No tenía claro si titular esta entrada «Lo que creo»… Creer algo es tener una certeza íntima previa a toda prueba. Y algunas cosas de las que hablaré aquí las creo. Pero es que hay otras que no las creo, las sé, porque las he experimentado. Otras en cambio las sospecho, pero estoy bastante segura de ellas. Así que, como resumen de todos estos matices, y dado que no hay tanta distancia entre ellos, he optado por «Lo que sé».
Vamos allá.
Sé que nada es casual y que todo ocurre por un motivo y obedece a una causa.
Sé que nosotros tampoco somos fruto de una casualidad, ni del azar, sino que venimos a este mundo con una misión que cumplir, lo sepamos o no.
Sé que hay cosas que existen, que son, al margen de que nosotros las conozcamos o las creamos. Muchas de las cosas que fundamentan este mundo son así. Da igual si las creemos o no, simplemente, son. La verdad es lo que es, sin más.
Sé que tenemos a nuestro alcance saber, conocer, descubrir, encontrar, prácticamente todas las respuestas.
Sé que ello conlleva voluntad y esfuerzo, y mucho trabajo. Por eso a veces ni lo intentamos.
Sé que vivimos como seres desgraciados, descontentos, preocupados, tristes… porque lo que pensamos que nos importa realmente no importa tanto. Pero no nos atrevemos a mirar hacia adentro, a elevar la mirada por encima del día a día.
Sé que no venimos a este mundo para acumular riquezas, propiedades u objetos, ni para levantar imperios, ni para tener éxito. Venimos a aprender a conocernos y a aprender a querernos y respetarnos, a nosotros mismos y a los demás, y nada más. Todo lo demás es accesorio.
Sé que tenemos un alma inmortal que de alguna manera acumula conocimientos y que viene a la vida como quien va a un día de escuela. Quiere aprender y despertar, volverse más brillante, parecerse más a su madre celeste, que es la Luz. Venimos a despertar, no a dormir.
Sé que nuestro cuerpo es mortal, nuestra cáscara para vivir en este mundo. Es importante y hemos de cuidarlo, es un vehículo necesario y después de todo también es vibración y energía, solo que más densa.
Sé que la distinción entre espíritu y materia es solo cuestión de densidad, no de esencia ni de substancia.
Sé que tenemos el poder de ser felices, de vivir satisfechos, de hacer el bien, de ser generosos. Y sé que eso es posible si somos capaces de olvidarnos de nuestro ego y simplemente dejarnos llevar.
Sé que nuestro ego es nuestro peor consejero. No podemos aspirar a eliminarlo, pero sí a controlarlo. Debe saber que no es él quien manda.
Sé que todos somos lo mismo, que dentro de nosotros brilla la misma Luz, y que esto es válido también para nuestros adversarios, no solo para nuestros amigos. Todo es Uno, eso lo sé.
Sé que el bien que haces se te devuelve de alguna manera habitualmente insospechada. Y sé que tenemos la obligación de devolver todo lo bueno que recibimos, porque de lo contrario somos unos ladrones.
Sé que todas las personas nacen hermosas, libres e iguales y que deberíamos ser capaces de ver en su interior, donde sin duda encontraríamos lo mismo que en nuestro propio interior.
Sé que existe lo que llamamos «el mal», que puede tener muchas caras y muchos motivos, o ninguno, y sé que hemos de aprender a aceptarlo porque vivimos en un mundo basado en la dualidad, y si sabemos que existe el bien está claro que también existe el mal.
Sé que tenemos el poder de decidir cómo es nuestra vida y cómo la vivimos, porque incluso ante hechos dolorosos y terribles, nosotros decidimos cómo esos hechos nos condicionan, nos debilitan, nos incapacitan. Tenemos, incluso, el poder de cambiar el pasado, cambiando la huella emocional que ha dejado en nosotros, cambiando las emociones negativas que nos ponen enfermos.
Sé que estamos llamados a ser responsables de nuestro entorno, que somos los conservadores y transmisores no solo del planeta sino de todo lo que hemos aprendido, como humanos, desde el principio de los tiempos. Que asumamos esa responsabilidad o vivamos irresponsablemente es elección nuestra.
Sé que somos libres, pero también que nuestra libertad no es infinita. El abanico de elecciones realmente importantes se limita normalmente a dos opciones: acertar o equivocarnos. Y sé que querer no equivocarse ya es un objetivo loable y digno.
Sé que tenemos una voz interior, que podemos llamarla conciencia o como queramos, la voz de nuestra alma, de nuestro Yo real, que siempre está presente y nos manda mensajes. Y también sé que muchas veces hacemos como que no la oímos. Normalmente, cuando hacemos eso, tomamos decisiones equivocadas.
Sé que tenemos en nosotros todo lo que necesitamos para vivir en este mundo, cumplir nuestra misión, conocer la verdad, querernos fraternalmente, prepararnos para morir y hacerlo con alegría.
Sé que la muerte no existe, que es solamente un paso, el cruce de un umbral que lleva a una realidad distinta. Venimos de esa realidad y a ella volvemos cuando ha terminado nuestro tiempo en el mundo material. Esta vida es solo una etapa más de un largo viaje que pasa de la luz a la sombra muchas veces.
Sé que el gran objetivo es la purificación… la materia y el espíritu trabajan juntos para perfeccionarse, y ahí estamos también nosotros, junto con todo lo que está animado. Todo tiende a la perfección, aunque si miramos a ras de suelo no nos lo parezca.
Sé que la muerte es necesaria para la vida, es el paso que permite el reinicio, la regeneración. La muerte es la disolución de la materia, y es en ese estado, convertida en líquido, que la materia puede transformarse en algo similar pero nuevo, distinto y seguramente, mejor. La muerte es el gran reciclaje de la vida.
Sé que no debemos tenerle miedo a la muerte, porque es tan nuestra y tan cierta como la vida.
Sé que la Naturaleza contiene todos los secretos y que los muestra si nos tomamos tiempo en observarla, estudiarla, conocerla. Pero no a la naturaleza muerta, sino mientras está viva, porque nada es más diferente de algo vivo que algo muerto.
Sé que el estudio de la Naturaleza, de sus formas de proceder, sus leyes y su simplicidad, nos abre la puerta al conocimiento de las cosas superiores, esas que parecen fuera de nuestro alcance y que solemos juntar bajo el nombre de metafísica, por contraposición a la física.
No sé qué inteligencia organizó todo esto, convirtió el caos inicial en el cosmos ordenado que podemos ver si miramos hacia arriba y a nuestro alrededor. Pero sé que hay inteligencia en todo ello, propósito y voluntad, no improvisación, ni por supuesto, azar. Y sé que nosotros somos parte de esa inteligencia, aunque vivamos como criaturas desgraciadas en el fango.
Sé que tenemos una deuda con las personas que, antes que nosotros, han vivido en este planeta y han intentado responder a las mismas preguntas que nosotros nos planteamos.
Sé que contraemos también una deuda con las generaciones futuras a quienes deberemos legarles no solo el planeta sino también esos conocimientos, enriquecidos por nuestra experiencia y observaciones. Y sé que no somos propietarios de nada, sino usufructuarios de todo, incluido nuestro propio cuerpo.
Sé que deberíamos vivir satisfechos y agradecidos todos los días de nuestra vida, aceptando lo que venga tanto si nos parece bueno como malo, porque todo lo que nos venga, nos pertenece. Es mejor recibir y aceptar sin juzgar, y hacer frente a lo que venga con nuestra fuerza y nuestro ánimo intactos.
Sé que necesitamos la fe para vivir, que es una energía que nos ayuda a construirnos y a construir. La fe no es creer en lo que otros nos dicen, sino creer en que nosotros mismos podemos descubrir lo que vale la pena que descubramos, sin intermediarios.
Lo que yo sé, en realidad, lo sabemos todos.
