La Masonería

En torno a la Masonería la confusión es enorme. Confusión y desconocimiento, muchos años de mala publicidad y mentiras, e incluso disparates. En algunas personas, una lejana percepción de que es algo útil, digno, pero sin mucha más información. En general, desinterés, se ve como algo arcaico, fuera de lugar en este mundo, quizá incluso incomprensible.

En realidad la Masonería no es nada misterioso ni extraño. Es y ha sido una escuela de ciudadanos, de personas con deseos de perfeccionarse, una organización iniciática que transmite un conocimiento ancestral, donde las personas con inquietudes espirituales y filosóficas pueden encontrar respuestas, siempre que trabajen.

Las grandes cuestiones

Muchos masones tienen inquietudes sociales, más que espirituales o metafísicas. Pero esas inquietudes sociales realmente pueden ser satisfechas en muchos otros ámbitos de la vida y en otras instituciones, igual que el ansia por adquirir conocimientos profanos o debatir los grandes temas de la actualidad.

Sin embargo, solo la Masonería da respuestas a las inquietudes espirituales, a esas grandes preguntas de ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? Y en general los por qué relacionados con la vida y la muerte. Por eso la Masonería es un buen lugar para los buscadores, no para quienes se conforman con tomar las respuestas que les da un tercero, sino para quienes quieren hacer el esfuerzo de buscarlas por sí mismos y encontrarlas. Y compartirlas.

Si lo superficial es suficiente, si el esfuerzo y el trabajo no son prioritarios, si no te calientas la cabeza con preguntas que vayan más allá del día a día, si ya te parecen bien las respuestas que te dan en la calle, en los medios de comunicación o en la iglesia, la Masonería no es lugar para ti. Tampoco lo es si buscas un club de amigos o buscas terapia, o a un gurú que te agarre de la mano y te diga dónde poner el pie y qué pasos dar para llegar a la felicidad y a la plenitud.

La Masonería es un compromiso, primero contigo mismo, pero también con los demás y con el mundo, un compromiso de trabajo y asistencia, de perseverancia, porque sin la perseverancia poco se consigue en cualquier ámbito de la vida. También es necesario querer desprenderse de esa mochila de conocimientos acumulados que todos llevamos a la espalda y que suele estar muy llena. Si no se vacía en algún momento será imposible llenarla con nuevos descubrimientos.

La vida profana

En una logia la vida profana de los miembros no es relevante. Se sientan uno al lado del otro un profesor universitario y un zapatero jubilado, y es posible que un Premio Nobel sea un Aprendiz sentado en la columna del norte mientras que una ama de casa sea la Venerable Maestra.

Porque en una logia se empieza de cero y se avanza gradualmente en un conocimiento basado en el simbolismo y el ritual. De nada sirven las medallas o los diplomas profanos. A veces cuesta entender esto, porque todo el mundo está muy apegado a lo que cree que es (profesor, doctor, arquitecto, abogado, político, empresario, diplomas académicos, brillantes y extensos curriculums…), pero es maravilloso que sea así, porque garantiza que todas las personas pueden tener acceso al método masónico y, más importante aún, a los conocimientos que aporta, al margen de sus estudios y su procedencia social o económica.

Y es que este es un atributo de la verdad: que está disponible para todo el mundo. Todo el que quiera buscarla y encontrarla, trabajando con ese objetivo, podrá obtenerla. La verdad no es patrimonio de unos pocos, no puede serlo. Si alguien dice que solo él tiene la verdad y será quien la dosifique para darla a los demás, miente.

La escalera de la Sabiduría hacia la Luz.

El método masónico

La Masonería es progresiva, porque en ella avanzas despacio por grados, y uno no pasa al siguiente escalón hasta que ha asimilado los conocimientos del nivel precedente. Uno entra en una logia como Aprendiz, luego se convertirá en Compañero y luego en Maestro, y a partir de ahí podrá seguir avanzando en lo que se llaman los Grados Filosóficos, que van del cuarto al trigésimo tercero. Y son tus propios Hermanos quienes valoran tu trabajo y recomiendan y aprueban que pases al siguiente nivel, lo mismo que un día otros Hermanos hicieron con ellos. Porque la trasmisión iniciática es una cadena que viene de lejos.

Ese es el método masónico: conocimiento progresivo que se comunica a través del lenguaje simbólico y de los rituales de cada grado, que se leen y ejecutan en logia siempre igual. Los rituales son en realidad símbolos en movimiento, gestos, objetos y palabras que transmiten algo que es importante conocer. La palabra se utiliza también como símbolo, porque los conocimientos que la Masonería transmite están más allá del idioma, del país, de la cultura o la religión, y para que tengan la misma oportunidad de ser aprehendidos hoy que tenían en la Antigüedad, es fundamental que la forma de transmitirlos no varíe según las épocas y los lugares. Esto es lo que permite el símbolo.

Un ejemplo es el mandil del Aprendiz. En todas las logias del mundo, de todos los países, de todos los ritos que hay y que son muchos, ese mandil es exactamente igual: blanco y se lleva con la baveta levantada (la baveta es la pieza en forma de triángulo de la parte alta del mandil). Todo tiene un motivo, una razón de ser, y el símbolo permite que ese conocimiento traspase épocas y fronteras sin verse afectado por condicionantes externos.

Aprendiz, Compañero, Maestro…

La Masonería es un camino de conocimiento. No es un camino fácil, pero sospecho que ninguno lo es si es auténtico. Simplemente porque todo cuesta un esfuerzo, y es justo que sea así. El trabajo es el principal valor del masón, junto con la fraternidad que le lleva a compartir con sus Hermanos el fruto de ese trabajo, o sus dudas, o sus reflexiones y hallazgos.

En el Primer Grado, siendo Aprendiz, deberá hacer un trabajo de introspección y descubrimiento de sí mismo. En el Segundo Grado, siendo Compañero, incorporará el conocimiento del mundo y de los demás. Y en el Tercer Grado, siendo Maestro, descubrirá cómo el amor es el motor del mundo y aspirará al siguiente escalón, porque ya intuirá claramente que esa escalera de conocimiento no termina nunca.

La granada es uno de los símbolos de la Masonería. Pintura de Rafael de la Rica, en Vidrart, Ciutadella.

El librepensamiento

Es cierto que la Masonería ha sido la cuna de grandes movimientos de liberación de personas, sociedades y países, y aún hoy la divisa de la Masonería liberal es el grito de «Libertad, Igualdad, Fraternidad» de la Revolución Francesa. Pero el objetivo de la Masonería no es ese, esa es la consecuencia. El objetivo es fomentar el librepensamiento, el planteamiento abierto y sin miedo de preguntas y la búsqueda de las respuestas, cuestionar los conocimientos adquiridos en el mundo profano o al menos, intentar validarlos – o desecharlos- desde otro punto de vista y otra dimensión.

No es raro que el fruto de toda esa labor pueda ser un movimiento de liberación, porque cuando uno roza la verdad eso le cambia y no puede seguir aceptando lo que quizá antes le parecía normal. La verdad te cambia, la capacidad de pensar y reflexionar te cambia, el trabajo compartido sin miedo y sin objetivos materiales sino para un bien superior, te cambia.

El masón tiene el deber de aplicar en el mundo, en su vida, lo que aprende en la logia y las logias fueron espacios privilegiados de debate y reflexión en muchos momentos difíciles en la vida de los países y las sociedades humanas. Por eso los totalitarismos políticos y religiosos han ido siempre en contra de la Masonería. Porque el librepensamiento es un peligro para ellos.

Masonería universal

Hay logias masónicas en todos los países, al margen de su religión oficial o de la religión de sus ciudadanos, al margen de idiomas, creencias, cultura… y todas ellas son un espacio de librepensamiento, sin dogmas políticos ni religiosos, un espacio de respeto por las creencias de cada cual que pueden variar, o no, a medida que uno avanza en la escalera del conocimiento.

De hecho, en las logias no se habla ni desde una posición política determinada ni desde un credo religioso determinado, por lo tanto, ni la política ni las propias creencias son tema de conversación. Ambas pertenecen al ámbito privado de cada cual, y profano, además, y en logia el hecho de ser masón iguala a todos los miembros por encima de cualquier diferencia exterior.

Como una catedral, una logia se levanta piedra a piedra, buscando que sean lo más pulidas, cúbicas y perfectas posible.

El secreto masónico

Ha hecho correr ríos de tinta. Pero el secreto es muy lógico y comprensible, y obedece a una razón práctica y a una razón profunda.

La razón práctica es que en muchos países, en momentos determinados, como sucedió en España, a uno le encerraban o le asesinaban por el hecho de ser masón. Por lo tanto, uno puede hablar de su condición de masón, pero tiene prohibido hablar de otros miembros de la organización, no puede dar nombres.

La razón profunda responde al carácter iniciático de la Masonería. Se trata de un camino individual, lo que uno va descubriendo a medida que avanza es fruto de su propia experiencia y de su trabajo. Por supuesto que el trabajo en Logia es compartido, pero los demás miembros son compañeros de viaje, que tienen su propio camino y su propia experiencia y descubrimientos. Se comparte el trabajo y sus frutos, pero el camino de cada uno es individual e intransferible, y como pasa en la vida, uno no puede andar el camino del otro y a veces incluso es difícil explicarlo con palabras. Cada cual llega donde su propio trabajo le permite.

La vida en la Logia

En la Logia se aprende sobre todo a convivir con personas muy distintas entre sí, que probablemente nunca se hubieran conocido fuera del taller masónico. Esa diferencia es riqueza, porque aporta puntos de vista distintos, intereses distintos, formas diferentes de trabajar y avanzar, que se sintonizan y acompasan en favor de un objetivo común y más grande que el objetivo individual de cada miembro.

En la Logia se aprende a convivir y a respetar, a valorar esa diferencia. Se aprende a escuchar además de a hablar. Se aprende a ser comedido, respetuoso, perseverante, paciente. Se aprende del ejemplo de los demás. Y se aprende compartiendo y conviviendo, porque el amor fraternal es un cemento potente. Ni es un grupo de amigos ni un grupo de terapia, pero uno puede encontrar ahí dentro amigos de verdad, y el trabajo compartido también puede hacerle sentir mejor consigo mismo y con su vida, porque encontrar respuestas es muy gratificante.

Todos los miembros de la Logia, en los respectivos tres grados, realizan trabajos escritos que se llaman planchas y son leídos ante los demás. Cada cual aporta a ese trabajo su visión, sus referencias, sus dudas o lo que ha aprendido leyendo o pensando. Y así ese trabajo leído es enriquecido con las aportaciones de todos.

No se trata de ser eruditos, en absoluto. Lo que se busca es la sabiduría, y para ello se necesita mente y corazón, ciencia con conciencia, una capacidad de reflexión que no pretende mostrar lo mucho que uno sabe, sino lo útil que puede ser compartir lo que ha descubierto con sus Hermanos, para provecho de todos.

Así se construye una Logia, igual que una catedral: sillar a sillar, piedra a piedra, cada una de ellas siendo desbastada y pulida lo mejor posible, para encajar con las demás y formar un edificio sólido, alto, bello, justo y perfecto.

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