Todo, incluido el mundo que ves, así como tú mismo, el testigo del mundo, todo es Uno.
Todo lo que consideras que es yo, tú, él, ella y esto, todo es Uno.
Los seres sensibles, así como lo inerte y lo insensible (la tierra, el aire, el fuego y el agua), todo esto es Uno.
El bienestar que resulta de la conciencia de que «todo es Uno» no puede ser obtenido por una conciencia fragmentaria, que separa las cosas y los seres: todo es Uno.
«Todo es Uno», texto tamil anónimo del siglo XIX sobre el Advaita Vedanta
Todas las tradiciones coinciden. Todo es Uno. La separación, la multiplicidad, la diversidad de este mundo es solo apariencia, un engaño de nuestros sentidos, que nos hacen mirar y ver cosas y seres distintos allí donde solo hay energía, esencia, ordenada de forma más densa o más sutil.
La granada es un fruto que como símbolo nos explica muchas cosas. Una de ellas es esa multiplicidad formando la unidad: sus cientos de granos son distintos, pueden ser separados, comidos o guardados, licuados, reservados… pero en esencia son iguales y forman un único fruto.
Por eso la granada ha sido siempre símbolo de la unidad, y en las logias masónicas, encima de una de las dos columnas de la entrada, se colocan dos o tres granadas. En un primer nivel simbólico, aluden a la unidad de propósito de la logia, formada por muchos miembros diferentes, pero que trabajan unidos construyendo un proyecto común que es más grande que cada uno de ellos.

Muerte y resurrección
Pero la granada tiene más atributos. Por ejemplo, su sangre roja y dulce, y su cáliz en forma de corona. Dice la mitología frigia que el primer granado surgió de la sangre de un ser hermafrodita, Agditis, que fue creado sin intercesión de los dioses y que por eso, ellos le castraron. De la sangre que surgió de su herida brotó el primer granado, y ese ser castrado se convirtió en la diosa Cibeles, una de las más importantes y que encarna a la Madre Tierra y como tal, otorga la vida, la muerte y la resurrección.
Por eso la granada tiene relación con el inframundo, con la muerte, la vegetación, la concepción y el renacimiento: la renovación eterna de la vida, de esa vida que es una a pesar de que exista la muerte, y que nos lleva de un lado al otro de esa frontera que parece el fin, aunque no lo sea realmente, a través de muchos ciclos.
Para el místico español san Juan de la Cruz, la granada representa «los misterios más altos de Dios, sus juicios más profundos y sus más sublimes grandezas». Los granos de la granada son para él un ejemplo de las perfecciones divinas que podemos ver en el mundo; su forma redonda expresa la eternidad y la suavidad de su jugo es como «el gozo del alma que ama y que conoce». Amor y conocimiento, unidos, inseparables, asignaturas obligatorias para el ser humano en todos sus viajes por los mundos.
Una historia del inframundo
La joven Perséfone, hija de Deméter, la Ceres romana -que de hecho también se parece mucho a Cibeles porque ambas son «diosas madre»-, fue secuestrada por el rey del inframundo, Hades. La madre se volvió loca buscándola, y como no conseguía encontrarla, dejó a la tierra seca, sin fruto, hasta que su hija apareciera. El mensajero de los dioses Hermes-Mercurio, fue el encargado de bajar al inframundo para buscar a la muchacha y llegar a un acuerdo con su celoso marido para devolverla a la madre. Pero Hades fue más listo, y cuando su mujer iba a salir de nuevo a la superficie, le dio a comer un solo grano de granada. En el Inframundo, quien come alimento de la superficie no puede regresar nunca al mundo de los vivos. Así que Perséfone estaba condenada a quedarse bajo tierra con su marido, quien era llamado Plutón por los romanos, un nombre que curiosamente quiere decir «riqueza».
Al final, un favor especial de Zeus le permitió a la joven dividir su vida entre la superficie del mundo de los vivos, y el inframundo. Durante tres partes del año podría vivir arriba con su madre, en el reino de los vivos, pero debería pasar un tercio del año en la morada de los muertos, con su marido. Hades y Perséfone gobernaron el inframundo como iguales y con mano firme, a pesar de ese inicio de relación algo traumático.
La hija de la diosa del cereal (palabra que deriva del nombre de Ceres), a causa de la granada, pasaría a partir de entonces parte de su vida en la superficie y parte de su vida bajo tierra, como cualquier semilla que luego se convierte en planta y posteriormente, en fruto, con el paso de las estaciones.
La piedra filosofal
La granada es también símbolo de la piedra filosofal, el ansiado premio que buscan los alquimistas después de toda una vida dedicada al estudio y al trabajo en el laboratorio. Es así porque dicen que la piedra filosofal tiene color de rubí, y nace como una amalgama de cristales rojos y brillantes dentro de un material oscuro, maloliente, despreciable.
La piedra filosofal también muestra el misterio del Uno, volviendo al principio de este texto, porque consiste en conseguir, en el laboratorio, la corporeización del espíritu y la espiritualización de la materia, superando la dualidad de este mundo mediante el trabajo conjunto del Arte y la Naturaleza, que permite obtener lo que los alquimistas llaman «nuestra piedra»: «Un alma, espíritu o fuego reunido, concentrado y coagulado en la más pura, más resistente y más perfecta de las materias terrestres», como dice Fulcanelli en sus «Moradas filosofales». Esta es la piedra filosofal.

El inframundo es el reino de las riquezas, y por eso su rey se llama Plutón. No solo porque allí, dentro de la tierra, se generan y evolucionan los minerales, sino también porque la vida se genera en esa matriz húmeda, oscura y calentita. La piedra filosofal ha sido considerada siempre como el cuerno de la abundancia y la fuente de eterna juventud, la artífice de la transmutación metálica que convierte el plomo en oro y también de la transmutación espiritual del alquimista, que se purifica a sí mismo mientras purifica la materia en su laboratorio. Un día hablaremos de esto porque es muy interesante.
En este cuadro de Botticelli, del que mostramos un detalle, se ve al Niño Jesús agarrando una granada, y a su madre haciendo el mismo gesto. La granada representa aquí su futuro, el futuro de este niño Dios llamado a convertirse en el Cristo, en la piedra filosofal de la Humanidad, esa unión perfecta de espíritu y materia que es posible en este mundo.
En Turquía la granada simboliza abundancia y fecundidad, y de hecho es la fruta nacional. Se regalan granadas de cerámica como muestra de buenos deseos y siempre está presente en los adornos de las casas y en la decoración propia del año nuevo, en perfecta sintonía con su simbolismo de fertilidad, vida y regeneración.
Y terminamos tal y como empezamos:
«El conocimiento de la unidad de todas las cosas es bueno, tanto para ti como para los demás: todo es Uno.
¿Cómo podría alguien amar más a los demás que sabiendo que ellos son él mismo? Los conoce como Unidad; los ama como Unidad, ya que en verdad, son Uno.
En resumen: el conocedor de la Unidad actúa de la mejor manera posible. Es el conocimiento de la Unidad lo que le hace actuar. No puede equivocarse. En el mundo, es Dios vuelto visible. Todo es Uno».
«Todo es Uno»
