu gato mientras te espera? Eso lo hemos pensado muchas veces todos los que tenemos uno o más gatos en nuestra vida. Pero la pregunta parte de una premisa no demostrada. Antes que nada, ¿tu gato te espera? Esa es la gran pregunta. Si asumimos que sí, entonces te enseña efectivamente a esperar, con paciencia y resignación, a veces con autocontrol, refrenando las ansias del reencuentro. Si pensamos que no, que no te espera, que simplemente te vas y vuelves y él sigue con su vida, entonces te enseña el desapego, la autonomía emocional, la capacidad del equilibrio. Un gato nunca será una montaña rusa emocional, porque les define la proporción. Te quiere en la justa medida, te necesita en la justa medida, te hace caso en la justa medida, te rechaza en la justa medida. La justa medida es una enseñanza crucial.
El gato te enseña a jugar, a divertirte con cosas absurdas o pequeños objetos insignificantes. Te enseña la capacidad de imaginar, porque es capaz de estar sentado media hora mirando un punto fijo que tú no puedes identificar. ¿Qué está mirando? Nunca lo sabrás, porque no mira con los ojos de la cara, sino con el ojo de la mente, con su imaginación. Quizá esté en plena batalla intergaláctica, imaginando ratones pilotos de naves espaciales, quizá simplemente mira un pelo pegado a la pared que se mueve ligeramente con el aire. Pero te está enseñando algo fundamental: no todo lo que importa se ve con los ojos de la cara. Hay cosas que solo pueden ser vistas de otra forma, con los ojos del alma y de la mente, con el corazón.
Un gato te enseña responsabilidad, te da la oportunidad de ensayar el cuidado, la delicadeza, la suavidad, porque no es amigo de movimientos bruscos, de voces a alto volumen, de ruidos innecesarios. Te enseña que todo puede tener una utilidad distinta a la original, y básicamente, que todo puede servir, en un momento dado, para echarse una siesta y descansar. Ese superpoder está en nuestra actitud, no en el objeto en sí. Por lo tanto, te enseña que todo está en ti, en tu forma de ver el mundo, de tratarlo, de pensarlo. Tú defines todo a tu alrededor.
Y cuando, después de una provechosa y satisfactoria vida juntos, tu amigo maestro gato se va, te enseña que todo es impermanente menos el amor, que todo pasa, que todo cambia, que todo muere, que la vida es un instante maravilloso que pasa en un suspiro y que de todo lo vivido te queda solo el recuerdo. La vida es aquí y ahora, no hay pasado, no hay futuro. Es en el aquí y el ahora donde tus recuerdos y el amor que sientes están vivos y mantienen el calor. Tu gato ya no está contigo, pero está en ti, como todo lo que amas. Vivirá mientras tú vivas… y luego… ¿Quién sabe realmente lo que ocurre luego?
Afortunado es el ser humano que sabe detenerse a observar a un gato, a cuidarle, que se entrega a sus enseñanzas y a su atención con humildad y alegría. Conocerá la felicidad y tendrá a su alcance todo aquello que merece la pena ser conocido y vivido. Que sea capaz o no de aprovecharlo ya solo depende de él, porque el gato, sin duda, cumplirá con la misión que tiene encomendada.
Dedico esta entrada a los gatos de mi vida: Gustavo, Lulú, Lola, Cat, Dolça, Tigris y Tigretón, a nuestras salvajes Fosca y Clara, a mis vecinos Pastelita, Ratita, Mito y Zapatita, y a los gatos del refugio de la Protectora d’Animals de Ciutadella.

