En realidad nuestro mundo debería llamarse Mar, no Tierra, porque cerca del 70% de la superficie del planeta está cubierta de agua. Hay agua en el aire que respiramos y hay agua dentro de la Tierra, y el ciclo del agua es uno de los mecanismos más mágicos que nos ofrece la Naturaleza.
Comienza con la evaporación del agua de mares, océanos y el agua de la superficie terrestre, gracias al calor del Sol. Ese vapor de agua se eleva en el aire, se enfría y el vapor se convierte en agua, condensándose. Se forman las nubes, y cuando el peso de ese agua lo requiere, caen de nuevo a la superficie en forma de precipitación. El frío de la atmósfera puede hacer que caiga como nieve o granizo, pero se trata, igualmente, de agua. Sea en forma de nieve o de gotas de lluvia, el agua vuelve a la tierra y reinicia su ciclo.
El cuerpo humano está compuesto en un 60% de agua, el cerebro se compone en un 70% de agua, la sangre en un 80% y los pulmones se componen en un 90% de agua. Somos agua.
El agua es omnipresente en la Tierra, y existe en forma líquida, gaseosa y sólida. Sube y baja constantemente, limpiando a su paso, dando alimento a las plantas porque permite que aprovechen los nutrientes de la tierra, alimentando también a los ríos, volviendo al mar… otra cosa mágica es que la cantidad total de agua del planeta no cambia, no se pierde, siempre está ahí ya sea como nieve o como mar o como lluvia, reiniciando su ciclo para vivificar al planeta y a quienes vivimos en él.

Círculo o espiral
El ciclo del agua es un buen ejemplo de cómo funciona la Naturaleza, en ciclos que se repiten y son siempre iguales, con una parte visible y otra invisible, aunque conocida. No vemos la parte el ciclo del agua que tiene lugar dentro de la superficie terrestre, en su manto, ni tampoco vemos lo que ocurre arriba, en el cielo, cuando el vapor de agua sube y se condensa en nubes. Vemos los efectos, pero muchas veces la Naturaleza nos oculta las causas. Y el juego está en buscarlas.
Pero es que además, en ese ciclo que puede compararse simbólicamente a una rueda, a un círculo sin fin, a una serpiente que se muerde la cola, símbolo principal de la Alquimia y que se llama Ouroboros, el agua transporta sustancias. La lluvia disuelve y arrastra sales hacia el mar; dentro de la tierra, el agua de lluvia, o el agua de cuando regamos las plantas, disuelve las sustancias alimenticias que esas plantas y árboles necesitan para vivir, y hace posible que sean absorbidas por las raíces. Las plantas se alimentan de la tierra, pero necesitan de la intermediación del agua para hacerlo.
Muchos procesos de la Naturaleza son así, circulares o en espiral. En nuestro cuerpo la respiración y la circulación de la sangre, e incluso la fotosíntesis de las plantas: entra dióxido de carbono, se procesa, y sale convertido en oxígeno.
De hecho, nuestra digestión también se basa en el agua. El alimento se convierte en líquido para poder ser aprovechado por nuestro organismo, que además elimina el residuo inútil.

El vehículo imprescindible
El agua, pues, es el vehículo de la transformación de la materia. Es a través del agua, de su solución, de su conversión en líquido, que la materia se transforma. Lo vemos en la concepción de todos los animales, que se origina en elementos líquidos, y lo vemos también en la muerte, que conlleva la putrefacción del cuerpo, la disolución de la materia y su licuefacción para que pueda ser aprovechada de nuevo.
Y es que el líquido atraviesa lo sólido, arrastrando los compuestos y dando opción a que se conviertan en otra cosa distinta y se reaprovechen. El ciclo del agua es una operación de lixiviado a escala planetaria: penetración lenta de fluidos o líquidos a través de un sólido, arrastrando sustancias, cambiándolas, permitiendo su aprovechamiento posterior.
Para Tales de Mileto, el agua era el principio del que surgía todo, el αρχή (arjé), el origen del Universo.
El Génesis nos cuenta cómo el espíritu de Dios se movía sobre las aguas, y cómo separarlas en inferiores y superiores fue parte de los primeros trabajos de la Creación, dando lugar a los cielos y a los océanos.
Gen 1: 1-3
1 En el principio creó Dios los cielos y la tierra.
2 Y la tierra estaba desordenada y vacía; y las tinieblas estaban sobre la haz del abismo y el espíritu de Dios se movía sobre la haz de las aguas.
3 Y Dios dijo: Sea la luz: y fue la luz.
Génesis 1: 6-10
6 Y Dios dijo: Sea un extendimiento en medio de las aguas y haga apartamiento entre aguas y aguas.
7 E hizo Dios un extendimiento y apartó las aguas, que están sobre el extendimiento, y fue así.
8 Y llamó Dios al extendimiento cielos. Y fue la tarde y la mañana, el día segundo.
9 Y dijo Dios: Júntense las aguas que están debajo de los cielos en un lugar y descúbrase la sea, y fue así.
10 Y llamó Dios a la seca tierra y al ayuntamiento de las aguas llamó mares. Y vio que era bueno
Biblia del Oso, Libros Históricos (I), Génesis
Una mirada a la etimología
La palabra «agua» procede de la raíz indoeuropea ak-, y muy apropiadamente, igual que las palabras «agudo», «afilado», porque el agua es penetrante como un instrumento agudo.
Pero además, el mar tiene una relación no solo simbólica con «la madre», sino también etimológica. Venimos del mar, del agua, somos agua. ¿No os suena la palabra «mar» muy similar a la raíz del nombre «María»? Por supuesto, y María es la madre por excelencia. Simplemente dividiendo el nombre María en dos, Ma – ría, ya nos remite a madre y a agua.
Como dice Catalina Marqués en sus «Letanías herméticas de María», en la mayoría de las lenguas indoeuropeas las voces que expresan el concepto de madre empiezan por la sílaba ma.
«En latín madre se dice mater; en sánscrito matar; en eslavo, mati; en antiguo irlandés, mathir; en osco, maatreis; en umbro, matrer; en búlgaro mati; en letón, mate, etc.»
En griego es ματερ (mater) pero también es μαια (maya), que alude a la diosa Maya, madre de Hermes, y muy relacionada con la Virgen María. De hecho, el mes de mayo es el «mes de María».
Así, los conceptos «madre» y «agua» van a menudo unidos, recoge Catalina Marqués, una teoría sostenida por «la idea ancestral de mar como fuente de la vida, tal como lo es la madre». Un antiguo vocabulario masónico español que cita Marqués en sus letanías, recopilado por Vicente Murillo Ramos, dice:
«María, Maia y Maya son tres variantes del mismo concepto. María proviene de la raíz ma (nodriza), y para los griegos llegó a significar «madre», y dio su nombre al mes de mayo, consagrado a esta diosa por los paganos antes que a María. Así dice Plutarco que el mes de «mayo está consagrado a Maia o Vesta, nuestra madre tierra, nuestra nodriza y sustentadora personificada». Maya se llamaba la madre de Gautama el Buda, y María, la madre de Jesús, tiene igual significación; pues Maya en sánscrito significa ilusión, y María viene de mare, el mar, que, simbólicamente, es también la gran ilusión».
Y aun otra cosa referida a María, a la madre: ματερ (mater) es madre como hemos dicho, y si en el nombre de María sustituimos la primera sílaba por mater, nos aparece la palabra «materia». María, Maya, las aguas, son la materia, la madre de todas las cosas creadas, penetrada por el espíritu o soplo de vida. Ella estaba con Dios al principio, y así lo explica ella misma en este bello texto del Libro de los Proverbios de Salomón (VII, 22-30), que se lee, o se leía, en la misa del Día de la Inmaculada Concepción:
«El Señor me tuvo consigo al principio de sus obras, desde el principio, antes de que crease cosa alguna. Desde la eternidad tengo yo el principiado, desde antes de los siglos, primero que fuese hecha la tierra. Todavía no existían los abismos o mares y yo estaba ya concebida; aún no habían brotado las fuentes de las aguas, no estaba asentada la grandiosa mole de los montes, ni aún había collados, cuando yo había ya nacido. Aún no había creado la tierra, ni los ríos, ni los ejes del mundo. Cuando extendía Él los cielos, estaba yo presente; cuando con ley fija encerraba los mares dentro de su ámbito; cuando establecía allá en lo alto las regiones etéreas y ponía en equilibrio los manantiales de las aguas; cuando circunscribía el mar en sus términos e imponía ley a las olas para que no traspasasen sus límites; cuando asentaba los cimientos de la tierra, con Él estaba yo disponiendo todas las cosas».
Una hermosa manera de explicar lo que es el agua, el mar, la madre, la materia y María, cómo tanto el mar como la tierra -como nosotros- somos materia; cómo es desde el principio, y cómo espíritu y materia trabajan unidos desde el principio para hacer realidad este mundo, vivificarlo, transformarlo, regenerarlo y purificarlo.
