Símbolos y Naturaleza

Una de las principales dificultades a que se enfrenta una persona recién iniciada en la Masonería, pienso, es la necesidad de dejarse penetrar por los símbolos. Aún siendo un profano, cuando es sometido a la primera prueba justo antes de empezar su ceremonia de iniciación, podrá ver ante sí los símbolos fundamentales no ya de la Masonería, sino del misterio de la vida y la muerte y todo lo que hay en ellas.

Y esto es así porque el simbolismo es el lenguaje de la Masonería, por ejemplo, para guiar al iniciado, gradualmente, por el camino del conocimiento. Pero no solo esta orden iniciática utiliza el simbolismo. Si vais a una iglesia, si visitáis una catedral gótica, si leéis sobre mitología griega, o sobre el Egipto de los faraones, o las grandes epopeyas de la Humanidad, incluida la Biblia, los Upanisads, el Mahabharata… el símbolo lo penetra todo. Porque es un lenguaje que va más allá de las palabras, del tiempo y el espacio, y ha acompañado a la Humanidad desde sus comienzos para explicarse aquello que es difícil transmitir con palabras.

El lenguaje del símbolo

Habréis oído sin duda la máxima de “Reunir lo disperso e ir más allá”, que resume el trabajo del masón como iniciado. El símbolo es imprescindible para este trabajo, porque según la etimología de esta palabra lo que hace es unir, juntar, reunir en posiciones convergentes, hacer coincidir… reunir lo disperso, juntar las piezas del puzzle.

Nuestro mundo profano, nuestra mente profana, no está muy familiarizada con lo simbólico, lo profundo, lo ambiguo… a pesar de que vivimos rodeados de señales y signos. Con los siglos y la evolución sufrida, los humanos hemos ido vaciándonos, para mí, de una cosa fundamental: el contacto directo y cotidiano con la Naturaleza. El otro contacto fundamental no es que lo hayamos perdido, es que era y sigue siendo asignatura pendiente, y no va por épocas sino por individuos: el contacto directo y cotidiano con nuestro interior y por tanto, con lo universal.

Nos hemos acostumbrado, en la actualidad, a un lenguaje literal que deja poco espacio a la intuición, a la imaginación, a la interpretación y al espíritu de la letra. Por eso cuesta incluso confiar en el lenguaje simbólico, darle la oportunidad de conocerlo poco a poco, hasta que su presencia en nuestra vida sea tan normal como el respirar.

Los símbolos del homo sapiens

Hace mucho que los símbolos nos acompañan. Nuestra especie tiene, según la ciencia, unos 200.000 años. Ya en el Paleolítico Medio, entre 100.000 y 40.000 años antes del presente, tanto el homo sapiens sapiens como los neandertales ya enterraban a sus muertos, aunque hay poca información de esa época. Pero en el Paleolítico Superior, entre el 40.000 y el 10.000 antes del presente (AP), los humanos ya utilizaban arquetipos e ideas elementales que plasmaban en sus pinturas rupestres, tenían un pensamiento religioso, manejaban rituales pautados, elaboraban calendarios y sus capacidades intelectuales eran similares a las nuestras. Vivían en contacto directo con la Naturaleza y sus procesos y ritmos no les eran desconocidos.

¿Sabíais que la mayoría de los símbolos que aún hoy reconocen los iniciados que utilizan el símbolo como su lenguaje común, ya fueron fijados en esa época en las paredes de las cuevas o en estelas, pintados o grabados? Son los mismos símbolos que veis en las catedrales góticas o en las iglesias y en tantos otros sitios. Y hablamos solo del Occidente europeo. Pero lo mismo sucedía en otros territorios. Las creencias del Paleolítico Superior estuvieron vigentes más de 25.000 años, más que cualquier otra tradición posterior, y esas ideas empezaron a ser codificadas por los cazadores-recolectores, mucho antes del Neolítico (6.000 AP) según esquemas determinados que tendrían continuidad posterior.

El sol y la luna, su movimiento en el cielo, la cruz, el solsticio, la muerte y la resurrección, la diosa madre con el dios niño en brazos, el caballo, el pájaro y la serpiente, el toro y sus cuernos, el fuego y la hoguera, el huevo, el rojo y el negro, el árbol, la columna, el ombligo, la caverna, la roca, la espiral, el laberinto, las corrientes de agua, el círculo, la importancia de la orientación, la flecha, el tesoro escondido, el diluvio, el dragón que guarda los secretos… las llamadas “ideas elementales” o “arquetipos” de la mitología universal fueron fijadas en épocas muy remotas.

La lucha del héroe de todos los tiempos contra la serpiente o dragón.
San Miguel, San Jorge, así como personajes mitológicos griegos y caballeros medievales, tuvieron que matar al dragón clavándole una lanza, igual que hizo el héroe vikingo que aparece en la imagen superior, según un grabado de un monumento megalítico.

Entonces la iniciación no estaba al alcance de todos, sino de un linaje concreto o de individuos concretos, los chamanes de la tribu, los especialistas en lo sagrado que eran consagrados en unos rituales específicos e institucionalizados ya en el Paleolítico Superior europeo. Curiosamente, o no, entre las experiencias características de las iniciaciones chamánicas son citados el descuartizamiento del cuerpo seguido de una renovación de los órganos internos; la ascensión al Cielo y el diálogo con los dioses o espíritus, el descenso a los Infiernos y las conversaciones con los espíritus y almas de los muertos…

Leo literalmente: “El iniciado salía de la matriz de la Madre Tierra nuevamente nacido a una vida superior tras haber realizado su viaje al Más Allá y descubrir los misterios sobre la vida tras la muerte; el acontecer cíclico del sol y la luna. El baño en el agua o las pruebas relacionadas con el fuego serían algunos de los rituales necesarios para acceder a la nueva condición”.

Los chamanes, como los reyes y los jefes, eran los depositarios del saber, que “descendía de los cielos”.

¿Para qué sirven?

Podríamos hablar de cómo y por qué esos símbolos que hemos nombrado son universales, o sea, por qué empezaron a desarrollarse paralelamente en diversos puntos del planeta. ¿Cómo nacieron? ¿Quién los “pensó”? ¿Lo hizo alguien? Y la pregunta que me parece más sugerente de todas: ¿para qué?

En los estudios y libros sobre simbolismo prehistórico y en general, sobre la Prehistoria, los autores suelen coincidir en algo: todo el edificio simbólico está construido con el objetivo de explicarse la realidad natural, o sea, lo que veían cada día. Siempre me sorprende esa conclusión, porque teniendo en cuenta la capacidad intelectual de esas mentes, su capacidad intuitiva y su contacto directo con la Naturaleza, siempre me sorprende que podamos pensar que algo que veían que sucedía cada día, como que el sol se ponía y salía la luna y luego volvía a salir el sol, requiriera para ellos, para explicárselo, de un edificio simbólico tan imponente.

O sea, quizá el primer humano que fue consciente de que el sol se ponía y desaparecía y llegaba la oscuridad sintió miedo, y dudas… pero cuando pasaron unos días y vio que el ciclo se repetía, ¿realmente necesitaba de un edificio simbólico para explicarse un fenómeno que era tan natural como la caza para él? Si en el Paleolítico Superior los humanos pintaban cuernos y bueyes cuando pretendían mostrar estrellas concretas o fases de la luna, ¿de verdad todos esos símbolos servían para explicar fenómenos cotidianos, conocidos y previsibles?

Los habitantes de Lascaux eran capaces de pintar cuernos y bueyes con marcas alrededor de los ojos para simbolizar estrellas y constelaciones.

Siempre me parece que en el fondo pensamos que eran ignorantes. Tendemos a pensar en los antepasados de cualquier época como seres con menor conocimiento, menor experiencia, menor inteligencia que la nuestra, cuando en realidad apenas poco más que la tecnología nos diferencia de ellos… bueno, la tecnología y algo básico: que vivimos de espaldas a la Naturaleza, que se ha convertido en una gran desconocida, cuando ellos vivían en contacto directo con ella. Y eso es un punto a su favor, no al nuestro.

Está claro que los símbolos sí sirven para explicarse algo, pero tiene que ser algo muy grande, muy difícil de explicar y entender con palabras… algo que es mucho más grande que el grupo humano que está intentando explicárselo, algo que va más allá de ellos y de su época y territorio, algo que todas las generaciones futuras necesitarán explicarse de un modo más directo, intuitivo y menos confuso que con las palabras. Quizá incluso algo que no todos tengan que conocer, pero que pueda estar al alcance de todos para que quien sí quiera conocerlo, tenga acceso.

Algo similar a lo que dicen los viejos maestros herméticos: “Nuestros libros no son escritos para todos, si bien todos son llamados a leerlos”.

Los símbolos no les servían para explicarse lo que veían a su alrededor, sino, precisamente, lo que no veían.

Aprendizaje gradual

Y más aún: eso que muestran debe ser algo tan importante que además ha de poder ser entendido gradualmente. O sea: entre quien conoce el misterio y quien no tiene ni idea, el símbolo debe posibilitar una serie de escalones intermedios a partir de los cuales interpretarlo, y que todas esas interpretaciones en grados distintos sean coherentes y verdaderas.

Los símbolos no son arbitrarios, no todas las interpretaciones de ellos valen, no son relativos ni subjetivos. Lo que sí hay es la posibilidad de verlos desde donde estamos y que nos hablen según nuestra capacidad de comprensión, pero siempre dentro de una unidad de sentido y una coherencia que sobrevive a las épocas y a los lugares. Y eso es porque muestran algo concreto y real, señalan una realidad que es como es.

¿Y qué és ese “algo” que los símbolos pretenden mostrar? Ése es para mí el gran misterio. Nuestros antepasados del Paleolítico Superior veían cada día el sol y la luna, conocían su ciclo, lo reflejaron en calendarios, en la previsión de los solsticios, igual que más tarde los egipcios y otras sociedades antiguas. El cielo no parecía tener muchos secretos para ellos y eso que no disponían de telescopios ni de grandes observatorios. ¿Por qué construir todo un edificio simbólico para explicar algo que era natural y ocurría cada día?

No puedo evitar pensar que quizá también el Sol y la Luna, para ellos, eran símbolos de otra cosa. Y por eso construyeron un edificio simbólico donde el Sol y la Luna y sus respectivos ciclos eran protagonistas, no para explicar ese fenómeno natural, sino para explicar algún otro fenómeno del que esos dos planetas también son símbolos. Y lo mismo con todo lo demás, porque al final quizá todo pretenda explicar el único misterio, inmenso, que lo abarca todo: el de la creación, el de la vida y la muerte, no como fenómenos naturales cotidianos, sino como transformación oculta de todo lo que ha sido creado, desde lo más pequeño a lo más grande.

La vida y la muerte, el por qué, el cómo, el a dónde… no solo respecto de nosotros como individualidades sociales (¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?), sino sobre todo respecto del mundo, de la materia, del espíritu, del Todo… De manera que los símbolos no serían formas en que nuestros antepasados se pretendían explicar la naturaleza, sino que, precisamente, tomaron a la naturaleza como un símbolo para explicar “lo que había detrás” y era invisible.

Porque el misterio no es la Naturaleza, aunque está en ella. El misterio es lo que la Naturaleza esconde, vela y revela, y ella es el camino del Conocimiento.

Puesto que nada hay escondido que no deba ser descubierto, ni nada secreto que no deba ser conocido

(Mateo X, 26)

Con la inspiración de:

  • “Los símbolos de la Prehistoria. Mitos y creencias del Paleolítico Superior y del Megalitismo europeo”, Raquel Lacalle Rodríguez, ed. Almuzara, 2019.
  • La cita de la Biblia, en otras Biblias:
  1. Biblia del Oso: “… porque nada hay encubierto que no haya de ser manifestado; y nada oculto que no haya de saberse”.
  1. Bíblia catalana interconfessional: “… perquè no hi ha res de secret que no s’hagi de revelar, ni res d’amagat que no s’hagi de saber”.

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