Escribo esto mientras el volcán Cumbre Vieja de La Palma sigue vomitando lava y arrasando con una parte de la isla. El volcán se ha llevado por delante, de momento, 183 viviendas y 300 negocios. Humanamente es una tragedia, y eso que no ha habido víctimas mortales. Sin embargo, el volcán hace lo propio de los volcanes: entrar en erupción.
Leía estos días en Twitter una interesante reflexión de Esther Lázaro, investigadora de la evolución de los virus, sobre otra frase del biólogo británico Richard Dawkins, y me ha parecido que ambos tienen razón y que no vivimos de acuerdo a la realidad. Por eso la erupción de un volcán, una pandemia, un terremoto, las inundaciones… siempre nos sorprenden, nos pillan desprevenidos, y analizamos lo que ocurre desde nuestra óptica del que vive a ras de suelo sin levantar la vista a las estrellas ni conocer tampoco, realmente, el suelo que pisa.
La Naturaleza es indiferente, por supuesto, y no es una madre protectora que vela por nuestro bienestar. Pero ni siquiera lo es «despiadadamente». Ese es un atributo humano. El cometido de la Naturaleza no es velar por nosotros, ni por nadie. Es una fuerza ciega que crea y destruye sin parar, y destruye precisamente para poder seguir creando. ¿Por qué nos cuesta tanto entenderlo?
Separados de la Naturaleza
Como dice Esther Lázaro, el Universo no gira en torno a nosotros. Somos apenas una mota de polvo sin poder para cambiar o resistirnos a sus leyes. Estamos sometidos a los elementos, y aunque somos parte de la Naturaleza, con la evolución de las sociedades humanas nos hemos ido separando de ella, creando muros entre ambos, olvidándonos de lo importante que es conocerla y respetarla, porque en ello va nuestra supervivencia.
Vivimos sobre un volcán y nos sorprende que entre en erupción. Construimos sobre las ramblas y nos sorprende que el agua vuelva a su cauce para cumplir su destino hasta el mar. En nuestro planeta hay miles de millones de virus y bacterias conviviendo con nosotros, pero cuando uno de ellos nos ataca también nos sorprendemos. Nunca esperamos que la Naturaleza actúe como tal, tenemos la mala costumbre de humanizar todo y mirarlo todo desde nuestra pequeña óptica, como si el mundo fuese una extensión nuestra y nos debiera obediencia y sumisión, en lugar de ser al revés.
La Naturaleza es lo que es, y eso no tiene remedio. No es triste, ni malo, ni doloroso. Simplemente es así. Nosotros somos parte de ella, de sus procesos, por eso nacemos y morimos, porque ella es la dueña de la generación y de la destrucción y nosotros, como los árboles, los animales, el propio planeta, estamos sometidos a sus leyes. No somos los reyes del mundo, sino humildes habitantes de un lugar con el que podemos colaborar, para que juntos, Naturaleza e inteligencia humana, lleguemos más lejos. Pero a las malas ella siempre nos ganará la partida, aunque nos parezca lo contrario, porque ella es la dueña del rayo, de la tormenta, de la lluvia torrencial, de las olas, de los terremotos, los volcanes y los huracanes. De la vida y de la muerte.

Pero así como tiene un lado destructor también tiene un lado generativo y sutil, el que hace que crezca la hierba y que los insectos polinicen las flores, que caiga el rocío y que existan las mariposas. Igualmente es generosa en belleza y en frutos y pide muy poco a cambio, aunque a veces incluso eso le negamos porque somos criaturas a las que les cuesta prestar atención a las cosas pequeñas.
La colaboración necesaria
Colaborando con la Naturaleza hemos conseguido cosas que sin nuestra ayuda no existirían porque la Naturaleza no puede hacerlas sola. ¿Qué? Pues por ejemplo, el vino… o incluso el pan. Surcamos los mares y volamos por los cielos, fijándonos en cómo lo hacen los animales que tienen en el agua y en el aire su medio natural. La colaboración nos ha dado buenos resultados. ¿Por qué seguimos ciegos a la realidad?
Los fenómenos naturales ocurren. Los accidentes ocurren. Lo imprevisto ocurre, e incluso ocurre lo imprevisible. Lo que mejor define a la vida es que conlleva riesgo de muerte, y eso es aplicable a todo lo que nace, mineral, animal o vegetal. O un mar. O un planeta. O una galaxia. O el sol.
Nosotros no somos la medida de todas las cosas. Sin embargo, en nuestro poder está conocerlas, saber cómo funciona la Naturaleza, entender el por qué y colaborar con ella. Porque como ser vivo con más inteligencia, nuestra responsabilidad es cuidar de la vida y transmitir lo que sabemos de ella a las generaciones que vendrán detrás de nosotros. No somos los propietarios de nada, sino los usufructuarios de todo lo que nos rodea. No leguemos a esas personas que quizá todavía no han nacido solamente edificios, ciudades, líneas de tren, dinero, empresas, museos… leguémosles también conocimiento vivo, consciencia de lo que son y de dónde viven. Lo necesitarán para amar este planeta… y para sobrevivir.
