Lo legal y lo ético

Esta entrada podría ser una secuela de «La Justicia no es ciega«, porque gira en torno al mismo tema aunque quizá a un nivel más práctico. ¿Cuál es la diferencia entre lo ético y lo legal? ¿Es la ley siempre justa, o ética, o equitativa? ¿Tiene que serlo? ¿De qué depende?

Vivimos rodeados de normas, seguramente necesarias para fijar un marco de convivencia y de respeto, de líneas que no sobrepasar, para que la libertad de unos no perjudique a los demás. Muchas de esas normas serían suprimibles si los seres humanos viviéramos y conviviéramos de acuerdo a los principios básicos de la responsabilidad, el respeto y la consideración al prójimo, pero a estas alturas está claro que no es así. Por lo tanto, al parecer necesitamos normas de todo tipo que regulen toda nuestra vida en común.

Y ahora más, en que se ha instalado en la sociedad la sensación de que «ser libre» significa «hacer lo que me da la gana» o «lo que me conviene», sin tener en cuenta otras consideraciones. Los listillos, los aprovechados, los de la desfachatez, nos están atrofiando el cerebro y el alma.

Somos seres extraños. Tenemos normas que nos prohíben hacer cosas que nos perjudican o que perjudican al prójimo. Y muchas veces para evitar comportamientos perturbadores, exigimos más normas en lugar de exigir -y ofrecer- más educación. Pensamos que porque hay una norma que regula esto o aquello ya estamos a salvo, aunque esa norma luego no se cumpla. Vivimos sobre un deseo de falsa seguridad, necesitamos un placebo y cuando lo tenemos, nos despreocupamos de si funciona realmente o no.

La ley es la ley

Los Estados tienen leyes. Las leyes no las hacen los jueces, sino los políticos. En los Estados democráticos el Parlamento, formado por los representantes del pueblo que salen de las elecciones, son quienes hacen y aprueban las leyes que luego deberán ser aplicadas en los tribunales. Pero las leyes existen también en los Estados no democráticos, que también necesitan regular y en muchos casos recortar y exprimir la libertad de los ciudadanos, y utilizar el Derecho como escudo. Son leyes, al fin y al cabo, aunque no sean democráticas.

La ley en sí no fija más que la obediencia a un papel escrito. Y aun esa obediencia está sujeta a interpretaciones, por eso vemos en estos días cómo los tribunales pueden decidir cosas distintas respecto a peticiones similares, como el uso de los certificados COVID en las comunidades autónomas.

Buscar lo ético

Pero la ética es otra cosa. Las leyes pueden ser éticas o no serlo, y las interpretaciones que hacen los tribunales de esas leyes, pueden también ser éticas o no serlo. La Administración – o un tribunal, o quien sea- puede ser ética aplicando una norma, o no serlo. Porque la norma en sí no garantiza la ética, o la igualdad, o la ecuanimidad.

Por eso es tan importante conservar el valor de la justicia, de la ética en la aplicación de las leyes y en la convivencia en general. Porque ese valor no se refleja necesariamente en una norma, sino que se refleja y se hace real en el comportamiento de las personas. Hacer las cosas de forma ética es como una corriente de agua que impregna, calladamente, todas las fibras de la conducta humana, del pensamiento humano.

Copiemos a los humanistas

Y por eso es también tan importante que busquemos entre nosotros a los humanistas, que no son necesariamente quienes leen a los clásicos, sino las personas que defienden y mantienen actitudes éticas, responsables, igualitarias, respetuosas, sinceras, humildes, solidarias… personas que defienden esos valores no en los discursos sino en su día a día, que educan a sus hijos en ellos y que antes de faltar a esa ética que impregna sus vidas, palabras y decisiones, se perjudicarían a sí mismos.

Seguro que todos conocemos a alguien así. No depende ni del nivel de estudios, ni del nivel económico, ni de dónde ha nacido, ni de cuál es su cultura o su trabajo… porque es algo que se lleva dentro y brilla y se extiende hacia fuera. Como todo lo realmente importante.

Esas personas son el ejemplo a seguir, y su forma de estar en el mundo es lo que debemos exigir a quien nos gobierna, a quien interpreta nuestras leyes, a quien las hace. Y si no son capaces de hacerlo, debemos arrojarles lejos de toda influencia, porque su ejemplo es nocivo para todos.

Y nosotros, claro, también debemos dar ejemplo, porque no es suficiente con exigirles comportamientos éticos a los demás.

Si esos principios guiaran nuestro día a día, realmente necesitaríamos pocas leyes. Hagamos realidad nosotros mismos la justicia, sin esperar a que los tribunales la encuentren por casualidad en su camino hacia la aplicación de la ley.

La justicia, como el comportamiento ético, es uno de nuestros superpoderes. No lo deleguemos ni dimitamos de ejercerlo.

(Gracias, Carles Gomila, por esa maravillosa ilustración que tenemos pendiente y que me permito aprovechar aquí…)

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